VICENTE ARAGUAS (12 de agosto de 2024). Hace veinte años, convocado por Visor, junto con un conjunto nutrido de escritores y críticos, para un libro llamado “Centuria”, conmemorativo del número 500 de su colección de poesía, hube de escoger el poema más representativo del Siglo XX en lengua española. Yo quería optar por un poema de Neruda (a la postre, en dicha antología, el poeta más citado, luego de Antonio Machado), por la revolución que supuso para un muchacho de 15 años, en su provincia llena de pasiones indecisas, la lectura de “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”.
Pensé, claro, en el XX: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche” o el XY: “Me gustas cuando callas porque estás como ausente”. Pero desdeñé tales opciones por pensar que otros harían lo mismo. Resultó que no, que esos dos poemas quedaron en el aire ajeno a “Centuria”, tal vez por el mismo razonamiento por mí empleado. Escogí el VI: “Te recuerdo como eras en el último otoño./ Eras la boina gris y el corazón en calma.” Luego, en una antología de su obra de la mano del propio Neruda, vi que el chileno había elegido de su libro más difundido esas tres muestras. Se cumplen este año los primeros cien (las generaciones futuras seguirán bebiendo de él con la misma sed pasional de aquel adolescente de Neda, en 1966) de este libro prodigioso. Que en 1960 había vendido unos 2 millones de ejemplares. Un milagro. En poesía un libro que despache tres mil copias es todo un éxito.
Yo venía todo lo más de Rubén Darío o Bécquer (un poco del eco de Byron, Shelley y Keats) y en gallego (también en español) de Rosalía de Castro. ¡Y cómo me alegra que nuestra poeta nomine calle y colegio majariegos! Cuando viene Ana Burgos y me regala un libro de tamaño reducido, editado por Losada, que hablaba de amor y desesperaciones. ¡Y ello cuadraba en aquel doncel provinciano, tan lejano el de Sigüenza, que mitificaba el amor y su contrapartida: el desamor desesperado! De ellos venía y me encuentro con Neruda, inmenso, hiperbólico, incluso, pero también contenido, de quien memoricé aquel “Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos”, culpable seguramente de que la madre de Vargas Llosa tuviese los “Veinte poemas” escondido en un cajón del secreter de su alcoba. Pablo Neruda, nacido Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto, a partir de un maravilloso escritor de Praga, casa natal visible por el turismo impenitente que desborda la capital de la República Checa, Jan Neruda, quien refleja en su “Cuentos de la Malá Strana” el devenir de su ciudad bajo el imperio austro-húngaro, y el alemán –que no era su idioma, sí sería el de Kafka- como idioma hegemónico.
Kafka muere el año de la primera edición de “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” (“Oh sentina de escombros, pozo abierto y amargo”), hace ahora un siglo, o de cómo los caminos literarios a veces se entrecruzan. Pablo Neruda muere, hoy hay muchas certezas de que su muerte fue acelerada, días después del “pinochetazo”, casi al mismo tiempo que otros dos Pablos inmortales: Picasso y Casals. De quienes escribiera el gran Vinícius de Moraes: “Que ano mais sem criterio/ ese de 73/ Levou para o cemitério/ trěs Pablos de uma só vez.” Para ellos, como nunca, “El cant dels ocells” de Pau Casals. Yo me repliego, releyendo mi libro de cabecera, a mis cuarteles de verano, no, no creo en las lecturas estivales: quien lee de verdad ahuyenta las estaciones. Si acaso acoge a las de tren, como aquellas que conoció Neruda cuando aún no era Neruda, y su padre maquinista ferroviario en Temuco, y -nos dejó dicho de su niñez- : “mi único personaje inolvidable fue la lluvia”. Uno de los míos, él. Sí. *Vicente Araguas es autor de «El deseo aislado. Poesía 2010-2024» (Ed. Sial/ Pigmalión).