Primavera en Milán: Vicente Araguas con sus alumnos del Colegio Logos

VICENTE ARAGUAS. (17 de abril de 2025). Italia, Amore Senza Fine. Más voy a Italia más me siento como en casa. Nada extraño, pues, visitando un país tan cálidamente nuestro. Y nosotros de ellos, porque hay amores que en lugar de matar, como dice la sentencia, en italiano, “amori che uccidono”, viven y reviven con el tiempo. Con el tiempo que hace que las canciones italianas, años cincuenta y sesenta, antes de la explosión pop, recreada de alguna manera por Adriano Celentano en “Il ragazzo della Via Gluck”, eran nuestro pan auditivo de cada día. Luego vendrían otras melodías pero todo aquello, Buscaglione, Modugno, Marino Marini, Renato Carosone, Mina, Milva, Cinquetti y “tutti quanti”, iban dejando el “sapore di sale” que cantaba Gino Paoli. Italia, la ventura, del Gran Capitán, cuando el efecto búmeran de la latinidad que nos dejó 4 lenguas peninsulares, lo que no siendo poco es mucho. Italia, que acabo de recorrer en un “giro” apretado de 8 días: Milán, Venecia, Padua, Bolonia, Florencia, Pisa y, al final, Roma. Al final o al principio, que Roma lo es todo. Y mucho más todavía. ¡Qué más da, por tanto, empezar por la conclusión! En Fiumicino, ese río pequeño, de “fiume”, naturalmente, donde unas camarera, viéndome “chiacchierone”, parlanchín, pues, tal vez lo sea, me cuenta que necesita una pausa para fumar. Le digo que besar a quien fuma es besar un cenicero. Responde rápida que sus cigarrillos son electrónicos. “Besos eléctricos, pues”, contesto. Y la camarera se muere de risa, con esa manera italiana un punto desagarrada como la voz de Sandro Giaccobe cuando canta “Il giardino proibito”. Camarera italiana, dije, y van quedando ya pocos. Muchos son de Bangla Desh, asombrados cuando hablo de Dacca, el golfo de Bengala, Mujibur Rahman o de cuando la astucía británica creó Paquistán Oriental. Conocimientos elementales de antes de que Google matase los conocimientos mínimos. La hostelería italiana, en manos de fuera, por lo tanto. En Roma, sobre todo. Amable, en general, y bastante cuidada, a pesar del aluvión turístico, en cualquier época, en todos los momentos.

Venecia: San Marcos. Campanile

Primavera Pisana

ATIBORRADOS TREVI, NAVONA, SPAGNA, PANTEÓN y por ahí seguido en un panorama romano donde solo falta Vivien Leigh en aquella película del portorriqueño Quintero: “La primavera romana de la Señora Stone” donde la mujer madura era víctima de los encantos del “gigoló” Warren Beatty. Porque la inmersión de Anita Ekberg en la “Fontana de Trevi” hoy sería no ya dudosa sino técnicamente imposible, con las correas que separan la parte superior de un agua más monetaria que benéfica. Se habla de tornos que impidan el paso a quienes no paguen peaje a lugar tan frecuentadísimo. Entro en la farmacia de la plaza para comprar el unguento milagroso para caminantes doloridos, que se llama “Bálsamo del Tigre”. Y la farmacéutica, cansada, me confirma que la gente no va a Trevi por asuntos boticarios. No más que a otros puntos de la ciudad, que otros son aquí los motivos para la jarana. Y yo me sumerjo en el bullicio, en el “casino”, que en italiano vale también para bulla.

«Italia, que acabo de recorrer en un “giro” apretado de 8 días: Milán, Venecia, Padua, Bolonia, Florencia, Pisa y, al final, Roma. Al final o al principio, que Roma lo es todo»

De Venecia a Lido di Jesolo

ROMA, SÍ, CIUDAD BULLANGUERA, donde “pecunia non olet”, dinero no huele, como dicen que dijo Vespasiano, cuando le reprocharon aplicar impuestos a los usuarios de su novedoso sistema de letrinas y cañerías para aliviar con la debida sanidad intestinos y vejigas romanos. De Trevi a la Piazza di Spagna, la mítica escalinata aún sin las buganvillas de su esplendor en el mármol. Y en el Panteón, peaje de nuevo, esa hendidura o herida del milagro. Que permite que la lluvia o la nieve se redondeen en honor a Agripa o a quienes lograron que este templo de todos los dioses sea de quienes nos asomamos a su suelo para que el cielo se rebotase en él de semejante manera. Pero Roma, ya se dijo, es mucho más. Seguiré o seguiremos.

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