«Haced y observad todo lo que os dicen; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen» (Mateo, 23, 2-3). Esta acusación no se limita a un contexto religioso del siglo I, sino que revela un conflicto atemporal entre la autoridad auténtica y la ostentación vacía del poder. Jesús habla como un profeta que, al estilo de Jeremías o Isaías, desenmascara la corrupción del culto cuando nunca va acompañado de una vida decente y justa».

LISANDRO PRIETO FEMENÍA. (Majadahonda, 15 de abril de 2025). Docente. Escritor. Filósofo. «Martes Santo: el absurdo de una fe sin compromiso». «Todo lo que hacen es para ser vistos por los hombres» (Mateo, 23, 5). Durante este Martes Santo, la liturgia cristiana recuerda los discursos y las enseñanzas de Jesús en el templo de Jerusalén. Este día, tal como lo presenta el Evangelio según San Mateo (capítulos 23 al 25), está marcado por la controversia con los fariseos y doctores de la ley, la denuncia de la hipocresía religiosa, y la proclamación de parábolas que invitan a la vigilancia, la fidelidad y la responsabilidad en la espera del Reino. En primer lugar, tenemos que analizar la figura de Jesús como profeta y maestro de sabiduría. Mateo 23 abre con una severa crítica hacia los escribas y los fariseos: «en la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced y observad todo lo que os dicen; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen» (Mateo, 23, 2-3). Esta acusación no se limita a un contexto religioso del siglo I, sino que revela un conflicto atemporal entre la autoridad auténtica y la ostentación vacía del poder. Jesús habla como un profeta que, al estilo de Jeremías o Isaías, desenmascara la corrupción del culto cuando nunca va acompañado de una vida decente y justa.

Lisandro Prieto Femenía. Docente. Escritor. Filósofo.

«LA PALABRA DE JESÚS ES UNA PALABRA QUE DIVIDE Y PONE EN CRISIS, porque también está cargada de la verdad de Dios y reclama conversión» dice al respecto el teólogo suizo Hans Urs von Balthasar en «El corazón del mundo, 1979, p. 112). Así, Cristo no sólo enseña sino que interpela, denuda las máscaras de la religiosidad institucional exterior y coloca el centro del juicio en la coherencia entre palabra y obra, entre lo que se dice y lo que se hace. Asimismo, este día está acompañado de parábolas relevantes para un tiempo de espera. En los capítulos 24 y 25, el tono se torna escatológico de hecho. Jesús habla del fin de los tiempos, pero lo hace mediante imágenes que nos remiten al presente: la parábola de las diez vírgenes (Mateo, 25, 1-13), la de los talentos (Mateo 25, 14-30) y el juicio final (Mateo, 25, 31-46). Cada una de estas parábolas subraya una dimensión clave para la vida de los cristianos: la vigilancia, la fidelidad activa y el amor concreto al prójimo.

LA «PARÁBOLA DE LAS DIEZ VÍRGENES» se sustenta cuando Jesús narra la historia de diez vírgenes que esperan al esposo. Cinco eran prudentes y llevaban aceite para sus lámparas; cinco eran necesarias y no lo hicieron. Cuando llegó el esposo, las prudentes entraron con él al banquete de bodas, y las necias quedaron afuera, ante lo que Cristo concluye: «Velad, porque no sabéis ni el día ni la hora» (Mateo, 25,13). Esta parábola habla del tiempo de espera escatológica, es decir, la preparación espiritual ante la venida del Señor, mientras que el «aceite» simboliza la gracia interior, la caridad activa y la vigilancia constante. El aceite, en esta clave, no puede ser compartido, porque representa la interioridad irremplazable de cada uno: la fe viva, la oración y el compromiso.

LA LECTURA DEL MARTES DE PASCUA: EL JUICIO QUE NOS DESCENDERÁ. La culminación de este tríptico de parábolas es el juicio final (Mateo, 25, 31-46), donde Jesús se identifica con los más pequeños e inocentes [los pobres, los que piden los que necesitan], al señalar que «lo que hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mateo, 25, 40). Aquí, se redefine el criterio del juicio divino: no es la ortodoxia doctrinal ni la religiosidad visible, sino el amor encarnado, el servicio al necesitado, lo que determina la fidelidad a Dios. Complementariamente, el teólogo protestante, víctima y mártir del nazismo, Dietrich Bonhoeffer, escribió desde la prisión que «la Iglesia sólo es Iglesia cuando existe para los demás… no para dominar, sino para ayudar y servir» («Resistencia y sumisión», 1951), p. 400). Lo que este mártir está captando aquí es, justamente, el espíritu del Martes Santo: una fe que no se refugia en las estructuras, sino que se verifica en la entrega cotidiana al otro. De nada sirve ser la típica señora que va a misa a diario y que no se le cae el Jesús de la boca, si en la primera oportunidad que le da la vida, le hace daño a alguien, con palabras o acciones concretas. Hoy, como en los tiempos de Jesús, abundan las estructuras religiosas que pueden vaciarse de contenido profético. En una era del espectáculo, hiperconectividad hueca y simulación, la advertencia de Cristo contra la hipocresía cobra nueva vigencia. ¿No ocurre esto con cierta religiosidad que busca aprobación social, o incluso con discursos morales que no se terminan traduciendo en compromiso social real?

Majadahonda Magazin