JOSÉ MANUEL GARCÍA SOBRADO *Profesor de Derecho Penal y empresario. Prefiero las elucubraciones doctrinales en cualquier ámbito a las ocurrencias al uso. Hace unos días Margarita Robles, magistrada excedente, dijo de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el estado de alarma que se trataba de elucubraciones doctrinales. Esas declaraciones me hicieron recordar una escena muy significativa de la película “La Casa de la Troya”, que me quedó grabada desde niño. La acción se desarrolla sobre un examen en la facultad de derecho. En la escena aparece D. Servando como presidente del tribunal, interpretado extraordinariamente por Pepe Isbert. En ella, uno de los miembros del tribunal se dirige al presidente, para elogiar como brillantísimo el examen del Sr. “Cunca Velardez”. A lo que D. Servando le responde: “Ese sabe el texto al pie de la letra”… “dame la patita lorito” y añade: “suspenso muy grande a ese papagayo”.
D. Servando tenía toda la razón, repetir de memoria temas de derecho, no es saber derecho y eso es aplicable a cualquier otra disciplina. El conocimiento viene de la reflexión sobre los conceptos y de la aplicación de los avances científicos. Un buen profesional debe acudir a las teorías doctrinales de quienes hacen ciencia en su campo concreto. En cualquier ramo hay que recurrir a la doctrina científica para resolver los problemas que se planteen. No se concibe un médico que rechace los avances científicos y diga que todo lo resuelve la aspirina o que un ingeniero diga que los puentes hay que seguir haciéndolos de piedra como los romanos o que un profesional del derecho reniegue de la doctrina científica. En consecuencia, la elucubración doctrinal es el trabajo intelectual fruto de la meditación, que es necesaria para llegar a la verdad de las cosas. Quien omite la elucubración doctrinal actúa como decía D. Servando del mismo modo que un papagayo.
La ausencia de meditación y la omisión de la doctrina científica, es patrimonio de los necios. Criticar la elucubración doctrinal, revela que quien así actúa realmente trata de encubrir sus carencias y es el simple papagayo al que se refería D. Servando. A ese tipo de personas, no le queda otro remedio que acudir a la improvisación y a la ocurrencia. Por cierto, las ocurrencias son planteamientos muy al uso de nuestros políticos. Un ejemplo reciente es la idea de convertir la sede de una institución pública en hotel balneario. Un elucubrador doctrinal, convocaría al mayor número y a los mejores científicos en materia de geotermia para ver cuales podrían ser los usos, no solamente turísticos, sino de otros usos o materiales.
Otra más lejana en el tiempo fue la idea de un gallego que siendo director del Insalud tuvo la ocurrencia en 1998, de cerrar la clínica Puerta de Hierro de Madrid, que nació como Centro Nacional de Investigaciones Médico-Quirúrgicas de la Seguridad Social, que surgió y se desarrolló como centro piloto para la experimentación de nuevas técnicas y perfeccionamiento del personal sanitario. Aquel director la cerró y continúa abandonada desde septiembre de 2008. En esa línea ocurrente se creó en Majadahonda lo que han denominado “modelo público-privado”, que funciona a través de una concesionaria. Dicho con otras palabras, una auténtica privatización desnaturalizando aquella emblemática clínica al vaciarla de contenido. En resumen, prefiero las elucubraciones doctrinales en cualquier ámbito a las ocurrencias al uso. Y lo digo, porque no me gustan las ocurrencias, porque suelen desprender un cierto tufillo conocido por todos. Artículo publicado en La Región.