
«Bien que me dijo Marcos Giralt Torrente en la entrevista que con él sostuve en el Café de Viena de Luísa Fernanda (Argüelles) que en “Los ilusionistas” (Anagrama) no hizo sino escribir la novela de “la familia”. Bien que si esa familia es la suya lo natural es que el argumento, para el caso, tenga mucho de autoficción»
VICENTE ARAGUAS. (Majadahonda, 29 de junio de 2025). Un Libro Inapelable. Y digo inapelable porque no hay manera de rebatirlo si no habiendo algo semejante, pero de parte de quien disponga de los mismos mimbres que Marcos Giralt Torrente ha dispuesto para llevar adelante su novela. Novela, digo, y por eso semana tras semana figura en los listas de los libros más vendidos, apartado “ficción”. Pero bien que me dijo Marcos en la entrevista que con él sostuve en el Café de Viena de Luísa Fernanda (Argüelles) que en “Los ilusionistas” (Anagrama) no hizo sino escribir la novela de “la familia”. Bien que si esa familia es la suya lo natural es que el argumento, para el caso, tenga mucho de autoficción. Lo que ya ocurría en “Tiempo de vida” (Anagrama), el libro de Marcos Giralt Torrente, muy vendido y traducido, que gozó –como “Los ilusionistas”– del fervor crítico.
EN ÉL NARRABA LA COMPLEJA RELACIÓN QUE SOSTUVO CON SU PADRE, fallecido de muerte excesivamente temprana, Juan Giralt. (Cualquier muerte lo es, absurda, también). Eso en “Tiempo de vida”, pues para “Los ilusionistas” Marcos escogió de nuevo temática familiar, pero haciéndola universal, lo que favorecerá de nuevo que el libro sea traducido. Bien que aquí, entre nosotros, cuaje la presencia, a modo de viga clave del edificio, del abuelo materno del autor. No otro que el gran escritor ferrolano, Gonzalo Torrente Ballester (GTB), para el gran público el novelista de la espléndida trilogía “Los gozos y las sombras” que lanzó al estrellato a Don Gonzalo gracias a la adaptación televisiva de la trilogía, con la bellísima Charo López interpretando a Clara Aldán. Pero Torrente Ballester, como escritor, es mucho más, “Dafne y ensueños”, por ejemplo, y como ejemplo de biografía-novelada, con un aquel de lírico en el estilo para un concepto decididamente épico. Como la vida primera de GTB, del galleguismo a la Falange, para terminar despedido de la Escuela de Guerra Naval, 1962, donde explicaba Historia, por firmar un manifiesto contra las torturas practicadas sobre los mineros y sus mujeres en la cuenca minera asturiana.
RELATO ERÓTICO-SENTIMENTAL DE UN HOMBRE CASADO. Eso es parte, aunque en lograda elípsis, del apartado GTB, en “Los ilusionistas”, pero también está el retrato erótico-sentimental de un hombre, casado, distante de su esposa en la geografía difícil de los cuarenta, que se recuenta en un epistolario que pide a gritos edición no expurgada. Porque luego está la segunda familia de Don Gonzalo: cuatro hijos del primer matrimonio, siete del segundo, favorecidos de un testamento que excluyó a los primeros de aquello que no fuese lo legítimamente estipulado. Lo último también se puede ver en “Los ilusionistas”, pero -ciertamente- es lo de menos. No lo de más la presencia de los hijos de la primera ronda: uno de ellos, Gonzalo Torrente Malvido, conocido escritor y afamado delincuente a lo Arsenio Lupín. (Malvido, naturalmente, por su madre, Josefina, quien también está en el libro, como esposa, como crítica de los críticos literarios perezosos).

«Gonzalo Torrente Malvido, conocido escritor y afamado delincuente» y la bellísima Charo López interpretando a Clara Aldán en “Los gozos y las sombras” que lanzó al estrellato a Don Gonzalo gracias a la adaptación televisiva de la trilogía»
LA FAMILIA TORRENTE BALLESTER. Aparte de Gonzalo, el más jugoso, naturalmente, se dejan ver en “Los ilusionistas”, Marisé, Javier, a quien llamábamos “Pacheco” los de Mayo del 68 en Santiago de Compostela, sede de la un tanto dejado de mano Fundación Gonzalo Torrente Ballester y, naturalmente, Marisa “Pala”, la madre de Marcos Giralt Torrente, quien hace de ella un retrato entre el regocijo y la melancolía, creando así alguna de las mejores páginas de un libro, agudo, tierno, de cierta violencia subterránea, igualmente, que hace de él manual de resistencia contra la usura del tiempo. Un libro para ser leído con esa calma presurosa que pide abordar (para ser bordado) el tiempo de vida, por citar de nuevo a Marcos Giralt Torrente, el autor espléndido de un libro para todas las estaciones. No se lo pierdan. Háganse ese favor.
«A Costa da Morte, más que un lugar, es un estado de ánimo» (Gonzalo Torrente Ballester)
Helados del Novelty. Heladería en Salamanca en la Plaza Mayor. Mi sitio preferido del mundo para un helado. O entre los dos primeros. Salúdeme usted a Torrente Ballester de mi parte
Antes de ‘Los ilusionistas’ no había leído nada de la obra de Marcos Giralt Torrente (Madrid, 1968). Confieso que lo hice llevada por la devoción que desde la adolescencia sentí por su abuelo Gonzalo y por ‘Los gozos y las sombras’. Me habían hablado muy bien de su narrativa, de su forma de enfrentarse a la verdad sin el ruido obsceno y extravagante de la ira, pero nunca llegué a creérmelo. A veces los prejuicios y los anhelos nos alejan de aquello que necesitamos. Por fortuna me decidí a leerlo y he quedado fascinada con cada uno de los ocho capítulos que componen este libro lleno de buena literatura.
Gracias Vicente, gran reseña para acercarnos al gran Torrente
Giralt Torrente –que vuelve al territorio autobiográfico que con tanto acierto pisó en ‘Tiempo de vida’– me ha sorprendido; a ratos me ha abrumado con sus confesiones, con su literatura en estado de gracia. Sacudir el árbol genealógico es siempre una maniobra delicada y dañina y, a pesar de ello, él lo hace con una sencillez, una frescura y una ternura que convierten a ‘Los ilusionistas’ en una lectura adictiva. Es la nueva entrega de ‘Un hombre al mes’.
Pero también me he quedado profundamente decepcionada con aquel gallego creador de Clara Aldán o de Mariana Sarmiento al que tanto admiré y tanto releí. Giralt Torrente ha matado al mito, al gigante y, sin embargo, al hacerlo no ha mermado mi admiración por su obra. Hay que ser muy hábil para que las heridas recibidas y divinamente narradas no hagan al lector mirar hacia otro lado.