FERNANDO DE ÁGREDA BURILLO (Majadahonda). Con motivo del homenaje dedicado a Trina Mercader y su revista hispanomarroquí Al-Motamid. Verso y Prosa, organizado por los Institutos Cervantes de Marruecos, surgió el recuerdo de otra gran mujer y poeta: Carmen Conde, fallecida en 1996. El motivo de este recuerdo es, por un lado, reconocer su valioso papel de impulsora de la obra de Trina Mercader (Luzmaría Jiménez Faro se ha referido a «su gran labor de divulgación de nuestras poetisas, pues ha publicado varias Antologías y tendido su mano a muchas de ellas…», en su libro: Panorama Antológico de Poetisas Españolas (Siglos XV al XX); y, por otro, rememorar la breve amistad que me brindó cuando fui a visitarla en la casa de la antigua calle de Wellingtonia, que hoy lleva el nombre de su «casero» de entonces y grandísimo poeta: Vicente Aleixandre (tan unido asimismo a Trina Mercader y a su aventura literaria).


El majariego Fernando de Agreda Burillo

Carmen Conde me recibió -trabajaba yo muy cerquita de su casa, en el edificio de la Escuela Diplomática, en el Paseo de Juan XXIII- para hablar de un tema que nos apasionaba: Marruecos y, en concreto, las revistas de poesía sobre las que empezaba a interesarme: Al-Motamid, de Trina; Ketama y Manantial, de Jacinto López Gorgé. Jacinto López Gorgé se ha referido, hablando de Carmen Conde, a los «recuerdos de la entrañable Melilla de su infancia y cómo la fue recuperando ya en la cumbre de su gloria literaria». Rememoraba los primeros contactos que se produjeron a finales de los años 40 entre ella y el joven grupo de escritores melillenses, allí radicados entonces, entre los que destacaban: Juan Guerrero Zamora, Pío Gómez Nisa, Miguel Fernández, Francisco Salgueiro y el propio López Gorgé.

Es sabido que Carmen Conde había nacido en Cartagena, en 1907, y que pasó gran parte de su infancia y adolescencia en Melilla. Allí se había iniciado por otra parte -en 1949 concretamente- la publicación de la revista Manantial, de la mano de López Gorgé y Gómez Nisa. Manantial recogería algunos capítulos del libro de memorias de Carmen Conde, inédito entonces, que llevaría por título: Empezando la vida (Memorias de una infancia en Marruecos, 1914-1920). Y luego aparecería en la colección «Itimad», aneja a la revista de Trina (en la que se editaron también obras de Muhammad Sabbag, Pedro Martínez Montávez y de la misma Trina. Se anunciaba, en prensa, El canto del hombre, de Joaquín de Entrambasaguas). La figura de Trina Mercader surge entonces entre los «poetas hispano-marroquíes», como se les conocía en la Península. Ella residía en Larache donde, en 1947, había iniciado la publicación de Al-Motamid, la revista literaria que centró lo principal de su vida en Marruecos.

Aquella aventura ha quedado plasmada en la conferencia de Trina titulada: «Al-Motamid e Itimad: una experiencia de convivencia cultural en Marruecos», un extracto de la misma se publicó en la Revista de Información de la Comisión Nacional Española de Cooperación con la UNESCO, nº 25, enero-marzo de 1981, pp. 76-80: «..el primer número publicado de «Al-Motamid» produjo la rápida respuesta de la poetisa Carmen Conde. Desde ese momento tuvimos su colaboración y su apoyo moral. Ella había vivido en Melilla cuando niña, desde 1914 a 1920 y Marruecos era una tierra entrañable. En una de sus cartas nos dice certeramente: «No debe querer ser como las demás revistas. Su rareza se apoyará en su marroquismo. «Al-Motamid» será muy interesante si procura sostenerse «hacia fuera». Es decir. Si su ritmo, sus colaboraciones, su ambiente son siempre lo más marroquí posible».

Repasando las páginas de Al-Motamid encontramos, efectivamente, la primera colaboración de Carmen Conde: «Tres poemas al Mar Cantábrico» era su título y figura en el número 2 de la revista, correspondiente a abril de 1947. Posteriormente, en el número 6, de agosto del mismo año, se publicaba el poema «La primera flor» del libro, de próxima aparición, decía, Mujer sin edén. En este caso se incluía la versión al árabe debida al hispanista libanés, que vivía entonces en Tetuán, Nayib Abu Malham. Todavía recuerdo el comentario de mi querido amigo, ya fallecido, sobre aquellos versos «llenos de erotismo» que tanto le habían sorprendido (…) «En tus cien avenidas como anillos de olor/ van tomando mis dedos lo que sólo tú eres: la piel de mis rodillas, de mis hombros la curva, y de mi vientre el cuenco que te copia redonda./ Fragancia generosa, te asumiré extasiada:/ rosa que en frenesíes de inesperado júbilo/ advienes a mi noche de compactos luceros:/ te cambio por el sueño, por el pan, por el agua.)

Leopoldo de Luis publicó unas inspiradas líneas sobre este poemario de Carmen Conde, editado ese mismo año en Madrid. Quedaron recogidas en el número 7, de septiembre de 1947, de Al-Motamid. Carmen Conde publicó en 1954, Otoño, la antología titulada: Poesía femenina española viviente, en ediciones Arquero. En su esfuerzo por dar a conocer a las poetisas jóvenes españolas, apreciamos la presencia de Trina Mercader, con varios poemas nuevos que hablan claro de su hermosa vena poética:

Yo soy esa muchacha que ha besado la tierra
Para posar en algo los besos que le sobran.

Yo soy esa muchacha que desea callando
Lo que se aleja siempre de su mano vacía.

Blanda pulpa jugosa para mecer el aire;
blando temblor intacto que una caricia anega.

Sedienta y absoluta,
muchacha que ha besado la curva de sus hombros,
que se acaricia, lenta, con dolida ternura.

Garganta donde canta la sagrada alegría,
donde los gritos crecen de plenitud ahogados.

Muchacha sola y firme que, arrebatadamente,
para sí misma crece su vegetal milagro,

cuando la tierra vuelca su prometida entrega
y una dulzura virgen va invadiendo los ramos.
Y este otro poema que hemos preferido entre otros:

TRANQUILIZAOS. Miradme.
He dado a mi silencio siete vueltas de llave.

Verdugo de mi misma, con mi propia violencia
Voy cercenando el tallo de mi sangre;
La entraña que mantiene mis cortadas raíces,
hiriéndome en el signo por el que soy,
negándome.

La angustia que me crece no la sabréis. Miradme.
Llevo oculto mi fuego,
Mis hondas libertades.

Quiero vivir muriendo
sin este denso enigma
que me resume toda en duro arcángel.

Quiero ser vuestra, sí.
Quiero ser sólo madre.
O mujer. Mujer sólo, sin reverso ni orilla
Y amaros en silencio, dulce, pasivamente,
Sin que lo sepa nadie.

Carmen Conde volvería a colaborar en la revista de Trina, nunca dejó de hacerlo en su pensamiento, concretamente en el número 27 de Al-Motamid, correspondiente al mes de febrero de 1954. Con el título, tan expresivo, de «Reafirmación» dedicaba su mejor elogio a la directora y a su empresa desde Madrid con estas palabras: «Al-Motamid y sus poetas son una realidad transida de ensueño. Cuando llega a mis manos, que la esperan siempre, yo conecto con lo mejor de mis años, cuando estaba aprendiendo a soñar para que después no me pesara tanto la vida encima…Y es una mujer, precisamente una mujer, para que yo me sienta más solidaria si cabe de su obra, la que hace posible el milagro Al-Motamid. Una mujer joven, animosa, llena de ilusión, que todo se lo sacrifica a que su Revista sea ya la Revista de una vasto plantel de poetas marroquíes, en cuya lengua estoy deseando hablar para mejor entenderme con ellos, fuera del lenguaje universal de la poesía que a todos nos es común patria…Si además de todo eso, cuando viene me trae – nos trae a todos los peninsulares – la constancia de una fe, de un tesón, de una generosidad sin límites, sólo podemos dar a cambio de su riqueza a Al-Motamid, un firme amor y una amistad inalterable».

Y en el mismo número de la revista, en su parte árabe, mensajes efusivos y reveladores de aquella comunicación por la vía poética que declaraba Vicente Aleixandre en su famosa carta de respuesta a Trina Mercader, tras su visita a Tetuán: los firmaban nombres tan destacados como Mijail Na´ima, desde Baskinta; Fadwà Tuqán, desde Nablus y Muhammad Al-Chadili Jaznahdar…dirigidos a través de otro gran poeta: el marroquí Muhammad Sabbag que tanto colaboró con las revistas hispano-marroquíes en general y con Al-Motamid, en particular.

José Luis Cano, como es sabido, publicó hace años el Epistolario de Vicente Aleixandre que junto con Los cuadernos de Velintonia (1986) son obras imprescindibles para conocer la obra del Premio Nobel de Literatura de 1977. En aquel libro se define con precisión el valor documental y los testimonios reflejados: «Se trata no tanto de la carta literaria retórica – de la que hay tantos ejemplos en nuestra literatura clásica – como de la carta contemplada como comunicación de amor o de amistad: la carta que es parte íntima y complementaria de la existencia de una amor o una amistad a través del tiempo, en la que el hombre, la mujer, vuelcan su alma, su pensamiento, sus vivencias».

Recordaremos, por ejemplo, las referencias a Trina Mercader. Así, con fecha de 18 de julio de 1954, comenta desde Miraflores: «Recibo muchas cartas de gentes que van al Congreso de poesía (celebrado en Santiago de Compostela), que esperan verme en Madrid al llegar…Otros, los marroquíes, cada uno por su lado: Nisa, Gorgé, Miguel Fernández, Sabbag, el árabe…». Y en la siguiente, de 5 de agosto del mismo año, en la que continúa sus comentarios sobre las muchas visitas que pasaban por su casa y que a veces se prolongaban demasiado tiempo:»Los malagueños se presentaron aquí sin avisar, fastidiándome, esa es la verdad… Menos mal que venía Trina…Y todos tan ajenos a lo mal que me sentaba su visita».

 

 

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