Dos posturas sobre la pasión de votar: Miguel Sanchiz y Antonio García Trevijano

MIGUEL SANCHIZ. (26 de septiembre de 2024). El derecho al voto ha sido una piedra angular en la evolución de las sociedades democráticas a lo largo de la historia. Desde sus primeros pasos en la Antigua Grecia, donde solo los ciudadanos varones libres podían participar, hasta las modernas democracias, donde se lucha por la inclusión total, el sufragio ha reflejado y moldeado las luchas por la igualdad y la justicia. Antigua Grecia (siglo V a.C.): En Atenas, la cuna de la democracia, el derecho al voto estaba restringido a los ciudadanos varones libres. Estos individuos podían participar en la asamblea (Ekklesia) y tomar decisiones políticas directas. Sin embargo, esta democracia temprana excluía a mujeres, esclavos y extranjeros, limitando la participación a una minoría de la población. Revolución Americana (finales del siglo XVIII): los Estados Unidos emergieron con una nueva forma de gobierno democrático. Inicialmente, el derecho al voto estaba limitado a hombres blancos propietarios. La Constitución de 1787 delegó a los estados la regulación del sufragio, resultando en variaciones significativas en las leyes electorales. Esta restricción reflejaba la creencia de que solo aquellos con propiedad tenían el interés y la capacidad para participar responsablemente en la política. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, adoptada durante la Revolución Francesa (1789): proclamó la soberanía popular y la igualdad ante la ley. Sin embargo, el sufragio seguía limitado a los varones con ciertas calificaciones económicas, excluyendo a mujeres y personas sin recursos. Este enfoque, aunque limitado, fue un paso importante hacia la democratización y sirvió como inspiración para futuras reformas.


Miguel Sanchiz

En el Reino Unido, las Reformas Electorales de 1832, 1867 y 1884 ampliaron gradualmente el derecho al voto a más hombres, reduciendo las restricciones basadas en la propiedad. En EEUU, la Enmienda 15, ratificada en 1870, prohibió la negación del voto por raza, aunque persistieron muchas barreras, como las pruebas de alfabetización y los impuestos de capitación. Posteriormente, la Enmienda 19, aprobada en 1920, garantizó el sufragio femenino, representando un avance crucial en la lucha por la igualdad de género. Nueva Zelanda, fue el primer país en conceder el derecho al voto a las mujeres en 1893. Este hito significativo marcó un cambio en la percepción global sobre los derechos de las mujeres y sirvió de modelo para otros movimientos sufragistas en todo el mundo. En México, las mujeres obtuvieron el derecho al voto en 1953, un logro significativo en la lucha por la igualdad de género. El fin del apartheid en Sudáfrica en 1994 permitió el establecimiento del sufragio universal, asegurando que todos los ciudadanos, independientemente de su raza, pudieran votar. Este cambio marcó el fin de décadas de segregación y discriminación racial, y representó un paso crucial hacia una sociedad más justa e igualitaria. Arabia Saudita (2015): las mujeres obtuvieron el derecho al voto en las elecciones municipales de 2015, un avance significativo en un país conocido por sus estrictas restricciones de género. A través de estos hitos, se puede observar que el derecho al voto ha sido una conquista progresiva y continua. Cada avance ha requerido luchas y movimientos sociales dedicados a ampliar los derechos políticos a todos los ciudadanos, reflejando una evolución constante hacia una democracia más inclusiva y justa.


Antonio García Trevijano (1927-2018)

LA PASIÓN DE VOTAR, POR ANTONIO GARCÍA-TREVIJANO. (26/02/2013). En el sistema de listas, los electores votan por impulso incontrolado del corazón, por sentimiento de debilidad del alma infantil de los adultos, por propensión de la inseguridad moral a integrarse en la seguridad civil de una gran familia política. No por un acto de razón o entendimiento. A esta pasión de votar nada la detiene. Ni la falsedad de un sistema que no representa a los electores, ni la traición de los partidos a los ideales de su fundación, ni los crímenes de los jefes de la familia elegida. Si se votan partidos, en lugar de personas, no hay posibilidad de recambio. Por eso, el PSOE conserva tantos votos a pesar de sus desmanes. Y el PP tendrá los de los ilusos que creyeron en sus promesas de ayuda a la justicia y reforma institucional. Los que podrían cambiar este modo infantil de votar nunca lo harán. Viven algo más que aferrados a él. Para acabar con su hábito de vivir enquistados en el Estado, y devolverlos a la sociedad, sólo hay un medio legítimo: ilegitimarlos con una Gran Abstención. Nadie de principios, y consciente de la degeneración que supone, votaría listas de partido. Pero, cegado por la pasión de votar, lo hace creyendo que cumple un deber cívico. ¡Un deber contra la conciencia personal y el derecho político de abstenerse!

COMO EN LA ÚLTIMA FASE DE LA DICTADURA TAMBIÉN SE VOTABA, pudiendo no hacerlo sin riesgo, pensé que la pasión de votar se inspiraba en un sentimiento del deber derivado de otra pasión más profunda. En concreto, la pasión de obedecer. Por eso me atraían las ideas que basaban la división partidista de las masas en una cuestión de temperamento genético (Halifax, Macaulay), propensión social a la obediencia (Rûhmer), teoría liberal de los partidos o inclinaciones políticas (Lowell). Pero, reflexionando sobre las pasiones españolas que han permitido llevar a cabo la transición, desde la Dictadura de un partido a la Oligarquía de varios, pude caer en la cuenta de que, junto a la habitual pasión de obedecer, tan cultivada en nuestra historia reciente, han debido operar las pasiones que comunican a los espíritus pobres o lúdicos la grata sensación de estar determinando, con su entrega a las corrientes gregarias o a la individualidad del azar, el orden de la sociedad o de la naturaleza. No puede ser casual que la «movida» social de la Monarquía Financiera haya girado (junto a la libertad sexual y electoral) en torno a músicas de audición histérica, deportes de club, juegos de azar y pasiones de identificación con famosos.

NO ES FÁCIL DE PERCIBIR, POR INTUICIÓN, LA RELACIÓN ENTRE LA NATURALEZA DE LA PASIÓN DE VOTAR A UNA LISTA DE PARTIDO y la clase de emoción que embarga a los partidarios de un equipo de rock o de fútbol, y a los jugadores de lotería o ruleta. Aquí sólo importa destacar la ilusión de grandeza que, perversamente, comunica al pobre votante de partido la fantástica idea de que, con su voto, está determinando nada menos que el futuro de España o de la clase obrera. La desproporción entre un mínimo esfuerzo, el de acudir a las urnas sin necesidad de estar informado sobre la realidad política de los partidos, y una máxima recompensa, la de sentirse, aunque sólo sea unos segundos, protagonista de la historia, hace del deseo de votar una pasión más irresistible aún que las nacidas del imperio de los sentidos, y vecina en emoción a las pasiones de orden espiritual que levantan las liturgias religiosas y los juegos de azar en los caracteres irresolutos o femeninos. Cuando las elecciones no son el medio adecuado a la representación política de la sociedad civil, la pasión de votar instrumenta la enajenación partidista del pueblo y asegura la vida de una clase gobernante oligárquica y degenerada. Votando listas en lugar de personas, el pueblo se rebaja hasta el punto de hacerse amar por sus amos. Éstos le pasan la mano por el lomo para premiar la madurez de su servidumbre. (La Razón. Lunes 14 de febrero de 2000).

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