CRESCENCIO BUSTILLO. He hablado anteriormente de los domingos que a aquella desconfiada la hacían sospechar. Pues bien, los domingos por lo general me marchaba al pueblo de Majadahonda en un tren que salía a mediodía de la Estación del Norte. Llegaba a casa, me cambiaba de ropa interior, comía tranquilo y después de hacer unas caricias a mi madre y preguntar un poco cómo iban las cosas por allí, me disponía a emprender de nuevo el regreso a la capital, bien provisto del dinero que me daba mi madre y de la merienda que me preparaba. Ya sabemos que era parte del trato, cuando yo no quise ser soldado de ‘cuota’, que me proveerían del dinero preciso para mis gastos, por lo que cumplidas satisfactoriamente, no me faltaban nunca 5 duros en el bolsillo, que en aquellos tiempos era como disponer de un gran capital, administrado por un militar que sabía ‘rumbear’ y vivir la vida…





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