Semana Santa en Majadahonda: «En tiempos de creciente desigualdad, de migrantes descartados, de pueblos silenciados por la violencia y la indiferencia, Cristo sigue preguntando: «¿Dónde estabas cuando tuve hambre, sed o fui forastero?»

LISANDRO PRIETO FEMENÍA. (Majadahonda, 16 de abril de 2025). Docente. Escritor. Filósofo. Analizamos esta Semana Santa la parábola de los talentos (Mateo, 25, 14-30): un hombre, antes de partir de viaje, confía a sus siervos 5, 2 y 1 talento respectivamente. Los dos primeros, deciden hacerlos producir; el tercero, por miedo, lo entierra. El amo premia a los primeros y reprende al último, quitándole incluso lo poco que tenía escondido. Pues bien amigos, esta parábola de Semana Santa nos interpela sobre el uso de los dones que hemos recibido. Un «talento» era una gran suma de dinero en los tiempos de Jesús, pero su simbolismo remite a las capacidades, oportunidades y responsabilidades otorgadas por Dios. Al respecto, el gran Benedicto XVI comentó que «la parábola enseña que Dios no nos da a todos lo mismo, pero nos pide que hagamos fructificar lo que nos ha dado… Es una parábola del sentido del trabajo, de la responsabilidad y del crecimiento espiritual» (Benedicto XVI, Ángelus, 16 de noviembre de 2008), indicando con ello que el siervo que entierra su talento actúa por temor, no por maldad, pero aquí justamente radica lo más importante: el miedo y la indiferencia son enemigos del Reino.

Lisandro Prieto Femenía. Docente. Escritor. Filósofo.

EN TIEMPOS DE PRECARIEDAD, DE DESESPERANZA, DE CINISMO MORAL Y CULTURAL, esta parábola nos recuerda que ser fiel no es conservar, sino multiplicar: hacer fecundo el don, compartir el conocimiento, ejercer la solidaridad cotidiana, etc. otro”, (Madrid, Trotta, p. 140). Asimismo, la parábola de los talentos nos interpela frente a la cultura de la mediocridad premiada y el miedo a arriesgarse por otro. Ante esto, es indispensable que nos preguntemos ¿Qué estamos haciendo con los dones que nos ha confiado? ¿Estamos escondiéndolos bajo tierra o multiplicándolos en beneficio de los demás? Evidentemente, el juicio escatológico desafía toda espiritualidad que olvide la dimensión social que tiene la fe: en tiempos de creciente desigualdad, de migrantes descartados, de pueblos silenciados por la violencia y la indiferencia, el Cristo del Martes Santo sigue preguntando: «¿Dónde estabas cuando tuve hambre, sed, o fui forastero?». Por último, nos encontramos con la parábola del juicio final (Mateo, 25,31-46): Jesús describe cómo, al final de los tiempos, el Hijo del Hombre separará a las naciones como un pastor a las ovejas de las cabras. A unos dirán «tuve hambre y me disteis de comer…» ; a otros dirán «tuve hambre y no me disteis de comer...» . El criterio aquí es claro: el amor concreto hacia el necesitado.

EL ROSTRO DE DIOS SE OCULTA EN LOS POBRES, EN LOS HAMBRIENTOS, EN LOS PRESOS. Esta parábola concluye el capítulo 25 con una revelación radical. No hay neutralidad aquí, porque omitir el bien es condenarse. Al respecto, Hans von Balthasar expresa que «no basta con no hacer el mal: el amor cristiano es acción, es salida de sí, es compromiso con el rostro sufriente del otro. Aquí no hay alegoría: Cristo se identifica con el pobre» (Von Balthasar, HU 1981, «Amor solo es digno de fe». Madrid: Ediciones Encuentro, p. 134). Esta enseñanza culmina toda la predicación de Jesús: es la «parábola sin símbolos», donde el juicio se basa en los actos reales de compasión. En una sociedad marcada por la exclusión romantizada, por la invisibilidad de los descartados, esta parábola es un grito ético atemporal: no se trata sólo de creer, sino de amar con eficacia. En tiempos de redes sociales y justicia simbólica, el Evangelio exige hechos concretos y directos: dar de comer, dar abrigo, visitar, consolar, curar, escuchar. Sobre este asunto en particular, la filósofa Hannah Arendt nos advertía que «la mayor maldad puede consistir en no hacer nada, en no ver al otro, en pasar de largo como si no existiera» (Arendt, H. 1963, «Eichmann en Jerusalén». Barcelona: Lumen, p. 287).

PERSONAS CON O SIN CORAZÓN. Este Martes Santo no es simplemente una jornada del calendario litúrgico, sino una interpelación permanente a vivir una fe con obras, una religión sin hipocresías, una vigilancia activa que no le tenga miedo al compromiso. Al respecto, el Papa Francisco nos dijo que «el verdadero templo de Dios es el corazón del hombre, donde habita su Espíritu. Que no nos pase lo que a aquellos fariseos: limpiar lo exterior y dejar el interior lleno de podredumbre» (Homilía, Martes Santo, 27 de marzo de 2018). En fin, queridos lectores, espero que esta jornada nos ayude a revisar nuestras actitudes, a encender nuestras lámparas ya esperar al Esposo con alegría y obras de amor, porque la Semana Santa no es una conmemoración muerta para irse de viaje en un fin de semana largo, sino una oportunidad viva de conversión.

Majadahonda Magazin