CRESCENCIO BUSTILLO. Al siguiente día, empezamos de lleno la instrucción con los caballos y a pie, marcando el paso y aprendiendo los trucos de montar, siguiendo así hasta la jura del Estandarte, que la hicimos en el mismo patio del cuartel cuando creyeron que ya estábamos bastante adelantados en saber más o menos lo que hacía falta para empezar a prestar servicios. Después, durante toda la «mili», seguimos haciendo ejercicios a caballo por las mañanas, desplazándonos preferentemente a la Zarzuela. Por las tardes, el que no tenía servicio podía marcharse tranquilamente de paseo. Durante el período de instrucción intensiva a caballo aprendí a voltear, lo más difícil que tiene la instrucción. Para ello se daba picadero al caballo con un ronzal* largo, y había que girar sobre el que sujetaba el extremo del ronzal, animando al caballo según convenía con un látigo o tralla, para que marcara los tiempos de paso, trote y galope, describiendo un círculo bastante amplio para poder evolucionar, el hombre y la bestia, cada cual en su cometido.


Crescencio Bustillo

Parecíamos artistas de circo por nuestra forma de ensayar. De momento coger las abrazaderas con las manos y dar el impulso al cuerpo, al unísono, para ponerse encima del caballo, era un poco difícil, hasta que cogiendo confianza y más serenos, iban saliendo mejor las cosas, terminando por hacerlo bien del todo. Había sin embargo un número que no estaba en el programa pero que no lo impedían a quien quisiera ejecutarlo. Este número consistía en hacer el volteo, por el lado opuesto, o sea voltear a izquierdas. Para ello se necesitaban unas condiciones especiales, pues el caballo avanza el doble que el hombre en el mismo tiempo. Y después de agarrarse a izquierdas, hay que saltar con la pierna izquierda por delante, cosa que si no está uno acostumbrado, es muy difícil y arriesgado de realizar. Este preludio del volteo servía para aprender a montar bien y montar toda clase de caballos. Así pasó que los que más destacamos en el volteo, llegado el día, nos destinaron a domar y montar los potros salvajes, de los que todos los años se abastecía el Regimiento.

Para montar y desmontar del caballo tuvimos que aprender bien los tiempos, a fin de que en las formaciones salieran los movimientos lo más perfectos posible. Encima del caballo había que tener una postura adecuada, ir derecho de cintura para arriba, sacando siempre el pecho y no encogerse, ni poco ni mucho. Las piernas servían para hacer presión con las rodillas, pegadas a la montura. Los pies hacia fuera, que la punta de la bota mirara a la oreja del caballo, sin apoyarse en los estribos, al objeto de que cuando se calzan las espuelas no tropiecen al caballo, si no es que se le arrimen deliberadamente, pues si el caballo se siente agredido, nunca se pueden hacer bien los movimientos ni trabajar a gusto con él.

Ronzal

Para ser un mediano jinete, la base principal son las piernas. Con ellas se domina el caballo y se ejecutan todas las formas de obrar con ellos. Si vas al trote, al estilo inglés, debe haber un puente entre la entrepierna del jinete y la montura. De esta forma, el cuerpo va erguido y suelto, acompasando el movimiento hacia adelante con el trote del caballo. Si corres al galope tienes más dominio y más campo de visión y si tienes que saltar obstáculos, ayudas al caballo inclinándote hacia adelante cuando vaya a tomar el mismo. Otro detalle muy importante es el tener que bajar precipicios más o menos verticales; hay que echarse en el cuello del caballo hacia adelante y conducirle por lo derecho, de no hacerlo así, caballo y caballero dan en tierra inmediatamente. *Ronzal: Cuerda que se ata a la cabeza o al cuello de las caballerías para conducirlas o sujetarlas.

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