Carmen Rigalt y su artículo ilustrado por Tomás Serrano

CARMEN RIGALT. El otro día tuve la suerte de oír a Vargas Llosa hablando de literatura. Más que suerte, lujo. Fue en la Casa de la Cultura de Majadahonda, con motivo de la concesión del premio Francisco Umbral al mejor libro del año: «Tiempos Recios«, lo último del Nobel. Tiene gracia: escribes una novela, ganas un premio y, en vez de un párrafo de gracias, das una lección magistral. Presentó el acto Manu Llorente y lo bendijo Juan Cruz. Mario hizo el resto. Habló de Flaubert, Borges, Faulkner, Tolstoi y Javier Cercas. De «Anatomía de un instante«, el libro de Cercas, dijo que era vibrante, adictivo y necesario. Con Flaubert se despachó a gusto. «Madame Bovary» le impresionó. En realidad no utilizó el verbo impresionar sino deslumbrar. El escritor habla con frecuencia del deslumbramiento, consciente del efecto cegador que algunas obras literarias han ejercido sobre él. Con Flaubert descubrió el tipo de escritor que quería ser porque “perseguía la perfección”. Para probar la musicalidad de las frases repetía las palabras en voz alta una y otra vez. Y si sonaban bien, las hacía suyas.


Ilustración: ©Tomás Serrano

El Nobel reconoce la influencia de Flaubert en su escritura, si bien precisa que en sus principios no fue un gran escritor. “Aunque eso no siempre es un inconveniente. Si no tienes gran talento, puedes creártelo”, dice. Supimos que de joven Vargas Llosa simultaneó ocho trabajos, entre ellos el de escritor, que resultó ser el definitivo, pero no el primero. Otro consistió en identificar tumbas con el nombre medio borrado en el cementerio colonial de Lima. Le pagaban a tanto por muerto. La charla termina. Me viene a la mente la frase de Eugenio D’Ors según la cual, en Madrid, a las ocho de la tarde, o das una conferencia o te la dan. En este caso ha sido una charla para escuchar “en estado de deslumbramiento”. El público no ha movido un pelo, los móviles no han sonado y Vargas Llosa ha reconocido que gracias a la pandemia, lee y escribe intensamente. Si fuera por él aguantaría hasta las doce de la noche hablando de literatura. Es una gozada. O un goce, que diría él. Artículo publicado en El Español.

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