Lecturas de Verano (Majadahonda 2021): «Amapolas y otros crímenes» por Begoña Delclaux (II)

BEGOÑA DELCLAUX. El acceso era difícil entre tantos matorrales y más con su escasa ropa. El vestido se le iba rasgando a jirones y no digamos las medias, que ya no eran más que agujeros y minúsculos retales. No sentía los rasguños en las piernas, los brazos ni el cuello, eclipsados por el martirio en los pies y la obsesión por huir. Nuevos pinchos se clavaban por encima de los viejos e iban creando una costra al empujarlos adentro. Cuando por fin tocó el muro oyó unas voces detrás y se agazapó hecha un ovillo. Quedarse quieta era duro, tiritaba y no de frío. Se frotó los pies retirando miles de espinas pero otras llegaban al hueso.
 Vio luces que se encendieron en la fachada trasera y vio cruzar entre árboles los haces de las linternas que rastreaban sus pasos. Un rayo la deslumbró y se creyó descubierta, pero nadie dio la alarma ni vino en su dirección. Se quitó el largo fular y lo rasgó con sigilo. Se envolvió los pies con él y, a base de darle vueltas, la fina y sedosa tela formó un calcetín tupido. Con pericia le hizo un nudo alrededor del tobillo. No aguantaría una larga maratón, pero era mejor que nada.


Begoña Delclaux

Oyó crujir la cancela y el arranque de un motor. Debían creer que había huido y salían a por ella.
 Se fue acercando a la verja por túneles socavados entre las sombras y el muro y llegó a entrever la puerta. La habían dejado abierta. Cuando el ruido del motor sonó lo bastante lejos, se atrevió a cruzar el umbral y se vio fuera, en el bosque. Oyó el murmullo del tráfico, lejano y alentador, y enfiló hacia allí deprisa. Al poco escuchó otro motor y pensó en pedir ayuda, pero rechazó la idea. Serían ellos, que volvían. ¿Quién iba a venir si no a esas horas de la noche? Apenas pudo ocultarse al ver la luz de los faros. Se escondió tras un arbusto y los vio acercarse despacio y pasar de largo sin verla.


Lecturas de Verano (Majadahonda 2021): «Amapolas y otros crímenes» por Begoña Delclaux (II)

Optó por dejar el camino y seguir avanzando entre árboles. En un claro vio un sendero donde apretó un poco el paso, pero un poco más adelante la tierra se había hundido abriendo un gran socavón. Volvió a adentrarse en el bosque y rezó para no toparse con lobos o jabalíes. Resopló al notar que subía. Miró abajo al oír voces y volvió a ver rayos de luz. Intentó apresurar el paso, pero era difícil a oscuras y acabó por tropezar con un murete de piedra. Un montón de rocas sueltas cayeron ladera abajo y se dio en toda la cara con la raíz de un enebro.
 Un grito se le escapó y volvió a hacerse un ovillo tratando de no moverse y sollozando en suspiros. No escuchó el ruido de pasos, pero sí voces y ramas que se quebraron muy cerca.Cuando vio el chorro de luz que caía en su cabeza, trató de alejarse a rastras, pero una garra la alzó como si fuera un conejo.

Lecturas de Verano (Majadahonda 2021): «Amapolas y otros crímenes» por Begoña Delclaux (II)

—¡Te tengo! —aulló el dueño de la garra. 
La manaza la puso en pie y la mantuvo sujeta. Otro hombre se acercó a ellos.
—Tranquila, vamos, ya está —le dijo.
 Ella pareció calmarse y el otro le soltó el brazo, momento que aprovechó para escapar otra vez, ya sin rumbo ni control, pura desesperación.
 No pudo alejarse mucho antes de que la alcanzaran y cayeran sobre ella. Se oyó un crujido de ramas y algún chasquido más fino de costillas al romperse. Sintió una opresión en el pecho y un peso sobre su nuca. (Continuará).

 

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