Vicente Araguas: «El propio Mozart, jovencito prodigio, anduvo por Olomouc, esa ciudad morava bellísima, gótica y barroca, y barricada de adoquín (ecos de diligencias sobresaltando la severidad austro-húngara). Mozart huyendo de la epidemia de viruela vienesa, Mozart completando en Olomouc, 11 años tenía el ángel, su “Sinfonía Nº 6”. Pero yo fui a San Mauricio a escuchar un “Réquiem” tan impecable como el otoño moravo.»

VICENTE ARAGUAS. (10 de noviembre de 2024). *Autor de «El deseo aislado. Poesía 2010-2024» (Ed. Sial/ Pigmalión) que se presenta este lunes 11 de noviembre (2024) en la Biblioteca Francisco Umbral de Majadahonda a las 19.00 horas. Otoño Moravo. Hay otoños y otoños (hay cosas y cositas, como dice la mujer que amo), esa estación sabrosa como –digamos– el puré de castañas, las hojas muertas, de Kosma y Prevert, o el frío que todavía no lo es y se vence, en su deriva menuda, por este sol templado, tan definitivamente otoñal, que nos acaricia como la voz de Barbara cantando “Nantes”. Que escucho ahora, recién llegado en viaje frugal, como la estación, de Moravia. Donde doy en perderme (y ganarme) últimamente, atraído por su dulzura, por su música; el sábado, 2 de noviembre, escuché el “Réquiem” del divino Mozart en la iglesia de San Mauricio. Decir Moravia (decir la República Checa) y decir música es incurrir en flagrante pleonasmo. Y es que pocos países pueden alzar tradición y práctica semejantes (Smetana, Dvorak, Mahler, Janacek, Novak y me quedo corto). El propio Mozart, jovencito prodigio, anduvo por Olomouc, esa ciudad morava bellísima, gótica y barroca, y barricada de adoquín (ecos de diligencias sobresaltando la severidad austro-húngara). Mozart huyendo de la epidemia de viruela vienesa, Mozart completando en Olomouc, once años tenía el ángel, su “Sinfonía Nº 6”. Pero yo fui a San Mauricio a escuchar un “Réquiem” tan impecable como el otoño moravo.

Vicente Araguas: «Y las hojas caídas hechas tropel son un poema sinfónico. Un baile, una danza que se hace y deshace. Como la sardana para el gran poeta Joan Maragall. Otoño moravo: alegría»

TAN ESTALLIDO DE OCRES Y PARDOS, COMO LA VIDA CUANDO SE DEJA IR CON BELLEZA, O EN BELLEZA. Que eso es la música grande, la belleza más exquisita. Así la vista de Olomouc desde la torre de San Mauricio. Y San Wenceslao, San Miguel, Santa María de las Nieves, vistas a través de la altura, gótico y bárroco en delirio de agujas y pináculos. Y en los parques las hojas bailando y amontonándose para deshacerse después en una danza que no tuviese fin, pero sí finalidad. La misma de la belleza que se nutre de sí misma. Vista de Olomouc desde la torre de San Mauricio, pidiendo el Greco de Toledo o el Vermeer de Delft. Otoño moravo al que llego desde Praga, en un tren melancólico, luego de un avión chabacano (el de vuelta sería peor con pasajeros chillones y un pasaje empeñado en vender papeletas para no sé qué sorteos, solo faltaba aquel buen hombre que proclamaba el sorteo de un jamón en el Cerro del Espino).

Vicente Araguas: «Otoño moravo al que llego desde Praga, en un tren melancólico, luego de un avión chabacano (el de vuelta sería peor con pasajeros chillones y un pasaje empeñado en vender papeletas para no sé qué sorteos, solo faltaba aquel buen hombre que proclamaba el sorteo de un jamón en el Cerro del Espino)»

OTOÑO, TAMBIÉN, DE INTERIORES, EN PAVELČAKOVA, 20. Entonces pudiera ser que el nublado corone el Palacio de Justicia, justo en frente, y serán los tranvías los que pongan la música del otoño. Otoño moravo, los niños tan llenos de esperanza en estos tiempos turbios que me entristecen con las noticias tristes que la televisión checa envía de España, el domingo, 3 de noviembre. Bajo a la calle, todavía bajo el sol templado, camino de los parques que Olomouc prodiga. (Olomouc, belleza escondida, para los que al hablar de Moravia se centran en Brno, hoy la capital morava después de que lo fuera la propia Olomouc). Bajo al dominio callejero, y me pierdo en él hacia los parques. Y orillo también el río Morava, esperando aún su Smetana que lo inmortalice, aun más, como hiciera don Bedrich con el Moldava, ese mar de Praga, donde solo faltan las almadrabas para hacerlo más mar todavía. Otoño moravo, en fin, como volver a la realidad más hermosa. Con esos jardines que me llevan hacia Aranjuez, donde tantas veces me pierdo. Que todo es mundo. Y todo debería ser bello. Y Joaquín Rodrigo, tumba tan delicada en Aranjuez, pero -sobre todo- espacio infinito en nuestra sensibilidad, y no solo por el “Adagio”, realza también los otoños. Porque el otoño es música. Y las hojas caídas hechas tropel son un poema sinfónico. Un baile, una danza que se hace y deshace. Como la sardana para el gran poeta Joan Maragall. Otoño moravo: alegría.

 

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