Majadahonda en la guerra civil de mediados del siglo XX

CRESCENCIO BUSTILLO (1907-1993). Nadie esperaba mi llegada a la residencia provisional que albergaba a mi familia. Las muestras de cariño después de la sorpresa no son para describirlas aquí, ¡había tanto que contar por parte de todos!. Como en previsión de los bombardeos no se podían tener las luces encendidas, agotamos las velas hasta que suspendimos la velada para poder descansar un rato. El hogar que los albergaba era una casa grande de pueblo, con una habitación cedida bastante amplia que servía de dormitorio a las 2 familias, la de por parte de mi madre y la de mis suegros. Por la noche se desenrollaban los colchones, se tiraban al suelo y unos en una banda y los otros en la otra, se procedía a dormir en la mejor forma posible, separados los colchones, en otras tantas camas.


Crescencio Bustillo

Al siguiente día, que era festivo, planearon hacer una visita al pueblo con el coche de Rafael, Polo y yo. Emprendimos la marcha después de comer para ver cómo estaba aquello y ver si se podía recuperar alguna cosa de tantas como habían quedado allí abandonadas. Llegados a Majadahonda, aunque en Las Rozas había un control, no encontramos a nadie. Un silencio sepulcral lo presidía todo. Con la sola excepción del “maullido” lastimero y apenas imperceptible de los gatos, que eran las únicas señales de que allí había algo de vida, nos apeamos Polo y yo enfrente de su casa, mientras Rafael se quedó guardando el coche en actitud de alerta. Nada más bajar del coche, una nube de perros y gatos se dirigió a nosotros, como dándonos la bienvenida y pidiéndonos protección. Los perros saltaban contentos delante de nosotros, mientras los gatos se rozaban en las piernas nuestras y a veces se cruzaban entre ellas, impidiéndonos andar. Muchas veces he recordado esto, y creo que es uno de los espectáculos más tristes que se puedan contemplar: ver un pueblo abandonado con todos aquellos animales domésticos.


«Solo quedaban perros y gatos»

Entramos en la casa de Polo. La puerta estaba derribada y rota, como todas las que en nuestro recorrido habíamos observado ya anteriormente. Subimos al primer piso y todos los muebles habían sido destrozados, restos de estos, como de ropas, se hallaban en el mayor desorden. Ante esta desolación, Vicente dijo que no quería ver más y retrocedimos hasta dónde estaba Rafael esperándonos con el coche. En aquellos mismos momentos, empezaron a caer algunos obuses a granel por el pueblo, provocando derrumbamientos de casas, polvo y humo alrededor de los impactos. Estos disparos de los facciosos los lanzaban desde Romanillos, que es donde se encontraban, según decían en aquellos momentos. Montamos de nuevo en el coche y nos dirigimos en la calle de La Flor, parando un momento enfrente de la que había sido mi casa, pero como seguimos observando que todas las puertas estaban derribadas y saqueadas las viviendas, no quise bajarme del coche para no sufrir el mismo disgusto si la visitaba que el que sufrió Vicente al visitar la suya.

«Cuando entramos empezaron a caer algunos obuses»

Seguramente que habrá muy pocos del pueblo, que hicieran una visita tan póstuma a Majadahonda como la que hicimos nosotros. Guardo la imagen y recuerdo de un pueblo triste y solitario que vi por última vez y que si bien había algunas casas ya derruidas, conservaba el esquema de sus calles y la mayoría de sus edificios, que posteriormente serían arrasados por la violencia de la guerra, teniendo que hacer un pueblo nuevo al final de la misma. Cuando salimos de Majadahonda en dirección a Las Rozas, vimos a unos milicianos que fueron los que nos dijeron donde se encontraban más o menos los nacionales en aquellos momentos. Según mis informes, al día siguiente Majadahonda fue tomada por las fuerzas franquistas, así como el pueblo de Las Rozas. De allí ya no pasaron, permaneciendo inalterable el frente por aquel sector hasta que se terminó la contienda. Para tomar el pueblo tuvieron que librar duros combates, especialmente en la parte de El Plantío, que los alemanes en oleadas sucesivas trataba de conquistar y que eran segadas por las ametralladoras republicanas, haciéndoles una espantosa carnicería. Próximo capítulo: «Llegan noticias de Majadahonda a los refugiados en la Huerta Perales»

Majadahonda Magazin