CRESCENCIO BUSTILLO. En cuanto a robos tampoco sucedieron muchos en Majadahonda. El más importante y espectacular fue el cometido en la tienda del “Tío Lampistero”. Para entrar, forzaron los barrotes de una ventana por la noche y una vez dentro, quitaron las barras que atravesaban la puerta y la abrieron para sacar toda la mercancía que se llevaron, que fue muy considerable. Aparte del dinero, que también se llevaron y que creo que representaba una buena cantidad. Se comentó que atemorizaron a los viejos –el “Tío Lampistero” y su mujer, pues no tenían hijos– para que ni gritaran, ni después los delataran. El caso es que el “Tío Lampistero” duró muy poco, se murió de resultas del susto que le metieron y de ver truncadas todas las ilusiones de su vida. La mujer fue tirando como pudo con el resto de la tienda que los habían dejado. Del robo aquel no se logró detener a los culpables, aunque ocurrieron rumores de quienes habían sido.


Otro robo fue de dos mulas jóvenes en una era, en pleno verano, cuando estas y otras más se hallaban atadas por la noche a una hacina de centeno o avena. Se las llevaron limpiamente. Se suponía que eran gitanos y aunque les siguieron la pista, la tuvieron que dejar pues se adentraba en la provincia de Toledo. Y en aquellos tiempos buscar en alguno de los pueblos de esta provincia era como encontrar una aguja en un pajar. Las mulas pertenecían al “Tío Paco”, el “Sopas”, padre del Jenaro, al que me ha unido siempre una gran amistad.

Crescencio Bustillo

Hubo otra tentativa de robo de dos mulas. Era en el invierno y parece ser que se metieron sin ser vistos en la cuadra del “Tío Domingo”, el “Varela”, que tenía buenos ejemplares. El mozo o criado que estaba encargado de echarlas el último pienso se ve que notó algo raro y no se atrevió él a hacerlo, pues seguro que lo hubieran atrapado y como mal menor lo habrían golpeado y amordazado. Así que se lo pensó mejor, se fue a dormir a su cuarto o fingió hacerlo, apagó la luz y por una ventana que daba al corral, por donde forzosamente habían de pasar para salir a la calle, se parapetó con una pistola en la mano, esperando que salieran.

Crescencio B.

Así fue: dos individuos agachados, cubriéndose con las propias bestias, trataban poco a poco de ganar la puerta de la calle para haber desaparecido fulminantemente con ellas. El mozo, llamado Juan de los “Patiliques”, hizo dos o tres disparos al aire para dar la alarma y los ladrones se esfumaron como por ensalmo. Abandonaron las mulas en mitad del corral y nadie logró verles por ningún sitio. Como dato curioso decir que las bestias les habían forrado las patas con trapos enrollados, a fin de que no hicieran ruido al sacarlas por el corral.


Crescencio en una fiesta en Majadahonda

Este era a grandes rasgos el pueblo de Majadahonda donde yo nací. Allí me crié, me hice un hombre, me casé y tuve que abandonarlo para defender al Régimen legal que habían dado las urnas. La Guerra lo destruyó materialmente, pero en mi recuerdo perdura todo lo que aquí he expuesto. Y algunas cosas más que se me hayan olvidado, aunque creo haber expuesto lo más importante de la vida y condiciones situacionales del lugar. FIN. [Puede consultar todos los capítulos anteriores pinchando aquí o en el menú superior «Cultura», desplegando la sección «Historia»].

Majadahonda Magazin