BEGOÑA DELCLAUX. Se quedó algo mosqueada por la falta de comunicación entre marido y mujer. Por más que estuviera de viaje, no acababa de cuadrarle que, en un mundo lleno de móviles, no hubieran hablado en tres días. Sacó del primer cajón una de sus libretas, una que estaba empezada. Abrió una página en blanco y escribió «Inés Castro» en mayúsculas.


—¿Discutieron?
—¿Cuándo hablamos el jueves? No.
—¿Diría que se llevan bien?
—Sí, con nuestros más y menos, claro.
—¿Y ahora están en mases o en menos?
—Estamos bien, que yo sepa.
—¿No le notó nada raro ni le habló de ningún viaje?
—No, no me dijo nada.
—¿Algo que le preocupara?
—No, nada especial.

—¿Y no ve ningún motivo para que se haya ido de pronto?
—No.
—¿Dónde trabaja?
—En el Príncipe de Asturias, el centro juvenil. Lo dirige.
—¿Viven solos?
—Sí.
—¿La asistenta cuándo va?
—Tres mañanas por semana, creo que lunes, miércoles y viernes.
—¿Toma alguna medicación?
—¿Inés? No.
—¿Antidepresivos, ansiolíticos o somníferos? —insistió.
—No toma nada, duerme bien y no es depresiva. ¿Está pensando en el suicidio?
—Es una posibilidad.
—No… —pareció dudar un instante—, no creo.
—No lo cree… ¿Usted trabaja?
—Soy constructor, sobre todo.
—¿Sobre qué, exactamente?
—Tengo negocios e inversiones —contestó, evasivo.
—O sea que le va bien.
—Unas cosas mejor que otras.
—No contesta a mi pregunta —replicó—. Lo que quiero es situar su nivel socioeconómico. ¿Tiene dinero? Me refiero a muchos ceros.
—Bueno… depende.
—¿De qué depende?
—De con quién me compare usted.
—Lo que quiero es saber si el secuestro es posible o incluso probable.
—Me habrían pedido algo ¿no cree?
—Supongo, lo que no tengo muy claro es si usted me lo diría.
—Le puedo asegurar que nadie se ha puesto en contacto conmigo. —

Dígame el móvil de su mujer.
Lo anotó.
—Intentaremos rastrearlo. ¿Qué modelo es?
—Un Samsung.
—¿Es nuevo?
—No, tiene un par de años al menos, con Telefónica.
—Bueno, lo intentaremos.
A través del interfono dio a Zafra la información para que empezara el rastreo. Era el informático del equipo.
—¿Cuándo vuelve usted a Madrid?
—En cuanto encuentre avión de vuelta. Como muy tarde, mañana.
—¿Qué edad tiene su mujer?
—Cuarenta y cinco años.
—¿Cómo es?
—Es alta y más bien delgada, tiene el pelo castaño y mechas rubias. —¿Podría tener un amante?
—¿Inés? No, no… creo.
—¿Y algún pretendiente… quizá alguien loco por ella?
—Tampoco creo. Me lo habría comentado… supongo.
—¿Cuánto tiempo llevan casados?
—Cuatro años.
—¿Tienen hijos?
—Inés no. Yo tengo dos de mi primera mujer.
—¿Ha hablado con familiares o amigos?
—Sólo con Mercedes, su hermana. No sabe nada.
—¿Tiene amigas? Íntimas quiero decir.
—Sí, justo ahora iba a llamar a Cristina Orozco, es su mejor amiga, le iba a pedir a Rosa que me buscara el teléfono, debe tenerlo en la agenda. 

—¿Rosa es la asistenta? ¿Seguirá en su casa ahora?
—Sí, va a estar toda la mañana, me lo acaba de decir.
—Deme el número y también el de su cuñada. ¿Se le ocurren otras personas que pudieran saber algo?
—No más que Cristina, seguro. Son muy amigas, se refugió en su casa cuando huyó de su ex, con eso le digo todo.
—¿Huyó? ¿A qué se refiere?
—Era un animal y una noche le dio una paliza. Por eso se fue y al poco se divorciaron.
—¿Cuándo pasó eso?
—Hace unos cinco años.
—¿Le denunció?
—No quiso, pero se separó y pidió el divorcio enseguida.
—¿Y él cómo lo llevó?
—La llamó durante un tiempo.
—¿La acosó?
—Sí, podría llamarse acoso.
—¿Cuánto tiempo duró eso?
—Hasta que nos casamos o incluso después.
—¿De qué tiempo estamos hablando, meses o años?
—Un par de años.
—¿Han tenido noticias de él últimamente?
—Si Inés ha sabido algo, no me lo ha dicho.
—¿Cómo se llama?
—Julián Candás. ¿Cree que…? —Dejó la pregunta a medias.
—¿Sabe dónde vive o dónde trabaja?
—Por entonces trabajaba en una empresa de importación de maquinaria de China, Maks Imports se llamaba, pero oí que quebró con la crisis. No sé más.
—¿Su mujer tiene coche?
—Un Seat León azul —suspiró angustiado—. ¿Habrá tenido un accidente? —¿Sabe la matrícula?
—No, pero me puedo enterar.
—No hace falta. ¿Cuál es su banco?
—El BBVA, la sucursal de la avenida de España.
—¿Tiene allí todas sus cuentas?
—Que yo sepa, sí.
—De acuerdo, de momento nada más. Avíseme en cuanto vuelva a Madrid. Lea los capítulos anteriores aquí.

Majadahonda Magazin