VICENTE ARAGUAS (Julio de 2024). Esta es la etapa reina, llegue a Bruma, Mesón do Vento o, cuán largo me lo ponéis, Ordes. Depende. De dónde podrán dormir los chicos, y es que mover a medio centenar de ellos a veces no es sencillo. (Como abrir la ventana aquella de Joaquín Marco.) Esta vez Mesón do Vento, vaya usted a saber si “Del Viento” (como en el episodio de “La Casa de la Troya”; latrocinio estudiantil de quesos y chorizos) o “De Bento”, nombre propio que en español valdría para Benito; ¡qué sabe nadie de nada! Mesón do Vento pertenece a Ordes, y es un lugar destartalado allá en lo alto, con instalaciones eléctricas y de telefonía, donde se habla, todavía, un gallego purísimo, vaya una cosa por la otra. Porque lo cierto es que las circunstancias obligan a la nocturnidad (y alevosía) en el salón de banquetes de un hotel. Mal por el Concello de Ordes, el único de nuestro peregrinaje que ha dejado de ceder pabellones a los escolares foráneos. Y es que a lo que llaman turismofobia, tantísimo que matizar al respecto, se le añade ahora una cierta peregrinofobia. Lo que me parece una sandez hacia algo, el peregrinaje jacobeo, tan cosmopolita como introductor en nuestro país del románico. Por ejemplo. Pero para llegar a Mesón do Vento hemos caminado unas 8 horas, superando las dificultades de Vilacoba y Vizoño, con el embalse de Beche por medio, hoy un lugar agradabilísimo, lejos ya de aquel páramo que nos encontramos los peregrinos de los años 16 y 17, los primeros en que me aventuré, con escolares, digo, por el Camino Inglés.
Menos mal que en la confluencia con la senda que viene de Coruña, As Travesas, Concello de Carral, ahí sigue Casa Avelina, un auténtico oasis del Camino. A corta distancia de Bruma, nombre bellísimo, donde hay un albergue de la Xunta, lástima que con tan solamente las veinticinco plazas de rigor. Ah, pero Casa Avelina, estanco, bar e incluso mesón de aquella manera, es una especie de cielo en la tierra. Regido por dos ángeles, Carmen y la propia Avelina que, además, ejercen de santeras de la ermita de San Roque, al otro lado de la carretera, donde San Roquiño con su can presiden los rezos y las velas humildes no exentos de la palabra que debe acompañar ese proceso ascético que implica algo tan laborioso como sentimental y en absoluto frívolo, entérense los munícipes reacios y sosainas que el Camino, el Camino Inglés, para lo caso, es un acto tan perfectamente serio como lo era el golpe del ataúd machadiano sobre la tierra. Y por cierto que los Machado tuvieron que ver con Santiago, tanto que el abuelo de Manuel y Antonio fue catedrático en su Universidad, naciendo el padre de ambos en Compostela, y Manuel efímero bibliotecario y archivero en la misma ciudad a la que nos están llevando nuestros corazones y afanes.
Ahora, que finalizada la cuarta etapa, que nos trajo de la edad media betanceira, a la intemporalidad, por definición, de paso de Mesón do Vento. Un poco, bastante, a los cuatro vientos, los mismos que atraían a los peregrinos de todos los lugares al lugar donfde yacían os restos de aquel ser mitológico que llegó, remontando el Sar, a Santiago de Compostela a bordo de una barca de piedra. Desde Haffa a Galicia, que no es recorrido menor y sí bastante azaroso. Mucho más que el que nos está llevando a nosotros hacia una ciudad igualmente pétrea, matizada esa condición por la lluvia que se derrama a través de unas gárgolas a veces sumamente descaradas, otras anodinas, pero siempre con ansias de eternidad, como la llovizna que apenas sí nos ha acompañado en todas nuestras peregrinaciones. La lluvia se ha quedado en casa. Y el viento, en esta ocasión, también. Mientras nuestro ánimo se recompone en la noche en las alturas, espiritualmente cálidas, bien que al amanecer el relente nos estimule un poco más, todavía. (Continuará). *Vicente Araguas es poeta y escritor majariego, autor de “Enseñando Poesía en la Escuela” (Magíster/ Pigmalión).