Un suceso real: «Cuando ahora contemplo mi vida desde mi niñez feliz en una ciudad que ahora es polaca y se llama Kolobrzeg, puedo decirte, querida Nelly, que he sido afortunada. Mis hijas y nietos me adoran, he sobrevivido a la barbarie de la guerra y conseguí rehacer mi vida y formar una familia en un país donde siempre ha reinado la paz. Además, mi padre y hermanos sobrevivieron también a la guerra en Austria y soy consciente, ahora más que nunca, de que un ángel de la guarda ha protegido siempre mi vida» (Brigitte Anneliese Neumann)

EYTHOR YRAOLA. (Majadahonda, 12 de enero de 2025). Milagros en la vida de Brigitte Anneliese Neumann. La Residencia de ancianos se encontraba a las afueras de la ciudad, era un edificio moderno que albergaba a unos 80 ancianos que vivían en habitaciones dobles o individuales. En la primera planta, junto a la recepción, había un acuario con peces de vivos colores, una tienda, un amplio comedor, una capilla y un servicio de peluquería para los residentes. Brigitte compartía habitación con Nelly desde hacía 2 años, una amiga alemana como ella. La habitación daba a un pasillo cerca de un salón grande con una amplia terraza donde se encontraba; la cocina, una jaula con dos jilgueros y sofás frente a un televisor. Los residentes, en ese ala del edificio, eran todos terminales, algunos eran jóvenes con enfermedades serias, otros enfermos de cáncer que arrastraban respiradores de oxígeno y, como en el caso de Brigitte, quien, —pasados los ochenta no podía valerse ya por sí misma— sus hijas, después de encontrarla tendida en el suelo de su apartamento, habían decidido ingresarla en la residencia.

Eythor Yraola

La habitación compartida tenía un gran ventanal que daba a los jardines que rodeaban el edificio donde crecían abetos y matas de flores que daban un toque de color al recinto en primavera. En los pasillos reinaba la paz y las cuidadoras, de todas las edades, se desvivían por atender a los residentes y visitantes con una amabilidad sincera y espontánea. Brigitte había tenido una vida llena de penalidades. Sobrevivió de joven a la Segunda Guerra Mundial, fue también emigrante, madre de familia, viuda, y había tenido una larga vida laboral, primero en la tienda de ultramarinos que regentó con su marido, Thorsteinn Jónsson, (heredada de su padre, Jón Jónsson de Vadness, quien falleció a causa de la gripe española en 1918) y posteriormente en la Central de Autobuses de la capital, también trabajando largas jornadas en una tienda durante casi 14 años hasta su jubilación en 1997.

Un agricultor orgánico de Polonia trabajando en su granja. Crédito: Cortesía de Malgosia Dobrodziej

Brigitte era una mujer fuerte y trabajadora que en ningún momento de su vida, ni en los más duros, dejaba de sonreír, su semblante inspiraba paz transmitiendo a los que la rodeaban una alegría que provenía de lo más profundo de su ser. Quizá los sufrimientos del pasado habían forjado su alma hasta convertirlo en un diamante puro y brillante que solamente irradiaba bondad. «¿Cómo fue tu vida en Kolberg (Alemania), Brigitte? nunca me lo has contado…», le preguntó Nelly una tarde después de la hora del café. —No es fácil hablar de ello Nelly, siempre he preferido olvidarlo, fueron unos días amargos y ahora, a mi vejez, vuelven a agolparse todos esos recuerdos acompañados de sentimientos dolorosos que creía ya fuera de mi vida. Y, para mi sorpresa, aparecen ahora claros en mi memoria como si se antepusieran a otros de forma espontánea. Ya sabes, Nelly, que tuve dos hermanos, Willi Ernst, el mayor, que murió en 2007 atropellado por un tractor, y el pequeño, Heinz, que vive en Austria con su familia. Cuando nos enteramos de que el ejército ruso avanzaba hacia Kolberg en febrero de 1945, nosotros vivíamos en una granja cercana a la ciudad. Entonces, mi padre, Paul (ya que mi madre Anna Luise había fallecido en julio de 1941) se apresuró a abandonar la ciudad con mis hermanos, pero debido a los fuertes combates no fue posible hacerlo hasta primeros de marzo de 1945, cuando el ejército alemán consiguió evacuar a los últimos civiles del cerco soviético. Mi padre estaba aterrorizado, yo tenía 18 años y temía por nuestras vidas. Así que, con unas pocas pertenencias, nos unimos a otros muchos refugiados y nos pusimos a andar hacia Hamburgo. De esa marcha de 400 kilómetros a pie solamente recuerdo fragmentos aislados, el resto se ha borrado de mi memoria.

EL PRIMER MILAGRO. Recuerdo que cerca de la ciudad de Locknitz caí enferma, no podía seguir caminando, mis zapatos estaban desgastados, me fallaban las piernas, todos teníamos hambre. Mi padre me llevó a un hospital de campaña pero el oficial de guardia nos impidió la entrada porque solamente podían ingresar pacientes militares. Como por un milagro, el médico de guardia salió a fumar y reconoció enseguida a mi padre de cuando había sido médico en el hospital de Kolberg. Se dio cuenta de que yo había contraído tifus y nos pidió que aguardáramos hasta la noche. De madrugada se acercó hasta nosotros y me suministró penicilina que estaba reservada solamente para los soldados. Durante unos días vivimos en una casa abandonada cercana al hospital, y a última hora de la noche, el médico se acercaba a vernos para inyectarme la medicina pero, en el último día, cuando empezaba ya a reponerme, recuerdo que mi padre y hermanos no se encontraban ya a mi lado. Las autoridades habían forzado a los refugiados a que prosiguieran la marcha hacia el Oeste, así que me había quedado sola. Cuando pude recuperar las fuerzas del todo, me uní a otra columna de refugiados, cruzando aldeas y caminos desconocidos, y proseguí la marcha caminando.

EL SEGUNDO MILAGRO. Brigitte hizo una pausa para beber agua y Nelly se dio cuenta de que caían lágrimas de sus ojos. Tras un breve intervalo continuó con la narración en alemán: —Kurzum [Resumiendo]…, dormíamos en las cunetas, a veces nos acogían en jardines o granjas y nos ofrecían lo que buenamente podían. Muchos no entendían que la gran Alemania se desintegrara y que los rusos estuvieran amenazando las fronteras. Hitler y su propaganda mentían. Había recuperado ya mis fuerzas y una campesina me había regalado unos zapatos de su hija. En ocasiones podíamos viajar en carros, en otras nos quedábamos una noche en alguna granja y dormíamos apretujados en los graneros. Intentaba no pensar en mi padre y hermanos para no desanimarme, confiaba en que estuvieran bien. A principios de junio, si no recuerdo mal, llegué a Hamburgo. Allí no conocía a nadie y la ciudad estaba llena de refugiados. Por un azar del destino, –y entonces se produjo otro milagro–, me encontré en la estación de tren con una mujer de Kolberg que me sugirió buscar trabajo en el hospital de Saint Peter Ordning. Me dio la dirección y sin dudarlo fui allí al día siguiente de conocerla, y como estaban faltos de personal por la guerra, me ofrecieron empleo en la cocina. Era a finales de 1945.

EL TERCER MILAGRO. Cuando terminó la guerra, el hospital fue tomado por el ejército inglés, aunque seguí trabajando hasta 1949. Entonces fue cuando se produjo el tercer milagro, uno de los médicos era islandés y viendo mi situación, juventud y ganas de trabajar me informó de que un barco, el Godafoss, zarpaba rumbo a Islandia y que había otras mujeres alemanas interesadas en embarcarse para encontrar una nueva vida fuera de la Alemania devastada por la guerra, fue como un ángel de la guarda, porque, gracias a su intervención, llegué a Reikiavik a mediados del verano de 1949. Las mujeres alemanas, al contrario de lo que pudiera creerse, tenían fama de ser trabajadoras así que enseguida encontré trabajo doméstico y empecé a sentirme feliz y a salvo por primera vez desde que dejamos la granja en Kolberg. Aún desconocía el paradero de mi familia pero tras muchas gestiones de la Cruz Roja Internacional me escribieron en 1950 para notificarme que se encontraban a salvo en el pueblo austríaco de Retz, casi en la frontera con la Alemania vencida.

LA VIDA EN ISLANDIA. Nelly escuchaba con atención y una emoción contenida, aún más cuando ambas compartían estas confesiones en su lengua materna. «Y, Brigitte, ¿cómo fueron los primeros años en Islandia?» —Bueno, –respondió– ya conoces más o menos cómo me ha ido en Islandia, ¿no?. Conocí a Thorsteinn en un baile organizado por la Cooperativa de Comerciantes, él era 15 años mayor que yo, apuesto, tranquilo, regentaba un comercio y quería formar una familia. Yo era bastante ingenua, joven y no había tenido novio antes, de modo que le dí el sí y nos casamos en 1952. Construyó una casa cerca del mar y allí nacieron mis 3 hijas y ese fue nuestro hogar hasta que murió en setiembre de 1977. Con el tiempo, el matrimonio hizo aguas, no comprendía bien la afición de los islandeses por el alcohol, que estaba prohibido en la isla, ni tampoco las infidelidades, así que vivimos los últimos años en un matrimonio roto con discusiones frecuentes y mucha amargura. Sin embargo, cuando ahora contemplo mi vida desde mi niñez feliz en una ciudad que ahora es polaca y se llama Kolobrzeg, puedo decirte, querida Nelly, que he sido afortunada. Mis hijas y nietos me adoran, he sobrevivido a la barbarie de la guerra y conseguí rehacer mi vida y formar una familia en un país donde siempre ha reinado la paz. Además, mi padre y hermanos sobrevivieron también a la guerra en Austria y soy consciente, ahora más que nunca, de que un ángel de la guarda ha protegido siempre mi vida. Con esas últimas palabras, ligeramente cansada y cuando ya anochecía en la Residencia, Brigitte guardó silencio, se miraron la una a la otra y Nelly exclamó dando un largo suspiro: —Du bist eine gesegnete Brigitte. [¡Estas bendecida, Brigitte!]

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