De Majadahonda a la playa: «Los niños son los verdaderos protagonistas de la escena. Corren descalzos por la arena, persiguiéndose entre risas y gritos. De vez en cuando, una de sus carreras me alcanza, y no puedo evitar sonreír cuando me salpican con agua. Sus carcajadas son contagiosas y me recuerdan la simplicidad de la diversión pura. Es imposible no sentirme arrastrado por su entusiasmo, por esa libertad sin limites que derraman»

MIGUEL SANCHIZ (23 de agosto de 2024). El mar siempre ha sido mi refugio, un lugar donde el tiempo parece detenerse. Cada vez que vengo a la playa, siento que dejo atrás las preocupaciones y me sumerjo en una sensación de libertad indescriptible. Hoy, la playa está llena de vida: familias, grupos de amigos, y una cantidad interminable de niños que llenan el espacio con su energía. Los niños son los verdaderos protagonistas de la escena. Corren descalzos por la arena, persiguiéndose entre risas y gritos. De vez en cuando, una de sus carreras me alcanza, y no puedo evitar sonreír cuando me salpican con agua. Sus carcajadas son contagiosas y me recuerdan la simplicidad de la diversión pura. Es imposible no sentirme arrastrado por su entusiasmo, por esa libertad sin limites que derraman. A unos metros, un grupo de adolescentes juega al fútbol. Sus gritos de emoción y las risas se mezclan con el sonido de las olas rompiendo en la orilla. De repente, una pelota escapa del control de uno de ellos y viene directamente hacia mí. Intento esquivarla, pero el balón me golpea suavemente en la pierna. El jugador se acerca rápidamente para disculparse y con una sonrisa le aseguro que no hay problema. Es parte del encanto de la playa: compartir el espacio y ser parte de ella.

De Majadahonda a la playa: «A unos metros, un grupo de adolescentes juega al fútbol. Sus gritos de emoción y las risas se mezclan con el sonido de las olas rompiendo en la orilla. De repente, una pelota escapa del control de uno de ellos y viene directamente hacia mí. Intento esquivarla, pero el balón me golpea suavemente en la pierna. El jugador se acerca rápidamente para disculparse y con una sonrisa le aseguro que no hay problema. Es parte del encanto de la playa: compartir el espacio y ser parte de ella»

Miguel Sanchiz

Mientras tanto, las olas continúan su danza eterna. Llegan y se marchan con una regularidad que resulta casi hipnótica. No les importa si hay personas en su camino; Siguen avanzando y retrocediendo con una serenidad imperturbable. Me acerco a la orilla y dejo que el agua me moje los pies, sintiendo el frescor que contrasta con el calor del sol. Cada ola es un recordatorio de la inmensidad del océano, de la fuerza y la calma. El agua, es siempre la misma. La misma que acunó las naves de Colón o los barcos de Lepanto.

Majadahonda Magazin