Crescencio Bustillo de albañil con unos amigos

CRESCENCIO BUSTILLO. Alrededor de este ambiente de Majadahonda, conocías y hacías amistades. Así conocí yo al tío «Bichejo«, del que ya he hablado en otro pasaje y que tantos consejos provechosos me dio. Y a los componentes de la «pandilla»: Genaro, Mariano, Eduardo, Luis, Juan, etc. etc… No puedo olvidar al dueño del «garito» principal donde acudíamos, Gregorio el «Escalabrado«, hombre bueno de verdad, que nos dejaba toda la casa por nuestra. Tenía una hija llamada Ambrosia, que me perseguía sin cesar para que fuera novio de ella, pero a mí no me gustaba porque era muy sosa. Yo la daba la corriente sin comprometerme, hasta que se desengañó y se hizo novia de Mariano el «embustero», con el que se casó después. Este Mariano era un pobre desgraciado, que la Ambrosia se reía de él y lo manejaba como un «pelele» y es el mismo que de chicos le arranqué media oreja en una pelea. Esta pelea ya la narré en otro pasaje de estas memorias. En casa del «Escalabrado» tenía yo un prestigio grande, si tardaba un poco en acudir por las noches me echaban de menos enseguida, cuando llegaba, el mejor sitio me lo reservaban para mí, me obsequiaban con lo mejor que tenían, por lo que comprendí que tanto los padres como la hija querían que a todo trance emparentara con ellos.


Crescencio Bustillo

También del juego saqué enseñanzas provechosas: conocí a valorarme a mí mismo, puse a prueba mi voluntad de sacrificio, de paso conocí a muchas personas que en apariencia son una cosa y con la tensión nerviosa son otra. También aprendí el lenguaje o movimiento de las manos, que en el juego como en muchos ordenes de la vida demuestran, o más bien declaran, un lenguaje sordo. Pero claro, de cuando la persona encubre algo. Esto lo aplicaba yo a cuando jugábamos con cartas tapadas y por el contrario, las manos tranquilas y naturales, denotaban que el contrario no echaba «faroles».

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