CRESCENCIO BUSTILLO. El Teniente Coronel se llamaba Oliva, muy buena persona, siempre tenía la sonrisa en los labios. Este hombre, cuando se murió el Coronel, se preocupó mucho de nosotros los ‘batidores’, pues en el tiempo que estuvimos de guardia permanente, hasta que sacaron al difunto, tuvimos que estar en la puerta de la casa, vigilando cómo la gente estampaba sus firmas en los álbumes y orientando a quien nos preguntaba. En lo que duró aquello no nos faltó ni el café ni el tabaco. Al final, después del entierro, nos llamó, nos felicitó y nos gratificó con 100 pesetas a cada uno, cosa que en aquellos tiempos era una soberana propina.


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