DR. MICHAEL GREGER. (MD, FACLM). Al inicio de mi video «Las dietas libres de gluten y de caseína para el autismo, puestas a prueba«, hablo sobre el autismo y la llamada “Teoría del exceso de opiáceos” que postula que, al ingerir ciertas proteínas del trigo y de la leche, se producen fragmentos de proteína similares a la morfina, que pasan al torrente sanguíneo, llegan al cerebro y provocan daños neurológicos que se pueden manifestar como autismo. La teoría nació cuando se encontraron péptidos opiáceos en la orina de niños con autismo, pero no en la orina de niños con desarrollo normal. Sin embargo, diez años más tarde, en un ensayo más específico, no se logró encontrar péptidos opiáceos en la orina de los niños con autismo. El análisis espectral de la orina de niños autistas era prácticamente idéntico al de los niños sin autismo, por lo que la teoría se puso en tela de juicio… hasta que se desarrolló una prueba aún más sensible.
Las concentraciones elevadas de casomorfinas circulantes —los péptidos opioides exógenos de la caseína de la leche [bovina]— podrían contribuir a la patogénesis [desarrollo] del autismo en niños. El cuestionamiento se debió a que varios estudios de espectrometría de masas no pudieron detectar casomorfinas en niños autistas. Pero, finalmente, los investigadores pudieron demostrar que los niños con autismo sí presentan niveles mucho más altos de casomorfina bovina en la orina que los niños sin autismo. Es más, “había una correlación entre la gravedad de los síntomas de autismo y las concentraciones de CM-7 [casomorfinas] en la orina”. Cuantas más casomorfinas tenían en el cuerpo, más graves eran los síntomas. Los investigadores explicaron: “Como las CM [casomorfinas] interactúan con los receptores de opioides y serotonina, que son los moduladores de la sinaptogénesis” —la creación de las conexiones entre neuronas en el cerebro—, “postulamos que la exposición crónica a niveles elevados de casomorfinas bovinas podría afectar el desarrollo temprano en niños, lo que prepara el terreno para los trastornos autistas”.
Si el aumento en la exposición a los opioides de la casomorfina proveniente de la leche de vaca se correlaciona con un aumento en la gravedad de los síntomas de autismo, ¿por qué no darles a los niños medicamentos que bloqueen el efecto de los opioides? Esa es la mentalidad médica. En lugar de eso, ¿por qué no tratar la causa con una intervención nutricional? No solo para ver si realmente es esa la causa, sino, en caso de que lo fuera, para ver si podemos ayudar a estos niños. Primero, hubo informes de casos, como uno en el que, extraordinariamente, “en 2 años, una niña de 7 años con comportamiento autista que se benefició de tener una dieta sin gluten ni caseína pasó de estar extremadamente retraída a ser una niña que se comunica de manera normal y que disfruta de la compañía de otras personas”. Es más, sus tremendas mejoras se correlacionaban con un descenso en los niveles de péptidos en la orina después de 1 y 2 años.
¿Podía ser que este caso fuera solo una casualidad? Algunos médicos publicaron resultados espectaculares que afirmaban que el 80% de sus pacientes infantiles con autismo habían mejorado después de tres meses con una dieta sin gluten ni caseína. El simple hecho de eliminar la caseína (la proteína de la leche de vaca) conducía a “una mejora importante en los síntomas conductuales…”. Sin embargo, ninguno de estos estudios tenía un grupo de control. En 2002 se publicó el primer estudio aleatorizado y con grupo de control de una intervención nutricional sobre trastornos del espectro autista. En el estudio participaron 20 niños con autismo y a la mitad, elegida de manera aleatoria, se les dio una dieta sin gluten ni caseína por un año. Les hicieron pruebas antes y después. ¿Cómo les fue a los que siguieron esa dieta? “El desarrollo de los niños en el grupo que siguió la dieta fue mucho mejor que el de los niños en el grupo de control”. Está bien, pero ¿en qué mejoraron?
Los valores de “resistencia a comunicarse e interactuar” de los 20 niños que participaron en el estudio antes y después de la etapa experimental de 1 año. En el grupo de control, 2 niños mejoraron, 2 empeoraron y el resto permaneció igual que al comienzo del estudio. Sin embargo, en el grupo que siguió la dieta, todos los niños mejoraron. También se midieron los niveles de “aislamiento social”. En el grupo de control, la mitad mejoró, mientras que la otra mitad empeoró o siguió igual. Pero, una vez más, en el grupo de la intervención nutricional, todos mejoraron. En general, en lo que respecta a “valores totales de deficiencia para las variables de aislamiento social y comportamiento extraño”, en el grupo de control, la mitad mejoró y la mitad empeoró, pero en el grupo que siguió la dieta todos mejoraron.
¿Cómo se traducen todas estas cifras a la vida cotidiana? Al principio, todos los participantes exhibían una característica muy común en los trastornos del espectro autista: la falta de relaciones sociales. Algunos ignoraban a los demás niños, mientras que otros intentaban entablar conversación, pero no sabían cómo interactuar. Algunos tenían berrinches anormales. Algunos tenían expresiones emocionales extrañas y paradójicas, como reírse cuando otra gente lloraba… Además, en algunos niños se observaron niveles de ansiedad extremos en respuesta a situaciones comunes. “Estas emociones inusuales se redujeron drásticamente en el grupo que seguía la dieta, pero no en el grupo de control. La incapacidad para ver la perspectiva de otras personas y la falta de empatía también son características comunes en los trastornos del espectro autista. A veces, algunos de los niños, de repente, les pegaban a los demás, los mordían o hacían comentarios negativos. En el grupo que hizo la dieta, hubo mejoras en el desarrollo de la empatía, pero eso no sucedió en el grupo de control. A algunos niños no les gustaba el contacto físico y lo rechazaban, incluso si era con sus padres. Después del período experimental [de un año], eso dejó de ser un problema en el grupo que siguió la dieta. Mientras que, en el grupo de control, ninguno de los cambios fue significativo, en el grupo que siguió la dieta se registraron cambios importantes [positivos] en cuanto a la relación con los padres, ansiedad, empatía y contacto físico”.
NOTA DEL DOCTOR. “Cada año, busco en la literatura académica mundial sobre nutrición clínica, reuniendo lo que considero la ciencia más interesante, práctica y revolucionaria sobre cómo alimentarnos mejor a nosotros mismos y a nuestras familias. Empiezo con los miles de artículos publicados anualmente sobre nutrición humana y, gracias a un excelente equipo de voluntarios (¡y personal!), puedo reducirlos a unos 3.000 estudios que se descargan, categorizan, leen y analizan y se convierten en unos cientos de videos cortos. Esto me permite publicar nuevos videos y artículos todos los días, durante todo el año, en NutritionFacts.org. Esto ciertamente hace que el sitio sea único. No existe ninguna otra fuente basada en la ciencia para obtener actualizaciones diarias gratuitas sobre los últimos descubrimientos en nutrición”. *El Dr. Greger es un médico de renombre mundial por ser el autor de un éxito de ventas del The New York Times y conferencista sobre nutrición, seguridad alimentaria y temas de salud pública. Como miembro fundador y socio del American College of Lifestyle Medicine (Colegio estadounidense de Medicina del estilo de vida), el Dr. Greger posee licencia como médico general especializado en nutrición clínica, graduado de la Facultad de Agricultura de la Universidad de Cornell y de la Facultad de Medicina de la Universidad de Tufts.