CRESCENCIO BUSTILLO. La religión no creo que influyera mucho en el buen hacer y conducir de los ciudadanos de Majadahonda. Todo el mundo estaba inscrito como católico, por tanto feligrés de la parroquia. Y sabía, porque así se lo habían enseñado por tradición, que el cura de allí representaba aquella religión y que tenía en la tierra su máximo representante, que era el Papa. Nadie lo contradecía, por tanto eran fieles asistentes a todos aquellos actos religiosos que por costumbre se habían heredado. Unos alegres, como las procesiones de las fiestas mayores, otros en las bodas o bautizos, porque habían sido invitados a asistir, y otras amargas o de duelo cuando asistían a los entierros o misas de difuntos. Fuera de estos casos, la gente no practicaba ninguna clase de sacramentos, excepto las cuatro beatas de las familias ricas, que siempre tenían pecados que confesar. Y también por diferenciarse de las demás y parecer más honestas. Como las faenas de la casa no las agobiaban, estaban deseando que tocara la campana de la iglesia para acudir inmediatamente.


Cierto que no había nadie que no estuviera bautizado y en las siguientes fases de la vida volvía a practicar los distintos sacramentos a que está obligado la vida del católico. Lo mismo al hacer la primera comunión, que ya te llevaban formado desde las escuelas, así como al casarte, teniendo como remate después de morir el entierro. Todas estas alternativas se hacían pasando por la iglesia. Por tanto, salvo algún que otro escéptico, los demás eran creyentes pero no practicantes asiduos. Había un cura entonces llamado D. Gabriel al que le importaba un bledo que la gente no acudiera a la iglesia (en otra ocasión más adelante hablaremos de él) quizás porque así le daban menos trabajo. Cuando vino la República se tuvo que marchar por no gozar de simpatías.

Crescencio Bustillo (2º por la izquierda) con compañeros de trabajo

Le relevó otro cura llamado D. Pablo del Pozo y este ya era otra cosa. Organizó las catequesis y hacia constantes llamamientos a la gente para que acudiera a los cultos (de este cura también hablaré más adelante, por haber tenido conmigo particularmente alguna relación directa en distintas fases de mi vida). Este D. Pablo, cuando estalló el Movimiento y por tanto la Guerra, le hicieron trabajar duro en distintas faenas, pero llegado el momento que peligraba su vida y para no comprometerse, le pusieron “puente de plata” para que se fuera. Y parece ser que lo aprovechó bien porque estuvo “camuflado” durante la Guerra y al final se presentó sano y salvo.

Majadahonda Magazin