Manuel Azaña y su cuñado, Cipriano Rivas Cherif, con sus esposas.

FERNANDO BRUQUETAS DE CASTRO. Alguno se ha sorprendido por la alusión al armario cerrado del presidente de la República Manuel Azaña de mi  anterior capítulo en estas Memorias del libro «Outing en España«. Nada hay que añadir, por ahora, excepto que en su tiempo de secretario del Ateneo madrileño se habló bastante de este asunto. Incluso se llegó a decir que había ordenado azulejar el baño de la señera institución para que los socios más jóvenes no pudieran dejar grafitis aludiendo a su sexualidad, porque en los azulejos no se podía escribir con las plumillas que se usaban entonces. Pero de poco le valió, porque a partir de entonces, el mocerío del Ateneo se dedicó a fabricar barquitos de papel y allí dejaban anotado el mensaje punzante, provocando la sonrisa cómplice de los viejos ateneístas. Después, el rumor del Ateneo se propaló con los años, y se convirtió en leyenda con respecto a las relaciones que mantenía Azaña con su cuñado Cipriano Rivas Cherif, con quien había compartido piso y vivencias en el París de la década de los Veinte. Estos hechos no dejaban de ser un outing «vintage», es decir, añejo o de época, que es lo que significa este palabro de moda que casi todo el mundo utiliza y pronuncia mal. Aquella salida del armario engrosó el currículo de su descrédito en la España de la posguerra, cuando se le responsabilizaba del mal gobierno de la República y de los males de la guerra. Azaña, para disculparse, solía repetir aquello que dejó escrito en sus memorias de «rodeado de imbéciles, gobierne usted si puede».


Fernando Bruquetas

Otros personajes famosos, que de saberse su condición gay provocarían asombro o acaso fueran vistos solo con extrañeza, están en la nómina de la historia contemporánea de España. Esos gays de sobra son conocidos por lo más relevante de sus vidas: por el trabajo. Pero quizás lo que fue determinante para hacer una cosa u otra, para actuar en momentos decisivos, eso, solo quizás, repito, no suele venir referenciado por los estudiosos. Pero ahí están las alusiones a la vida de Emilio Castelar y su enamoramiento de Lázaro Galdiano, a Rafael Alberti con su merecidísimo premio por ‘Marinero en tierra’ o más recientemente a Gregorio Peces Barba como «El diputado» gay por antonomasia de la Transición. Es probable que en algún momento se le dedique un capítulo en exclusiva a ese «outing» de épocas pasadas, al estilo de los Reyes que amaron como reinas, que tanto éxito continúa teniendo a pesar y al pasar de los años. Hay muchas cosas que nos pueden enseñar –y podemos aprender– de los personajes del pasado. Y cuanto más grandes, mejor. En este sentido, el tamaño sí importa, aunque haya gente que defienda el todo vale, como se ha dicho en otra ocasión.

En consonancia con ello, también resulta «vintage» la actitud de gran parte de la prensa de hace veinte años, cuando los diarios titulaban, como si se tratase de un verdadero escándalo, que «Joaquín Leguina equipa a los gays con dinero de los impuestos», algo que hoy hacen todos los presidentes de comunidades autónomas, consejerías y ayuntamientos, al parecer, ya dentro de la mayor normalidad. Nadie se paró a pensar entonces cuál era el equipamiento que Leguina ponía a disposición de los gays, pero el solo hecho de que los «equipara» llamaba la atención y se convertía en titular de las cabeceras más sesudas del país. Es fácil deducir que el equipamiento del que se hablaba otrora tenía poco que ver con los fondos que actualmente se reparten a manos llenas las distintas asociaciones, según consta en los presupuestos de todas las instituciones, aunque por eso también habría que precisarlos y cuantificarlos, para no caer en la misma tendencia sensacionalista. Porque lo que está claro desde entonces es que el mundo de los gays o de la liga LGTBI está envuelto en un halo de misterio que la mayor parte de las veces no esconde nada, excepto mucha ignorancia. Esa es la triste y divertida verdad…

 

MARINERO EN TIERRA (RAFAEL ALBERTI):
«… Ya estás del mar aquí, flor sacudida,
estrella revolcada, descendida
espuma seminal de mis desvelos…»
«Marinero en tierra»
El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la mar!
¿Por qué me trajiste, padre,
a la ciudad?
¿Por qué me desenterraste
del mar?
En sueños, la marejada
me tira del corazón.
Se lo quisiera llevar.
Padre, ¿por qué me trajiste
acá?

· · · ·

Gimiendo por ver el mar,
un marinerito en tierra
iza al aire este lamento:
¡Ay mi blusa marinera!
Siempre me la inflaba el viento
al divisar la escollera.

· · · ·

…Y ya estarán los esteros
rezumando azul del mar.
¡Dejadme ser, salineros,
granito del salinar!
¡Que bien, a la madrugada,
correr en las vagonetas,
llenas de nieve salada,
hacia las blancas casetas!
¡Dejo de ser marinero,
madre, por ser salinero!

· · · ·

Branquias quisiera tener,
porque me quiero casar.
Mi novia vive en el mar
y nunca la puedo ver.
Madruguera, plantadora,
allá en los valles salinos.
¡Novia mía, labradora
de los huertos submarinos!
¡Yo nunca te podré ver
jardinera en tus jardines
albos del amanecer!

Majadahonda Magazin