Olomouc, capital que fue de Moravia (unas de las tres regiones checas, las otras dos, Bohemia y Silesia, esta compartida con Polonia y Alemania), hoy lo es Brno (Berno tal como se debe decir), viene siendo de una belleza extrema. Me niego a llamarle la “pequeña Praga”, como reza alguna guía turística, puesto que su hermosura es, decididamente, autóctona.

VICENTE ARAGUAS. (10 de agosto de 2024). La c checa, equivalente a nuestra ese, hace que en puridad este topónimo resulte Olomouts. Topónimo que bien pudiera venir de Julius Mons (Monte de Julio), y es que según la leyenda por aquí anduvo también Julio César. Cosa nada extraña si consideramos las andanzas cesarianas, capaz de llegar a Egipto y alzarse con la peana y la santa (Cleopatra). Lo cierto es que Olomouc, capital que fue de Moravia (unas de las tres regiones checas, las otras dos, Bohemia y Silesia, esta compartida con Polonia y Alemania), hoy lo es Brno (Berno tal como se debe decir), viene siendo de una belleza extrema. Me niego a llamarle la “pequeña Praga”, como reza alguna guía turística, puesto que su hermosura es, decididamente, autóctona. Y un atractivo extra de Olomouc es que aquí no llega ese turisteo que ha hecho de Praga la ciudad más agobiante de los circuitos posibles. Recuerdo un Sabado Santo en el mítico Puente Carlos, abajo el espectacular Moldava, casi más mar que río, con tanta vida en sus orillas que recuerda al Guadalquivir de los clásicos, o las almadrabas aquellas que pintara Cervantes en “La ilustre fregona”, cuando la aglomeración, en gran parte española, impedía avanzar un solo paso, tal era la muchedumbre, y es que allí estaba todo el mundo, incluyendo a Pelé, Melé y el rabo de la escoba.

Crónica viajera de Vicente Araguas

Olomouc, pasear por sus callejuelas con sabor medieval, asombrarse ante su gótico y barroco, San Wenceslao y San Miguel, orillar por la ribera del Morava, adentrarse en la Universidad Palacky (creación jesuítica, por cierto), resulta todo un placer de dioses. Aparte los parques que hacen que Olomouc respire unos aires sanísimos, sometida a una industrialización tan necesaria como controlada. Los jesuitas: nunca he sido alumno de ellos, reducido mi trato directo a un año, el primero de carrera, en el Colegio Mayor San Agustín, de la Compañía, en Santiago de Compostela. Sé de ellos que fueron tan queridos como odiados, en tiempos en que no tenían el “low profile” que hoy los caracteriza. Sé que fueron expulsados de sus reinos por los monarcas ilustrados, como también lo hizo la II República Española. Pero conozco igualmente que el gran James Joyce, alumno de los jesuitas en su Dublín natal, dijo de de ellos que les debía mucho de su estilo literario, riguroso por disciplinado y eficaz en la economía expresiva. Eso dijo, y lo cierto es que algunas de las mejores universidades checas, tiempos históricos confusos en un país sometido a convulsiones históricas de todo tipo, tienen raíz en los hijos de Loyola.

Olomouc, pasear por sus callejuelas con sabor medieval, asombrarse ante su gótico y barroco, San Wenceslao y San Miguel, orillar por la ribera del Morava, adentrarse en la Universidad Palacky (creación jesuítica, por cierto), resulta todo un placer de dioses.

Convulsos tiempos, digo, en -pongamos- los últimos ciento veinticinco años para un país que pasó de imperio austro-húngaro a ser Checoslovaquia. De los más avanzados de Europa hasta el “crack” de Walll Street, primero, y la invasión nazi después. Que se apoderó de los sudetes, haciendo “protectorado” el resto. Mientras Eslovaquia, dirigida por un infame sacerdote católico llamado Josef Tiso, se convertía en títere colaboracionista de la “bestia parda”. Lo ahorcaron en 1946, otra historia. Luego el comunismo, con checos y eslovacos reunificados, y la consabida dictadura. Con la invasión del 68, los tanques venidos de la Unión Soviética, aplastando el socialismo con rositro humano. Caída del muro, en fin, y el “divorcio de terciopelo” que en 1993 separa, parece que definitivamente, aunque en la Historia no hay nada que sea para siempre, claro, dos países hermanos, hoy República Checa y Eslovaquia. Es decir todo un terremoto continuado en un páis situado demasiado estratégicamente en el centro de Europa, y en consecuencia víctima de todos los apetitos. Olomouc, posición estratégica, equidistante de Viena y Praga. Solo que la mayor frecuencia de trenes desde la capital de la República Checa aconseja volar a ella. Como punto de inflexión. He de volver a Olomouc, donde me pierdo y encuentro en los dos últimos años, valga hoy este anticipo. *Vicente Araguas es autor de «El deseo aislado. Poesía 2010-2024» (Ed. Sial/ Pigmalión).

 

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