«En la calle de Joaquín Pastor hay una casa de una planta, que en nada se diferencia de las demás exteriormente. Excepto en que, junto a la puerta, hay una tabla y una cruz. En la tabla se lee: «Parroquia de la Virgen de Coromoto». Nadie espere encontrar un templo amplio, ni siquiera un barracón prefabricado. Dios ha venido a vivir a este barrio en una casa sencilla, pobre y limpia, como la de todos. Lleva don Baldomero Rodríguez Moreno cuatro años como párroco de Coromoto. Cuatro años de bregar incansablemente, de buscar soluciones y repartir esperanzas. Nos cuenta su vida, la de sus gentes, nos habla del cúmulo de problemas que tiene planteado el barrio mientras nos enseña una habitación de no más de dos metros cuadrados. Es la iglesia. Dos bancos, un altar diminuto. Todo el lujo se reduce al papel que cubre la pared donde descansa el sagrario junto a una lamparilla. Hay mucha paz allí dentro». Hace 45 años un periodista de ABC localizó al sacerdote Baldomero en Palomeras, el barrio más pobre de Madrid. 45 años después será enterrado este miércoles a las 17.00 horas en el cementerio de Majadahonda, una de las ciudades más prósperas de Madrid. Pero don Baldomero venía de otro mundo que estaba en el nuestro y así lo relata:
«Nos cuenta el párroco, don Baldomero, que la verdad es que aquellas gentes se sienten acuciadas por una serie de necesidades primarias insatisfechas para las que hay que buscar una solución. Que esa es también su labor. Que no se puede reducir todo lo que él debe hacer a conseguir una iglesia mayor. «Una vez que fui a ver al arzobispo, que entonces lo era el fallecido don Casimiro Morcillo, le dije que en este barrio no hacían falta iglesias. Bueno, él me entendió; quería decir que hay necesidades más urgentes que la construcción de un templo mejor.» Nos dice don Baldomero, y es radicalmente cierto, que la base está en la falta de cultura, también de cultura religiosa. Creen en Dios, celebran sus fiestas, recurren a sus devociones, pero los domingos no asiste a misa más de un 1%. En tanto, las condiciones vitales se hacen propicias para que entre los jóvenes se haga propicia la caída en la trampa del primer robo, de la delincuencia, o para que la prostitución empiece a preocupar».
Hace 45 años, concretamente en marzo de 1973, el periodista de ABC, Miguel Angel Flores describía como «Don Baldomero ha trabajado incansablemente por esta idea. Fue así como, entre un grupo de personas con decidida vocación de ayudar a los demás, se constituyó la asociación benéfico social «Los gorriones», registrada en la Dirección General de Seguridad. El propósito de conseguir ese jardín de infancia es decidido. Necesitan ayudas. Quien quiera puede dirigirse a la parroquia de Coromoto, a don Baldomero, en la calle de Joaquín Pastor, 46. Toda ayuda será recibida con los brazos abiertos. Ya hay varios solares donde se espera pueda ser construida la guardería. Pero los precios suben día a día. El proyecto de ejecución de las obras ya está en trámite de ejecución a cargo de un profesor de la Escuela de Arquitectura. Ya se ha obtenido de la Gerencia Municipal de Urbanismo la calificación del solar como guardería y está a punto de conseguirse el permiso de edificación de la Comisión del Área Metropolitana. Por el momento, pues, la necesidad más urgente es la adquisición del solar. Están decididos a conseguirlo a costa de lo que sea. El cuadro que se dibuja en aquel rincón de Madrid es desgarrador. Merece ser objeto de atención para poner en práctica soluciones urgentísimas. Pero de manera especial en lo que se refiere a los niños. Son ellos los que están limpios de toda culpa. Los que se merecen un futuro mejor».
«Estamos en Madrid. No es fácil entenderlo, pero estamos en Madrid, a poco más de un cigarrillo de las grandes y atestadas avenidas, de los rascacielos de las mil ventanas y de las lujosas y sofisticadas «boutiques». Pues bien, a pesar de todo, a pesar de este panorama triste, abandonado, casi impensable, estamos en Madrid. Y aunque uno parece sentirse en uno de esos pueblos viejos y últimos de la Castilla del sol, el frío y la emigración, de una tierra perdida y olvidada, es necesario convencerse de que estamos en Madrid. No hemos seguido carretera alguna. Hace un momento atravesábamos, entre el bullicio, el ajetreo y los embotellamientos, el paseo de la Castellana. Ahora se ha hecho el silencio. El sol pega más fuerte. En el aire hay sólo tristeza y desconfianza».
«Entre la vía del tren y los bloques de ladrillo de rojo de viviendas recién construidas, envidiablemente recién construidas, está este barrio de Palomeras Bajas. Nos ha costado trabajo encontrar la calle de Joaquín Pastor, en el centro del término de la parroquia de la Virgen de Coromoto. Extraño nombre. Tan extraño como el contraste que se ha producido en el panorama. En las calles, excepto dos o tres, falta todo vestigio de pavimentación. A uno y otro lado, pequeñas casas, blanqueadas, diminutas, casi chabolas, construidas a la buena de Dios y a la falta de techo donde cobijarse. Montones de escombros, de basuras, de desperdicios. Un camión que descarga unas cajas de cervezas en un bar pequeño y limpio. Unos perros que husmean en un rincón. Un anciano que repara sin sentir el tiempo en una silla de mimbre. Unos niños que corren, que juegan, que ríen… Abandono, soledad. Pocas cosas más».
«Así es este término de la parroquia de la Virgen de Coromoto, sin duda una de las zonas más pobres de Madrid. Sus habitantes son buena gente. No escatiman los buenos días al pasar ni un rato de charla si se tercia. En su gran mayoría son emigrantes. Gentes de pueblos de Andalucía y Extremadura que un día se sintieron deslumbrados por lo que alguien les contó de Madrid. Que vendieron lo poco o lo mucho que tenían y se lanzaron, en un vagón de tercera, a la aventura de la capital. Que luego vieron sus sueños rotos, que recibieron muchas bofetadas de la realidad, que aprendieron a dejar de ser ilusos. Que tuvieron que construirse una casa, buscar un trabajo y añorar los tiempos que quedaron atrás, entre el reproche y la nostalgia. Unos 10.000 habitantes tienen aquí su hogar, casi 2.500 familias. El padre y la madre suelen trabajar. Es necesario. Los hijos, que en alguna familia llegan a la docena, se quedan con los abuelos, van a un colegio donde por una mensualidad relativamente baja se les tiene recogidos, hacinados, o quedan en la calle o al cuidado de unos vecinos hasta la vuelta de los padres».
«Hay hasta un libro escrito. El Consejo Superior de Investigaciones Científicas editó un estudio sociológico de Jesús María Vázquez y Pablo López Viñas sobre «Palomeras, una parroquia suburbana». Las cifras que incluye son frías y desgarradoras. Leemos por ejemplo que el 59,8% de la población activa masculina es peonaje con todas las eventualidades que esto supone, y que un alto porcentaje trabajan por su cuenta, sin derecho alguno. Esto es debido, se dice, a taras de tipo cultural, físico o psíquico como el analfabetismo, los atavismos laborales de tipo rural, la mala aumentación, los complejos de inferioridad, incluso el alcoholismo. La falta absoluta de una base cultural es determinante. El 13% de los hombres casados son analfabetos y el 33% de las mujeres. En las chabolas, donde raramente falta airosa y casi desafiante la antena del aparato de televisión, se advierte claramente que el problema de la vivienda ha de ser grave. Efectivamente, casi el 22% de las familias habita en chabolas de menos de 10 metros cuadrados, y a veces son muchos miembros. Y casi el 23% en menos de 15 metros cuadrados. Estas son las cifras, sinceras y tremendas, que reducen a cálculos sobre cien una realidad que para entenderla hay que vivirla«. Descargar el reportaje de ABC completo: parte 1 y parte 2.
Obituario de Don Baldomero
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