JUAN CARLOS LAVIANA. Hace apenas unos meses, me tropecé con Camilo Sesto. Entraba con la cara demacrada en el hospital Puerta de Hierro de Majadahonda. Llamaba la atención porque iba excesivamente abrigado, como era costumbre en él, lo que no impedía reconocerlo. En el largo recorrido por los kilométricos pasillos, nadie le pidió un autógrafo, nadie le saludó, nadie volvió la cabeza a su paso. El domingo, cuando se conoció su muerte en el mismo hospital, súbitamente volvió a ser una celebridad. Todo el mundo aseguraba haber cantado las canciones de “uno de los referentes de nuestra cultura”, “uno de los grandes exponentes, de la música española” o “uno de los artistas más queridos y universales”, por resumirlo con las palabras del presidente del Gobierno. En su capilla ardiente se formaron grandes colas. Personalidades de los ámbitos más diversos lamentaron su desaparición. Celebrities de todos los pelajes se hicieron selfies ante su féretro. Nadie parecía recordar que los funerales son para los muertos, no para los vivos. Ya en Las mil y una noches, recopilación de historias medievales del mundo árabe –tan decisiva en la cultura española-, se puede leer que “las exequias son una pompa estéril, destinada a halagar la vanidad de los vivos”.


JC Laviana

Cualquiera diría que Camilo Sesto había resucitado en vez de haber muerto. Sus discos volvieron a los primeros puestos de las listas de grandes éxitos. Habían concluido de repente largos años de olvido de un cantante que, al menos en lo que va de siglo, no paró de ser objeto de burlas y chanzas. Sólo su Mola mazo, un intento desesperado por acercarse a las nuevas generaciones, despertó cierto interés al convertirlo en carne de imitadores, cómicos y chistes de celebración familiar. La necrofilia hispana: Son muchos los factores que contribuyen a que los españoles seamos tan “buenos enterradores” como aseguraba Rubalcaba. Uno de ellos es la bien conocida necrofilia hispana, como parte de la tradición mediterránea. Lo demuestran fiestas populares relacionadas con la muerte, como las de difuntos –llevada a su máxima expresión en Hispanoamérica-, la Semana Santa o el entierro de la sardina en Carnaval. Lo evidencian también, por ejemplo, el cuplé convertido en himno de la Legión –Soy el novio de la muerte-, creado en los años 20 por Fidel Prado y cantado por Lola Montes. Y proclamas maximalistas, como la de José Antonio Primo de Rivera cuando aseguró que “hay una muerte española”, nacionalizando así la muerte y convirtiéndola en parte de nuestras esencias patrias. Lea el artículo completo en El Español.

JUAN CARLOS LAVIANA (autobiografia). «Escribo. Publico semanalmente en La Nueva España de Asturias y en la web literaria Zenda, Ocasionalmente, donde puedo. La cartera está llena de proyectos. Soy autor de estos libros: Los chicos de la Prensa (Nickel Odeon, 1996); Diez años que cambiaron el mundo (1999). Y director de estas obras colectivas: La Guerra Civil Española, mes a mes (2005). 36 tomos. El Franquismo, año a año (2006). 37 tomos. La democracia, año a año (2007). 35 tomos. Los Episodios Nacionales. Edición conmemorativa de El Mundo. (2008). 23 tomos. La Otra Crónica de España. El Franquismo y la Democreacia. (2015). 6 tomos».

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