carmn utreraFEDERICO UTRERA. “El innombrable” es una genial novela del dramaturgo y escritor irlándes Samuel Beckett, además de una artesanal editorial aragonesa que ha publicado alguno de mis libros, y “la innombrable” es la enfermedad de nuestro tiempo que con el mismo misterio sobre su curación más muertes ocasiona hasta el punto de constituir ya una epidemia mundial. Este viernes falleció Carmen Utrera Soler en Sevilla, pintora clandestina, cantante ocasional y bailaora espontánea. No fumaba, no beía, llevaba una vida austera y discreta. Era nieta del político y alcalde abderitano Francisco Soler, líder del Partido Liberal en el siglo XIX y apadrinado por Natalio Rivas, cacique republicano de las Alpujarras andaluzas con Segismundo Moret, Canalejas, Santiago Alba y Julio Burell, que después sería procurador en Cortes con Franco y cuyas elogiadas memorias dan cuenta de la fractura de España gracias a su amistad con personalidades de distinto signo como Gregorio Marañón, Sánchez Guerra, Juan March, etc… El sepelio se celebrará este lunes a las 20:30 horas en la Iglesia de San Pedro de Almería, ciudad en la que residió la mayor parte de su vida tras pasar su infancia en Adra y su adolescencia en la Compañía de María. 


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Con sus nietos, hace 56 días

Hija del médico abderitano Federico Utrera y pareja del traumatólogo deportivo almeriense Juan Martínez Muley, del que enviudó cuando en la edad de oro de su matrimonio le rendía pleitesía como musa, ejercía además el difícil papel de madre y esposa. Quiso el destino que fuese una noche de San Juan, que tantas veces celebró en su clínica del Zapillo, la elegida para su último viaje. Era hermana de Elisa Utrera, quizás la primera aspirante a actriz de variedades que hubo en Abdera, también de Ana Utrera, farmacéutica y una de las primeras mujeres universitarias de la provincia, y del Dr. Arturo Utrera, que falleció en Adra tras una vida consagrada a la ginecología en el Hospital de la Cruz Roja de Madrid y residente en la Urbanización Vírgen de Icíar de Majadahonda.

DSC09104Esta estirpe de personas libres e ilustradas, poco prejuiciosas y nada dogmáticas, pierde a otra de sus integrantes. Se despidió con la discreción que caracterizó su vida, la generosidad que desprendía su alma y el cariño con el que hasta el último segundo obsequió a sus hijos, nietos, amigos y demás familia. Pierden así para siempre no solo a una gran persona sino a una magistral gastrónoma que encumbró a la ensaladilla rusa y reinventó el conejo al ajillo. Que esta familia de médicos y farmacéuticos por las dos ramas tenga entre medias de ellas a un periodista que concluya sus labores redactando necrológicas porque inesperadamente torció su destino cuando estudiaba Medicina en Granada, solo evidencia que la humanidad se libró de una de sus peores plagas. Y que a cambio aceptó con resignación otra más benigna. Desgraciadamente no la única ni la última, de ahí que su hijo tenga que ejercer de escribano para denunciarla e impugnarla. La medicina dio sentido a su vida y la medicina se la llevó. Con el corazón triste y los ojos vidriosos, descanse en paz.

 

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