Leopoldo María Panero: «El camino para ser un rey nuevamente está en marchar bien sobre el filo de una espada, en cabalgar con delicadeza sobre la espalda del tigre, y hundirse en el océano no sin mojarse lo más mínimo. Adagios alquímicos que aluden a un difícil viaje interior por la locura en donde duermen los reyes»

LEOPOLDO MARÍA PANERO*. Caída y muerta una revolución cuyo único saber es la sangre, la locura de España disuelta en una página, sólo nos queda la esperanza de que algo nos cure la realidad sedienta y de la vida, y no una revolución, sino un sueño, un sueño romántico, una monarquía. ¿Qué es un rey? Un rey es el sueño de un hombre, de un hombre entero, de aquello que solamente se realiza, como gestualidad entera, en el desfile. El burgués, por el contrario, no es un hombre entero, por cuanto finge y no es expresión total de sí mismo, al contrario que el rey, a quien los hombres imitan. «Lo he visto hoy en un pie, ayer en una uña». ¿A quién? Al rey que en todos los hombres late, al rey con corona. Esto es, el rey es un sueño, la figura de la locura. Y ello por cuanto sólo él es él mismo, y es, por tanto, lo que se esconde como figura latente en el hombre normal o dividido, en el sueño y en la locura. Por otro lado, tanto el rey como su sinónimo, la nobleza medieval, son equivalentes de un poder al que la burguesía desfiguró tachándolo de escándalo, siendo, desde que aquella advino al poder, la representación de un estigma, el proletariado. «In stercore invenitu», en el estiércol lo encontrarás, como a nuestra piedra, y cubierto de heno y de excrementos, como nuestro cuerpo (Vide Nicolas Ramel, Le désir désiré): y por ello por cuanto sólo el déspota tiene cuerpo, y por ello poderío: ésta es la matriz del escándalo, o lo que es lo mismo de la ordinariez (el colorido chillón de las ropas), hoy estigma del proletariado, como antaño lo fue de la nobleza medieval, reina de la situación por un puñetazo.


«El rey, como su sinónimo, la nobleza medieval, son equivalentes de un poder al que la burguesía desfiguró tachándolo de escándalo, siendo, desde que aquella advino al poder, la representación de un estigma, el proletariado»

DE CUALQUIER MANERA, EL SUEÑO, QUE ES DIOS O EL TODO, PUEDE A VECES SER PEOR QUE LA REALIDAD. Pero incluso si ello ocurre, preferimos el sueño a la odiosa realidad, que es tan sólo la figura de la necedad, la única que transforma la vida en destino. El “homo normalis” escoge la revolución para vengarse de ese destino, pero la sangre tan sólo lo intoxica más y más, y para nada lo redime de ese destino que por lo demás es tan sólo imaginario, que es un sueño únicamente, como en la carta XVI de la tarot, en la que las cadenas con que el demonio ata a los hombres son flojas y pueden fácilmente arrancarse, esto es, son tan sólo imaginarias, son un sueño que se acepta por cobardía. Fácil para el hombre es ser rey. Y el camino para serlo, para que todos los hombres seamos el rey, está escondido, como Freud intuyó, en el secreto de la verdad, detrás de aquella máscara que la escena nos impone, y es por ello que la alquimia, el psicoanálisis antes de Freud, decía: Delear prius, primero que yo haya sido destruido, porque allá donde un hombre muere, las águilas se reúnen. Y el cielo empieza a verse claramente, después de la noche en que dos hombres murieron, dos reyes.


«Adagios alquímicos que aluden a un difícil viaje interior por la locura en donde duermen los reyes. Ésta es toda la sabiduría que había en los antiguos, aquélla que se resume en nombrar a la locura, en lugar de con paradigmas psiquiátricos, con epítetos que no disimulen ni ataquen su extrañeza»

EN CUALQUIER CASO, EL CAMINO PARA SER UN REY NUEVAMENTE ESTÁ EN MARCHAR BIEN SOBRE EL FILO DE UNA ESPADA, en cabalgar con delicadeza sobre la espalda del tigre, y hundirse en el océano no sin mojarse lo más mínimo. Adagios alquímicos que aluden a un difícil viaje interior por la locura en donde duermen los reyes. Ésta es toda la sabiduría que había en los antiguos, aquélla que se resume en nombrar a la locura, en lugar de con paradigmas psiquiátricos, con epítetos que no disimulen ni ataquen su extrañeza. Es norma de modestia reconocer que lo que se ignora es un misterio, no un absurdo. Por el contrario, la psiquiatría, la única y verdadera forclusión, sella de antemano y para siempre las puertas del manicomio, al saber de la locura como algo que no existe, ya que la «esquizofrenia» no es sino una denegación simbólica, aquello que Lacan llamara forclusión o exclusión definitiva del campo del lenguaje. Por el contrario, cuando se afirma que el loco es un ser humano, se está diciendo que nada de lo humano es extraño, y que el hombre no es exterior al hombre. Y es así, volviendo sobre el camino hollado, desgastado por la costumbre y por la vida, como se vuelve a ser rey, como se recupera el halo que convierte la figura humana en algo digno de ser vivido y honrado.

«¿Qué es un rey? Un rey es el sueño de un hombre, de un hombre entero, de aquello que solamente se realiza, como gestualidad entera, en el desfile. El burgués, por el contrario, no es un hombre entero, por cuanto finge y no es expresión total de sí mismo, al contrario que el rey, a quien los hombres imitan»

LA VERDAD ES ESE SENDERO PELIGROSO QUE SÓLO MUY POCOS CONOCEN, ya que no en vano dijo Eliot «human kind canot bear too much reality», el género humano no soporta demasiada verdad. Que el arte nos salve de aquélla, que la palabra nos esconda, que muramos dormidos en el agujero del sueño. Porque si no soy un rey, si soy tan sólo un hombre, vivo para que la vida me odie, vivo para desear con esfuerzo la nada, aquello que me salve por entero de ser un rey, esto es, yo mismo, hombre consagrado a su imagen, a su ser que la imagen nos ofrece como un sueño. Porque nada ni nadie es algo sin mí, y sin la presencia del otro soy tan sólo un rey, y para todos un extraño. Como decía Hegel, el deseo del hombre es deseo de un deseo, y es en la arena del otro donde nacen los reyes, para ser tan solo en ella hombres al fin, rostros que la palabra desfigura y en los que el cuerpo escupe. Tiemblo de vivir cuando mi nombre ha muerto, cuando ya no soy un rey, y en el otro veo la luz que nunca tuve y que me hacía «adorar las águilas y amar la nada» como yo dijera en aquellos poemas que fantasearan mi nombre y mi apellido, y que me hicieron vivir como alguien mejor que sí mismo, distinto de la cordura que es ser dos, y no un monstruo, para sí mismo y para aquéllos que, como alguien dijera, es probable que existan, caballería del sueño y de la nada. Porque todos, todos aquéllos que habíamos sido reyes, hemos sido usados para una comedia en que no hay reyes ni dioses, sino tan sólo el tejido de la embriaguez más sórdida, de la máquina sin cabeza del dinero. Y el dinero, como dijera Marx, no es nada en sí mismo sino un fetiche, una ilusión, la existencia humana reedificada. Y es por ello que el oro, como dijera Ferenzcy, es un símbolo del excremento, por cuanto es la desolada figura de un otro que puede sin aquél querernos, con sólo que mi palabra le devuelva la imagen, o le prometa a sí mismo. Porque hombre soy de otro hombre, y sin él, tan sólo, como el rey, promesa de mí mismo. * Leopoldo María Panero (1948-2014). “Defensa del Rey”, en el volumen “Y la luz no es nuestra”. Ed. Libertarias Prodhufi. San Lorenzo de El Escorial, 1993. Pag 17-20.

Majadahonda Magazin