El río Guadarrama a su paso por Majadahonda cuando en marzo de 2018 registró un inusual aumento de su caudal debido a las fuertes lluvias

VICENTE ARAGUAS*. (3 de agosto de 2024). Luego de ver cómo quien firma Majádistán se hace eco de mi artículo sobre los veranos majariegos me animo a hablar de nuestro río. Bastante deteriorado al paso por el territorio que nos (pre)ocupa. Ah, pero es que antes (del después ni digamos) venía ya sembrado de inquietudes, que los ríos tienen vida y nosotros con ellos, vid. Jorge Manrique. Y es que donde miremos, Las Rozas/ Galapagar, Torrelodones, Villalba, Los Molinos, el pobre Guadarrama confirma las ansias destructoras de este país flumenicida. Vertedores salvajes nuestros ríos. Curtidores, en Madrid, cabe el río Manzanares. Pelamios, en Coruña y Santiago, que también valen para quienes curten pieles, son topónimos que no me dejarán mentir. Y surcaba el Guadarrama al revés, hacia Siete Picos. Pensando en aquella fábula de Fedro sobre el lobo que, curso arriba, amenazaba al cordero por enturbiarle las aguas que el pobre lanudo bebía más abajo. Acabó comiéndoselo, claro. Y lo cierto es que tanta incuria correrá a nuestro cargo. Mientras el Guadarrama, pasada Majadahonda, enfrente el Pardillo y Villanueva de la Cañada, atrás, orilla izquierda, Las Rozas, sigue hacia el Tajo, embebido del Aulencia, vertiéndose en la “Gran Cloaca” (¡¡¡). Pero antes ha pasado por Móstoles, El Álamo, Arroyomolinos, pueblos que no hacen sino aumentar en tapón horrendo la basura que el Guadarrama viene recibiendo. Y lamento la condición de los peces que se dejan ver, por ejemplo, en el embalse de Molino de la Hoz, y consecuentemente de los cormoranes que de ellos se alimentan. 


Vicente Araguas: «Mientras el Guadarrama, pasada Majadahonda, enfrente el Pardillo y Villanueva de la Cañada, atrás, orilla izquierda, Las Rozas, sigue hacia el Tajo, embebido del Aulencia, vertiéndose en la “Gran Cloaca” (¡¡¡)»

Del agua, qué decir, ni un chiflado habría de bañarse en ella, en aquellos tramos donde el cauce, por lo demás tan escaso, pudiese permitirlo. Sí, ya supongo que una novela-magnetófono, como “El Jarama” de Sánchez-Ferlosio (una gran obra, por más que su autor renegase de ella, precisamente por su apego a la realidad inmediata, demostrado que se basaba en un hecho real la muerte por inmersión de la pobre Lucita) hoy sería imposible. En el Guadarrama, por supuesto, aunque no hace mucho alguien murió en el embalse de Molino; violetas de luto para la muchacha. Se trata de recuperar un río, de arena o de aguas dispersas, diferentes opiniones sobre la etimología, que no solamente da nombre a la Sierra en donde nace, sino que en su momento bautizaba lo que hoy es el Manzanares (cambio debido, por lo visto, al empeño del Marqués de Santillana, señor de lo que hoy es Manzanares el Real). Y bienaventurado sea nuestro río, que no va a morir en el mar (como las vidas manriqueñas) sino que, pie quebradísimo, como las coplas en cuestión, en ese río inmenso (el Guadarrama tampoco lo hace mal, con sus 130 quilómetros) que es el Tajo, un poco más de mil. Hecho una porquería en Aranjuez o Toledo, más abajo ni digamos. Y todo por la costumbre hispana tan lamentable de hacer de los ríos sumideros o cloacas. 


«En su curso medio, el Guadarrama atraviesa Galapagar, Las Rozas, Móstoles y Navalcarnero, donde toma por la derecha las aguas del arroyo de la Fuente Juncal y sirve de límite natural entre este último y Majadahonda al este y, Villanueva de la Cañada al oeste, además de entre Boadilla del Monte y Brunete», recuerda un reportaje de la revista Ibérica

Mientras el Guadarrama, testarudo, lame con su cauce pequeñito nuestra ribera. Y recuerdo con nostalgia cuando bajábamos a comer a un merendero llamado Mosca Jilton, donde recién llegado del exilio romano tuve ocasión de saludar, admirativo, a uno de mis poetas grandes: Rafael Alberti, muerto de risa con el nombre de tan apañado mesón fluvial, o casa de comidas o lo que fuera (en la otra orilla, ya en el Pardillo estaba “Los pinos”, con su placita de capeas, un mono amaestrado y alguna cosa más). Tiempos ya remotos. Y pues hablé de “El Jarama” quiero citar “La virgen de agosto”, de Jonás Trueba, una película veraniega, donde se dejan ver unos bañistas fluviales. Un poco al estilo de aquellos a quienes espiaba detrás de los jarales ya agostados el hijo de Sánchez Mazas. Para incorporar diálogos y situaciones. *Vicente Araguas es autor de «El deseo aislado. Poesía 2010-2024» (Ed. Sial/ Pigmalión).

Majadahonda Magazin