Rayo Majadahonda: el pisotón de Luis Suárez en el minuto 1 le destrozó la mano al portero Gorka Giralt y decidió el partido: con VAR hubiera sido expulsión del delantero atlético ©Juan Carlos Lucas

J. FEDERICO MTNEZ. Solía decir Sócrates (el filósofo griego, no el futbolista brasileño que seguro lo suscribiría) que al pueblo no hay que decirle ni hacerle lo que le agrada sino lo que le conviene. Fue su gran revolución moral frente al fogoso Aquiles de Eurípides que sostenía que hay veces que es agradable no ser demasiado prudente. Y esa tragedia griega fue lo que se vio esta noche del 6 de enero de 2022, Día de Reyes, en el Wanda Metropolitano. Ya las crónicas glosarán como fueron los goles que todos seguramente repetirán una y mil veces. Lo que no se vio por televisión y quizás sí se apreciara en el campo, fue la codicia goleadora o la inseguridad de Simeone, disfrazada de respeto al rival, unido a esas pequeñas triquiñuelas que tiene el fútbol como es imponer a tus recogepelotas por si acaso. Así se gana un partido pero se pierde una Liga o una Champions. Así se vence en una batalla -facilona, contra un rival más débil deportiva y económicamente- pero se pierde la guerra. La desconfianza de Simeone en su portero suplente Benjamin Lecomte, de 30 años, que era guardameta del Mónaco, agradó al público colchonero, que le cantó lo de «cada día te quiero más, obí, obí, obí Oblak» (convidado de piedra al partido) pero seguramente ha abierto una sima en la plantilla de difícil arreglo: quiera el cielo que no sufra una lesión el gigantón esloveno porque Simeone perdería hasta la camisa. Alinear a 8 titulares y 4 más después del descanso no solo es un signo de respeto al rival inferior sino un suicidio deportivo cuando este domingo 9 de enero se juega su continuidad en la liga contra el Villarreal y el 13 de enero la supercopa contra el At. Bilbao. Y ya no solo por el sobreesfuerzo que supuso jugar con 10 jugadores por la lesión de Griezmann, un jugador que padecía una lesión muscular y Covid, pero al que el «Cholo» quiso exprimir antes de tiempo hasta romperlo definitivamente, sino por el mensaje de debilidad que el entrenador lanza al resto de la plantilla y de la cantera, que se aleja definitivamente de su undécimo proyecto.


J. Federico Martinez

El partido dio más de sí: el impecable arbitraje del capitán Latre, oficial del Ejército, destapó lo que todos ya sabíamos: el fútbol sin VAR vuelve a las catacumbas de la injusticia. Dos goles flagrantes en fuera de juego por liniers despistados más lentos que la velocidad del juego y una expulsión de Luis Suárez por el pisotón al portero suplente Gorka Giralt en el minuto 1 hubieran supuesto un cambio de escenario inicial. Suerte tuvo el Rayo Majadahonda de que la víctima de las fauces del uruguayo no fuera Champagne. El pobre Álvaro Fernández, tercer portero, lógicamente entró como un flan (hasta se olvidaba de que llevaba puesta la mascarilla) algo que ya asomó contra el Málaga, miedo escénico que padecieron varios futbolistas rayistas de solvencia tan contrastada como Alvaro Vega, Raul, Borja o Bernal, inhabitualmente imprecisos. Solo Susaeta, los africanos Philipe y Tassemedo, Casado y Mawi e Iturraspe cuando salieron no le perdieron nunca la cara al partido y estuvieron incluso brillantes. Eso sí, ni un solo jugador dejó de arriesgar el pie, la cabeza o el cuerpo en los duelos uno contra uno, que de hecho ganaron todos. Coraje y valor no le faltó a ninguno.


El «Cholo» se mostró bastante «desquiciado» durante todo el partido, para alegría de la parroquia colchonera, que coreó su nombre ©Juan Carlos Lucas

Abel Gómez, que había llegado la víspera a los entrenamientos por precauciones sanitarias, hizo lo que pudo. No salió de la cueva en todo el primer tiempo porque el mazazo del minuto 1 deja sentado a cualquiera, con un partido ya resuelto antes de la primera hora. Y aunque el resultado fue abultado, excesivo, exagerado pero justo, los rayistas cubrieron la mitad del estadio y fueron al menos 9.000, de los casi 18.000 asistentes, récord histórico de todas sus asistencias al Wanda desde que lo estrenó en la Segunda División. Y a pesar de la goleada, las vicisitudes para llegar y los sinsabores arbitrales, se lo pasaron en grande, como demuestran las imágenes de la grada y sobre todo el minuto final sonando el himno del Rayo Majadahonda en todo el estadio a todo trapo contra los ya inaudibles silbidos de la «barra» colchonera y los jugadores saludando a la afición del Fondo Norte y de la Tribuna Oeste, como se hace en el Cerro del Espino los días de grandes jornadas.

Majadahonda Magazin