Ruth Cecilia Piedra Orozco durante su conferencia en Majadahonda

MIGUEL SANCHIZ. El Rotary Club de Majadahonda en su local social del Club Internacional de Tenis, celebró una conferencia magistral de la pintora ecuatoriana Ruth Cecilia Piedra Orozco, sobre «Los misterios de Cusco». La autora, ademas de una renombrada pintora, es Máster en Historia del Arte Peruano, Latino Americano, con una mención en Historia del Arte. Debido al interés de la narración hecha por la artista ecuatoriana, hemos considerado interesante para nuestros lectores seleccionar algunos de los pasajes más significativos de la conferencia. Y es que uno de los ejes fue situar los orígenes míticos del pueblo Inca, que se se vertebra a través de dos leyendas que tienen como protagonista a Manco Cápac. El escritor e historiador hispano-inca del Siglo de Oro Garcilaso de la Vega detallaba y exploraba en su obra «Comentarios reales» estos relatos en los que se desvelaban los secretos fundacionales de este pueblo a través de la «Leyenda de los hermanos Ayar» y la «Leyenda de Manco Cápac y Mama Ocllo».


Además de indagar sobre los orígenes de los Incas, la conferencia versó sobre otros elementos, como las principales edificaciones que fueron construidas por este pueblos. De todas ellas cabe mencionar el denominado «Coricancha» o «Templo del Sol», sobre cuyos terrenos se edificaría la ciudad de Cuzco. «Fue el principal santuario de los incas, monumental templo, cuya magnitud y trazado es todavía un enigma. Cayó en manos de los conquistadores y de los frailes dominicos. Con Francisco Pizarro llegó como capellán el fraile Vicente Valverde, religioso dominico que celebró la primera misa en el Suntur Huasi y fundó la ciudad española de Cusco en 1534. Se repartieron los solares, el Coricancha le correspondió a Juan Pizarro, hermanastro de Pizarro, que cedió sus terrenos a la orden Dominica. Y se construyó la primera iglesia de estilo barroco sobre el mayor templo Inca. Fue una decisión política compartida entre Pizarro y Valverde y el «templo y convento de la Orden de los Predicadores», se edificó sobre las bases y los muros de las divinidades”, según Cieza de León (1553). Fue así como se frenó la investigación científica, arqueológica, cultural y antropológica de una de las principales fuentes para el conocimiento de la América andina antigua», relató la conferenciante.

Las culturas precolombinas están envueltas en un halo de misterio, y la Inca no es una excepción. La ciudad de Cuzco también cuenta con su propia leyenda, en la que los conquistadores y exploradores desaparecían para nunca volver cuando exploraban las galerías subterráneas que se encontraban bajo la ciudad. Para Ruth Cecilia: «En Cusco existen cuevas o laberintos muy famosos y comentados. Se rumorea hasta el día de hoy y se oyen relatos de todo tipo sobre estos peligrosos túneles. En los escritos de los cronistas e investigadores, se les llama en idioma quechua “Chinkanas”. Entre los más comentados están la Chinkana chica (Suchuna) y la Chinkana grande (Piedra Cansada). Y es que los Incas querían mover la piedra pero no querían moverse ellos. Muchas narraciones relatan la historia de aventureros que entraron en la Chinkana grande para nunca volver a salir. Investigadores e historiadores como Garcilaso de la Vega (1539) refieren que es la entrada a galerías subterráneas y que de entre los muchísimos laberintos subterráneos, uno de ellos conecta con el túnel que conduce al Coricancha».

Miguel Sanchiz y Ruth Cecilia Piedra Orozco

Precisamente sobre este laberinto subterráneo se destacó el relato de un joven estudiante que se adentró a explorarlo y consiguió, además de sobrevivir, descubrir la cámara donde se encontraba el mítico tesoro de los Incas. «No hubo otro intento hasta principios del siglo XVIII. En esa ocasión fueron dos estudiantes los que acometieron la empresa. Uno de ellos desapareció en el laberinto de túneles, pero el otro consiguió su propósito. Habiendo pasado diez días desde que ambos entraran en la Chinkana Grande y se les daba por desaparecidos, unos desesperados golpes tras uno de los retablos (trampillas de maderas) existentes en la iglesia de Santo Domingo (Coricancha) llamaron la atención de quienes estaban en ese momento en el templo». Y Ruth Cecilia concluyó así su estremecedor relato: «Se abrió el retablo y de allí salió el estudiante con ojos extraviados y manos destrozadas. Fue a través del famoso túnel que une el Coricancha con Saqsaywaman por el cual pudo llegar hasta un subterráneo de la iglesia. En su recorrido había pasado por una de las cámaras donde estaba depositado el tesoro de los incas, ya que en una de sus manos agarraba con fuerza una mazorca de oro, que los monjes posteriormente fundieron celosamente para hacer una corona al niño y a la virgen”.

 

Majadahonda Magazin