
Visita al Cementerio de Majadahonda: El nicho de la escritora María Teresa León (PCE) y el cenotafio de Vasile Marin y Ion Mota, de la “Guardia de Hierro” rumana
VICENTE ARAGUAS. (28 de febrero de 2025). Flores para María Teresa. Sin duda porque vino a morir a Majadahonda, Ballesol, perdida en la nebulosa de la mente cuando monta en sus caballos negros tan bien evocados por el poeta Nacho Cadenas, ella, que había escrito una bellísima “Memoria de la melancolía”, en nuestro cementerio reposa. Se aloja cuanto queda de ella. De su cuerpo, digo, del de María Teresa León Goyri (Logroño, 1903-Majadahonda, 1988), una mujer tan adelantada a su tiempo, que hubo de sufrir el castigo social de perder la custodia de sus dos hijos, fruto de un matrimonio tan fugaz como tempranero. Vuelta a casar con Rafael Alberti, por lo civil, luego del divorcio, posible durante la República, aquella gran ilusión malograda por la precipitación de unos y la inquina de los otros: “esta mañana, amor, tenemos veinte años”, reza su epitafio con este verso de uno de los poemas más hermosos de quien fuera su marido, vive la guerra y el exilio del que solo regresará una vez muerto Franco y consolidada la democracia. Tarde ya para aquella mente rebelde que solo pudo acogerse, ya se dijo, al tiempo de la desmemoria en Residencia Ballesol, calle del Cierzo, Majadahonda.
EL OTRO DÍA FUI A VISITAR EL NICHO DONDE REPOSA MARÍA TERESA. Debidamente floreado, y es que nuestra heroína, tan valiente en tiempos en que ser mujer y dar un paso al frente, y vestir el mono azul de miliciana, ni estaba/está sola ni es una fruslería. La guerra civil, y con ella la salvación de los cuadros del Museo del Prado, víctimas factibles de la aviación franquista (vid. el Palacio del Infantado, Guadalajara, 6 de diciembre de 1936, bombardeado y destruido), a cargo –entre otros– del dúo León-Alberti, padres –por cierto– ya en el exilio argentino de una niña llamada Aitana, nombre hoy muy repetido en España, en honor para el caso de la sierra alicantina homónima, vislumbrada por María Teresa y Rafael, desde el barco que los llevaba de la Francia tomada por los nazis hacia América del Sur.

Visita al Cementerio de Majadahonda: María Teresa León y Rafael Alberti, a su llegada a Madrid tras su largo exilio, en 1977. Foto: El País.
MARÍA TERESA LEÓN, EN EL CEMENTERIO DE MAJADAHONDA, HEREDERO DEL QUE HOY YACE BAJO ALEGRÍAS Y BARULLOS ESCOLARES. El mismo con el que se estrelló el otro día un vehículo todoterreno, leo en “Majadahonda Magazin”, separado por sus tapias blanqueadas, como los sepulcros aquellos, con Bécquer, «¡qué solos se quedan los muertos!”, del cenotafio dedicado a Mota y Marín, los “legionarios” rumanos muertos en los días de la “Batalla de la Niebla”, o de “La carretera de La Coruña”. Murieron, en el “Cerro de la Radio”, donde estaba Radio Argentina, un poco después que Pablo de la Torriente, poeta comunista cubano, muerto en Romanillos, en muerte cantada por Miguel Hernández. A Mota y Marín, cenotafio en terreno privado, los celebran año tras año quienes de ellos se reclaman. A Pablo ya tan solo le pertenecen los versos de su amigo y camarada Miguel: “Me quedaré en España, compañero…”.

Visita al Cementerio de Majadahonda: «Una vereda culebrea sobre un barranquillo. Y de mi visita a María Teresa León Goyri extraje de mi cosecha un poema que acaba con la cita albertiana que decora el nicho/ nido de quien fuera su esposa»
TARDÉ UN POCO EN ENCONTRAR EL NICHO DE MARÍA TERESA. Me ayudaron en mi pesquisa dos sepultureros, rumano uno, español el otro, amables y estoicos como suelen ser los del oficio, a quienes solo les faltaba la calavera de Yorick para hacer más shakespeariana la tarde en la Majada. Que me trajo del cenotafio en cuestión, tan solitario como de costumbre salvo cuando ante él se congregan los parciales de Vasile Marin y Ion Mota, de la “Guardia de Hierro” rumana, por una vereda que culebrea sobre un barranquillo. Y de mi visita a María Teresa León Goyri extraje de mi cosecha este poema, que acaba con la cita albertiana que decora el nicho/ nido de quien fuera su esposa: “He ido hoy adonde queda/ lo que de ella haya quedado:/ hablo del cuerpo, su memoria/ de la melancolía nos traspasa/ a quienes nos fiamos del viento/ en el camposanto, del verso/ de Rafael, ardiendo en nuestras/ ingles de adolescentes viejos: / “Esta mañana, amor, tenemos/ veinte años”. Y cuánto sigue”.