La casa tenía lagar para hacer vino

CRESCENCIO BUSTILLO. Las habitaciones de dormir se comunicaban entre sí. Cada habitación tenía una ventana de medio metro en cuadro, protegida por barrotes de hierro. En la primera, que llamábamos la sala, había dos camas de seis palmos. Y en la otra alcoba una cama de matrimonio y otra de cinco palmos. Los dos dormitorios eran espaciosos y de mobiliario había un armario, una cómoda, sillas, cofres, un espejo grande y retratos familiares, así como otros cuadros religiosos o de alegorías. No faltaban cachivaches y tonterías por encima de la cómoda y las mesillas. La puerta que daba al pasillo era la cuarta. A la entrada del mismo y a la izquierda estaba la escalera de subir al desván. Siguiendo adelante unos 10 metros había una puerta que comunicaba con la bodega. El pasillo era ancho y sobre ambos lados se alineaban enseres y cacharros de todas clases, conteniendo en ellos los más diversos contenidos, desde semillas hasta conservas hechas con procedimientos caseros, que es lo que entonces se conocía.


Crescencio Bustillo

Entrando en la bodega era grande, reglamentaria. Tenía su lagar para pisar las uvas, su tinillo donde se concentraba el mosto salido del pisado y seis tinajas grandes desiguales para laborar el vino. Antiguamente así lo hacían pero cuando yo relato esto las tinajas las empleábamos en guardar granos que, por cierto, se conservaban como en ningún otro sitio. Únicamente empleamos una de las más chicas para hacer un poco de vino para la casa y esto con las uvas que se iban quedando retrasadas. En la misma bodega había una cueva horadada en la tierra, que se metía dentro de la casa del vecino y que serviría en sus tiempos para la conserva del vino. Era bastante larga y profunda, con varios huecos a ambos lados, hechos en la tierra para albergar las tinajas.


La higuera «melar» (proviene de miel) es la que da higos muy dulces

No había instalación eléctrica, por lo que había que bajar con candil. Y de chicos pasábamos mucho miedo cuando por cualquier circunstancia se nos apagaba este y salíamos corriendo en busca de luz a costa de tropezones y caídas. De la bodega se comunicaba a otro patio o corral, más pequeño que el de la entrada. En el centro del mismo había una higuera melar que daba muchas brevas tempranas así como higos, pues era grandísima. Y teníamos que podarle las ramas porque rozaba las paredes y ocasionaba desperfectos en las mismas. Esta era mi casa que, de conservarse hoy, aunque sólo fuera por el solar, valdría millones por el área que ocupaba. Pero esto es otra historia y de momento no nos ocuparemos de ella…

Majadahonda Magazin