
Este encuentro el 8 de mayo permite unir en un solo homenaje a dos de los mayores símbolos militares de la historia francesa, y hacerlo en un día en que Francia celebra su resistencia, su identidad, y su historia. Dos almas inmortales de Francia dialogan en la eternidad: Juana de Arco, la doncella enviada por Dios para encender la esperanza en tiempos oscuros, y Napoleón Bonaparte, el estratega que hizo temblar a Europa con el peso de su genio y su ambición.
MIGUEL SANCHIZ. Un Encuentro Histórico se produce tal día como este 8 de mayo (2025), Día de la Victoria en Europa (VE Day), que conmemora el fin de la Segunda Guerra Mundial en el continente europeo. Pero tiene una resonancia aún más profunda en relación con Juana de Arco: el 8 de mayo es el Día de la Liberación de Orleans (1429). Esta jornada conmemora la victoria de Juana de Arco en la liberación de la ciudad de Orleans, uno de los momentos más emblemáticos de su campaña militar y el punto de inflexión en la Guerra de los Cien Años. Es el día en que Francia comenzó a cambiar su destino, gracias al arrojo de una muchacha que creyó estar llamada por Dios. Además, esa fecha se relaciona simbólicamente con la liberación de los pueblos, la resistencia frente al invasor y la fuerza de voluntad contra la adversidad, conceptos que también atraviesan la figura de Napoleón, aunque desde otro ángulo. Este encuentro el 8 de mayo permite unir en un solo homenaje a dos de los mayores símbolos militares de la historia francesa, y hacerlo en un día en que Francia celebra su resistencia, su identidad, y su historia. Dos almas inmortales de Francia dialogan en la eternidad: Juana de Arco, la doncella enviada por Dios para encender la esperanza en tiempos oscuros, y Napoleón Bonaparte, el estratega que hizo temblar a Europa con el peso de su genio y su ambición. Ambos fueron adorados y traicionados. Ambos levantaron a Francia… y ambos la vieron caer. Ambos, en este diálogo imaginario, se encuentran más allá del tiempo para preguntarse: ¿Qué es servir a una patria? ¿Quién ama más profundamente: quien se sacrifica por fe o quien lucha por poder? Este Encuentro con la Historia es un homenaje a la memoria, al sacrificio y a la complejidad de quienes escriben la historia. Hoy más que nunca, que hable Francia a través de ellos.
FRANCIA HA SIDO CUNA DE GRANDES LÍDERES, PERO POCOS HAN LLEVADO LA GUERRA EN SU ESENCIA COMO JUANA DE ARCO Y NAPOLEÓN BONAPARTE. Separados por siglos, ambos personificaron el espíritu guerrero de su nación, aunque de maneras muy distintas. Juana, la campesina convertida en guerrera por mandato divino, lideró a Francia contra los invasores ingleses en la Guerra de los Cien Años. Convencida de que Dios le había otorgado una misión, desafió todas las expectativas y llevó a la victoria al delfín Carlos VII, quien más tarde la abandonó a su destino. Capturada y acusada de herejía, fue condenada a la hoguera. Su martirio la convirtió en santa y símbolo de la resistencia francesa. Napoleón, en cambio, no tuvo visiones celestiales, sino una ambición sin límites. Con su genio militar y su talento estratégico, conquistó Europa y transformó a Francia en un imperio. No luchaba por reyes ni por santos, sino por el poder absoluto. Su caída fue tan dramática como su ascenso: desterrado, vencido y, finalmente, muerto en el exilio.
AHORA, EN EL MÁS ALLÁ, ESTOS DOS ÍCONOS DE LA HISTORIA FRANCESA SE ENCUENTRAN. ¿Fue Juana una mártir o una fanática? ¿Fue Napoleón un genio o un tirano? ¿Quién sirvió mejor a Francia: la doncella que murió por su fe o el emperador que arrasó Europa? En la penumbra de la eternidad, dos figuras emergen. Una, una joven de mirada luminosa y alma encendida, vestida con una sencilla armadura, su estandarte aún limpio como un juramento. La otra, un hombre de porte imperial, con el bicornio bajo el brazo, los ojos hundidos en pensamientos que ningún mapa puede contener. Juana de Arco y Napoleón Bonaparte se observan en silencio.
Napoleón (con una sonrisa escéptica, casi amable): Así que vos sois la Doncella de Orleans. Os han hecho santa… y mártir. Un curioso destino para una soldado.
Juana de Arco (erguida, sin temor): Y vos, el Emperador. Os dieron una corona que vos mismo os colocasteis. ¿También fuisteis mártir… o sólo ambicioso?
Napoleón (alzando una ceja): Ambición… sí. Nunca lo negué. La ambición mueve al mundo. Vos teníais visiones; yo tenía planes.
Juana (con suavidad, sin sarcasmo): Mis visiones me llevaron a liberar ciudades, a encender en los corazones franceses la llama de la esperanza. ¿Qué encendisteis vos?
Napoleón (cruzando los brazos, con una mezcla de orgullo y dolor): El orden. El genio militar. El Código Civil. Yo di a Francia leyes cuando sólo había caos. Vos luchasteis por un rey que os abandonó. Yo me hice rey cuando los demás temblaban.
Juana (con una chispa en los ojos): Y aun así, os abandonaron. Vuestros hombres en Waterloo, vuestro pueblo en París. Vuestra gloria fue humo.
Napoleón (clavando la mirada): Y vos, arrojada al fuego por un tribunal eclesiástico. No muy distinto al que os creyó inspirada por demonios. ¿Realmente pensáis que vuestra voz venía del cielo?
Juana (con dulzura firme): No lo pienso. Lo sé. Dios me habló. Me envió para levantar a Francia de la humillación. No vine por mí. Vine por un llamado. ¿Y vos, quién os llamó?
Napoleón (tras un silencio, en tono grave): El silencio del mundo. El vacío que hay cuando nadie toma el mando. Yo lo llené. La historia me necesitaba. Y la historia me temió.
Juana (asintiendo lentamente): Tal vez el silencio y la voz de Dios se parecen en algo. Pero no todo lo que se alza tiene el derecho de hacerlo.
Napoleón (paseando): Y sin embargo, lo hice. Cambié Europa. Derribé reyes inútiles, modernicé imperios. Vos defendisteis una corona medieval, os cegasteis por la fe.
Juana:
La fe es visión. Vos tuvisteis poder, pero nunca creísteis en algo más alto que vos mismo. Y por eso caísteis. El hombre que sólo se sirve a sí mismo termina solo.
Napoleón (deteniéndose): ¿Y qué hay de vos? ¿Dónde estaba vuestro Dios cuando os encadenaron? ¿Por qué calló ante las llamas?
Juana (mirando al cielo que no se ve): No calló. Estuvo conmigo. Sentí su paz incluso entre los gritos. Morí por Él. Y en esa muerte, encontré la victoria. Vos no pudisteis morir por nadie.
Napoleón (bajando la voz): Morí muchas veces… en Moscú, en Leipzig, en Elba… y finalmente, solo, en una isla, recordando cada error.
Juana (acercándose): ¿Y os arrepentís?
Napoleón (tras una pausa): De no haber amado más a Francia… de haber confundido mi gloria con su bienestar.
Juana: Entonces, somos iguales. Ambos fuimos usados y traicionados por quienes decían servirnos. Ambos fuimos leyenda… y soledad.
Napoleón (mirándola con respeto): Vos fuiste fuego sagrado. Yo, tempestad calculada. Vos creísteis, yo dominé.
Juana (sonríe levemente): Y sin embargo, estamos aquí. Ni en un trono ni en la pira. Solo alma frente a alma.
Napoleón (en tono casi íntimo): Decidme, Doncella… si tuvieseis una segunda vida, ¿volveríais a levantar esa espada?
Juana (con voz clara): Sí. Por Francia. Por los que sufren. Por la voz que me llama. ¿Y vos?
Napoleón (tras largo silencio): Tal vez… sólo si aprendiera a escuchar algo más que mis propios latidos. Un silencio lleno de verdad se instala entre ambos. El estandarte de Juana ondea en un viento que no viene de ningún lugar. El bicornio de Napoleón se inclina, casi como un acto de respeto.
Juana (con ternura grave): No importa cómo caímos. Lo que cuenta es para qué nos alzamos.
Napoleón (inclinando la cabeza): Y si dejamos algo digno detrás. Permanecen unos instantes en mutua contemplación. Dos espíritus de distinta esencia, pero iguales en intensidad. Francia vive en ambos. La Francia de la fe y la de la razón, la del sacrificio y la ambición. Finalmente, se alejan, sin prisa. La luz los envuelve. Y por un momento, en el rincón eterno de la historia, Francia parece entera otra vez.
¡¡¡Qué gran dos personajes que fueron!!!!
Que extraordinaria cultura tienes Miguel ! Es una gloria leerte porque escribes maravillosamente. La historia que cuentas está llena de imaginación y de pasión. Enhorabuena !
Génial! Con su permiso voy a traducir este dialogo y mandarlo a mi familia de Francia. Les va a encantar!
Yo nací en Sainte Hélène ;)