«En el chalé vecino vivía el ventrílocuo José Luis Moreno , entonces, tiempos de una sola televisión, tan de moda “Monchito”, “Macario” y “Rockefeller”, muñecos llenos de mala uva. A Moreno luego le pasaron cosas (como las que le ocurrían a Francis Scott Fitzgerald, y por eso bebía, explicaba), cosas bastante ingratas, no sé, que sabe nadie. Pero vivía en Santa Beatriz de Silva, puerta con puerta con los Outeiriño. Por eso lo saco aquí»

VICENTE ARAGUAS. (30 de agosto de 2024). Donde acaba Majadahonda y empieza Las Rozas, en esa línea continua que no segrega pero tampoco termina de unir, hay una calle con nombre de “santinha”. Santa con apellido, de origen portugués, Campo Maior, y destino toledano. Santa fundadora de orden y, al cabo, nominadora de calle en suave declive, con casas de cierto nivel. Pisos según entramos, después chalés. Le tengo yo querencia a Santa Beatriz de Silva donde ejercí como profesor particular, incluso preceptor, a lo “Werther”, claro que sin Carlota, ni pistolones ni, mucho menos, suicidios por amor. Aparecí en dicha calle, por entonces casi arrabal majariego o donde podría dar la vuelta el aire, dispuesto a explicar materias, Lengua Española, Inglés, Historia, complementarias de un currículo oficial inagotable. Mis alumnos, hermanos Outeiriño, digamos, habían vivido en Calpisa, cerca de Santa Beatriz de Silva. Clases particulares, bella expresión para que un profesor, padre recientísimo, años ochenta, terminase de deslomarse al aire cotidiano de la falda de la Sierra.


Vicente Araguas describe la época en que José Luis Moreno, el cineasta y humorista Davis Summers, los editores gallegos Outeriño o el periodista Mauricio Vicent vivían en Majadahonda

Por entonces nevaba, sistemáticamente, en febrero. Y algún Outeiriño salía entonces a hacer trompos en el asfalto helado. (Öscar, el pequeño, aún no, “non ho l´età” podría decir con la Cinquetti, solo que él ya prefería a los Stones.) Y allá que nos fuimos el 7 de julio del 82, cuando “Naranjito”, al Calderón, el día de la lluvia y Mick Jagger empapado de todo lo que no fuera jolgorio y “I can´t get no satisfaction”, pero sí, claro. Ministros en los palcos y Umbral en uno de los corredores abrazado a una muchacha. Fui de válvula o clocló invitado por otro alumno majariego, José Manuel González Sanmiguel; dibujaba como los ángeles, ubi est? Los Outeiriño, periódico en Ourense, “La Región” y Vigo “Atlántico”, estación invernal, “Manzaneda”, vivían en Majadahonda por algún problema respiratorio de la madre, la gran Pepa Vila. La ternura personificada. Buena como el pan de Cea (o de Neda). Regía una casa, chalé opíparo, con mastines, “Kazán” y “Lúa” y un gato “Misiño”, que no perdonaba canarios ni peces de colores. ¡Ah, la naturaleza! Por allí andaba también una fámula infiel, a la que Pepa, generosa con ella, sorprendió en pleno latrocinio doméstico. Fuese y no hubo nada, así era Pepa. La sigo queriendo desde lo lejos. Como a Gus, el hermano tercero, bonachón, rostro lleno de paz a quien llevó una muerte tempranamente desoladora.


«Donde acaba Majadahonda y empieza Las Rozas, en esa línea continua que no segrega pero tampoco termina de unir, hay una calle con nombre de “santinha”. Santa con apellido, de origen portugués, Campo Maior, y destino toledano. Santa fundadora de orden y, al cabo, nominadora de calle en suave declive, con casas de cierto nivel. Pisos según entramos, después chalés. Le tengo yo querencia a Santa Beatriz de Silva donde ejercí como profesor particular, incluso preceptor, a lo “Werther”

En el chalé vecino vivía el ventrílocuo José Luis Moreno, entonces, tiempos de una sola televisión, tan de moda “Monchito”, “Macario” y “Rockefeller”, muñecos llenos de mala uva. A Moreno luego le pasaron cosas (como las que le ocurrían a Francis Scott Fitzgerald, y por eso bebía, explicaba), cosas bastante ingratas, no sé, que sabe nadie. Pero vivía en Santa Beatriz de Silva, puerta con puerta con los Outeiriño. Por eso lo saco aquí. Aquella casa, la de Pepa y José Luis Outeiriño, era una romería, pura fraternidad hospitalaria. De los habituales, Mauricio Vicent, un tipo inteligentísimo e irónico, en línea con su padre, el gran Manuel Vicent. Tuve con él, con Mauri, duelos dialécticos que me ponen nostálgico, ahora que Mauricio, corresponsal de “El País” en La Habana, ya no puede replicarme. Y por eso le digo que ha sido un referente para mí, de cordialidad sensible y un punto sardónica. En el umbral de Santa Beatriz de Silva, entrando en alguna casa de pisos, veía a la tarde, al vuelo de amores difíciles, a Manuel Summers, director de cine, látigo de progres tal vez como consecuencia de los palos recibidos de ellos cuando se pasó al cine más comercial, ”Ya soy mujer” y por ahí seguido. Santa Beatriz de Silva. La dejo por hoy, que marcho de “paquete” en la motocicleta de Öscar en el tramo por asfaltar de lo que es Avenida de España y entonces pista forestal, bien florida en primavera. Desde Reyes Católicos hasta la glorieta que enlaza Doctor Calero con la Carretera del Plantío. Ahí vamos. *Vicente Araguas es autor de «El deseo aislado. Poesía 2010-2024» (Ed. Sial/ Pigmalión).

Majadahonda Magazin