JULIA BACHILLER. No pude evitar mi sorpresa al leer en MJD Magazin la noticia de la dimisión de Antonio Iriondo como entrenador del Rayo Majadahonda. En cuanto a mi valoración personal de si ha sido una decisión acertada o no, evito cualquier tipo de comentario. Mi desconocimiento de este deporte es absoluto, en las contadas ocasiones en las que he estado en el campo del Rayo he llegado incluso ¡a animar al contrincante al no saber ni distinguir el color de las camisetas!. Mi sentimiento es solo majariego por eso, y por cuestiones puramente informativas, alguna vez he ido a la Oliva o al Cerro, porque disfruto cuando lo hacen mis convecinos y sufro también con ellos. Con eso lo digo todo, motivo por el cual respeto la opinión del club y de los aficionados. 


Contadas han sido las ocasiones en las que por unos minutos he podido entablar una conversación con Iriondo, pero hay veces que pocas palabras bastan. Y es que desde que le conocí, hizo honor a esa definición que le cataloga por el trabajo que desempeña: la palabra “Míster”, en su traducción al español, significa “Señor”. Y es lo que desde un principio me trasmitió: su voz pausada en un tono que trasmite serenidad y una leve sonrisa al finalizar sus comentarios le otorgan una cualidad difícil de encontrar. En mi recuerdo siempre guardaré un comentario que me realizó en privado y que puede ser aplicado a la vida cotidiana: surgió tras la presentación de un nuevo jugador y de mi interés por saber cuánto duraría en el club. La respuesta hoy se torna premonitoria: “en este club nunca cerramos la puerta, la dejamos entreabierta para que el que no esté a gusto pueda decidir abrirla”. Tan solo espero que esa puerta se haya abierto por decisión meditada y de mutuo acuerdo por el bien de ambos. Y mi deseo es que, tras cruzar el umbral, encuentre un destino acorde a los grandes momentos que ha dejado en Majadahonda, ya que por su categoría y personalidad se lo merece.

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