Un mural recordaba el crimen de Lucrecia Pérez pero fue retirado por el Ayuntamiento de Madrid, que administrativamente sigue teniendo jurisdicción sobre Aravaca

LIDIA GARCIA. Este domingo 13 de noviembre (2022) se cumplieron 30 años del asesinato de la emigrante dominicana Lucrecia Pérez, residente en Aravaca, al Oeste de Madrid, cuyo crimen conmocionó a la sociedad española al ser uno de los primeros síntomas de que España pasaba de ser un país que enviaba emigrantes a Europa o América a otro receptor de emigración. El 13 de noviembre de 1992, Luis Merino Pérez, guardia civil de 25 años, y otros tres amigos simpatizantes de ultraderecha y menores de edad, emprendieron su particular cacería. Querían “dar un escarmiento a los negros”, según su propia confesión. Y desde la Plaza de los Cubos en Madrid, al lado de Plaza de España, donde solían reunirse los «skinheads«, fueron a la discoteca «Four Roses«, que estaba en ruinas, porque sabían que allí podrían hacerlo. Luis Merino iba armado con la pistola reglamentaria y los demás con navajas, cuchillos y piedras e irrumpieron en la discoteca abandonada donde Lucrecia Pérez cenaba una sopa con tres compañeros a la luz de una vela. Merino disparó de forma indiscriminada contra el grupo y las balas mataron a Lucrecia e hirieron de gravedad a Augusto César Vargas. «Fue la crónica de una muerte anunciada. Lucrecia Pérez fue asesinada el 13 de noviembre de 1992 por un grupo de neonazis –el cabecilla, un guardia civil–, pero podría no haber sido ella la víctima y, quizás, hasta podrían no haber sido neonazis los autores», escribe la periodista Marina Velasco en la revista Huffington Post.


Marina Velasco

«Lucrecia Pérez era una mujer dominicana de 32 años, pobre, recién llegada a Madrid en busca de trabajo, madre de una niña, Kenia, de 6 años, que aguardaba en República Dominicana con el resto de la familia a que su madre volviera con recursos, o a que pudiera llevarla con ella a Europa. A Lucrecia Pérez le tocó la peor parte de la experiencia de por sí dura que vivían los migrantes como ella. A su llegada a Madrid trabajó como interna en una casa de donde la echaron a los 20 días porque “no sabía lo que era un grifo”. “Estaba enferma, con anemia. Se caía por las mañanas”, contó después la empleadora a El País, asegurando haberle dado “un trato excelente” a su criada. Enferma, sin casa, sin papeles y sin trabajo, Lucrecia acabó en un tinte, un refugio improvisado donde malvivían sus compatriotas a falta de algo mejor. A ella le tocó en la discoteca abandonada Four Roses, de Aravaca, en el norte de Madrid. Fue en ese mismo sitio donde tuvo lugar su final», concluye.


El guardia civil Luis Merino, condenado por el asesinato de la dominicana Lucrecia Pérez, a su llegada a la Audiencia Nacional

«En 1992, Aravaca se había convertido en punto de encuentro para la comunidad dominicana en Madrid, que se reunía dos veces por semana en la plaza de la Corona Boreal para intercambiar información sobre trabajos, o enviar cartas y dinero a su familia. Resulta que a muchos vecinos de Aravaca no les parecía bien que personas negras, migrantes, pobres –en su mayoría mujeres– tuvieran el ‘atrevimiento’ de juntarse en su barrio, así que protestaban por ello. Fue en la primavera de 1992 cuando la Asociación Osa Mayor se dirigió por escrito al Ayuntamiento solicitando este acceso, y avisando de la tensión, pero nadie les contestó. En verano de ese año, recuerda Mely Romero, empezaron a aparecer pintadas en los muros del centro cívico y social de Aravaca –‘negros fuera’, ‘stop inmigrantes’, ‘los españoles primero’–, además de “un montón” de pasquines racistas, “tremendos”, recuerda esta mujer.

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