FERNANDO BRUQUETAS DE CASTRO.  Después de haber terminado esta primera obra, con el título ya famoso de ‘Outing en España, los españoles salen del armario’, comenzó un nuevo trabajo: el de conseguir un prologuista de prestigio, que diera a conocer el libro y al autor, que hasta entonces era un modesto cronista de sociedad en periódicos de Canarias. No me duelen prendas en reconocer que la primera persona en quien pensé fue en mi amigo, entrañable amigo, Jerónimo Saavedra. Me vino su nombre por su capacidad, primero por amistad, insisto, luego por relevancia social, pues había sido el primer presidente de la comunidad autónoma de Canarias y ministro de Administraciones Públicas, así como de Educación en los gobiernos de Felipe González. Ahora era senador del Reino en activo. A Jerónimo mucha gente le quería por todo ello, pero como yo le conocía de atrás, es decir, de mucho antes, el afecto me venía por añadidura.


Fernando Bruquetas

Supongo que algunos aún le mantengan fidelidad, por lo que le deben: yo sé que son muchos y que es mucho lo que le deben. Decía, pues, que Jerónimo tenía fama de muchas cosas, también de melómano, que lo es, pero es verdad que sabe de música mucho menos de lo que aparenta, como casi todos los que deambulan por las sociedades de aficionados. Y como muy entendido en tantas cosas, además aspiraba a saber y estar por encima de la gente corriente en bastantes temas. Así que era muy melómano y un poco megalómano. Como sabía de sus pretensiones, le propuse –a modo de reto– que realizara el prólogo del Outing un día que nos vimos en los pasillos de la facultad de derecho en la Universidad de Las Palmas, creo que a finales del curso del 98-99. Me dijo que le diera el libro, para leerlo detenidamente, y que ya me avisaría. ¡Qué decepción! me dije. Si se lo piensa mucho, retrasará la publicación, con lo que eso significaba. Recuerden que en aquella época me hallaba escribiendo la tesis doctoral y me habían dado fecha para presentarla en diciembre, como fecha tope; por lo que se juntaban dos episodios: uno académico y otro literario que interferían entre sí, dejándome muy poco tiempo para dormir. Mucho menos para vivir.

El caso es que Jerónimo sí que se durmió en los laureles que todos le poníamos todos los días adornando su sien. Pasaban los días, las semanas, y no daba señales de haber leído una hoja. Luego me enteré que no era así, que sí había leído todo el libro, pero no estaba seguro de querer contribuir al éxito de la publicación con su Outing personal. Tenía sus dudas, cosa que entendí desde el primer momento, porque él nunca había sido partidario de sacar a nadie del armario a la fuerza, ni de salir sin ganas. No me quedó más remedio que esperar un poco más. En esas estaba, cuando en una de las muchas llamadas que le hice, el amigo común Sebastián Placeres, que entonces compartía la vida con Jerónimo en La Palma, se comprometió para que jerónimamente escribiera el prólogo del outing y saliera del armario en él. Si no, no tenía sentido, me decía, con toda la razón del mundo. Pero Jerónimo continuó dando largas. No se negaba, pero me decía que esperara un poco más. En otra llamada a La Palma, donde él descansaba, me dijo que no tenía nada clara la forma en que iba a enfocar el prólogo, pero que lo pensaba hacer, sí, pero que estaba meditando el estilo… Así se lo hice saber al editor (Federico M. Utrera) que, desde Madrid, insistía cada cierto tiempo, porque el libro ya estaba terminado y pendiente de ese prólogo tan deseado. La verdad es que tenía la duda de que Jerónimo se lanzara a salir del armario en un preámbulo así; aunque sabía y me constaba su afecto personal.

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