Lecturas

Lecturas de Verano: «Su padre era el sargento Jorge Garay, de la Guardia Civil local» (V)

BEGOÑA DELCLAUX. —Hola, abuela —saludó, resacosa—. ¿Papá está durmiendo? —No, ha salido ya. —¿A trabajar?. Es domingo. —Se ha ido a correr.  Su padre era el sargento Jorge Garay, de la Guardia Civil local. Sus horarios no eran fijos y podían llevarle al cuartel a deshora o en domingo; sus horarios y su jefa, la sargento primero Maura. —Esa tía está rayada, papá, necesita un terapeuta. ¡Fuera del cuartel hay vida! —solía decirle Elisa.  Era aficionado a correr, o más bien presumía de serlo, pues no lograba salir más de un día a la semana y muchas veces ni eso, aunque siempre regresara  con el propósito firme de correr más a menudo, a modo de cantinela tantas veces repetida que le tomaban el pelo. La abuela estaba tendiendo en el colgadero y hablaba con la vecina, cada cual desde su casa. Podían pasarse azúcar, harina y huevos sin tener que salir al rellano. Estaban colgando la ropa y hablando de todo y nada. 


Begoña Delclaux

Elisa se fue al rincón que usaban de comedor, una mesita redonda que estaba ya bien surtida. La abuela solía decir que costaba el mismo esfuerzo terminar las cosas bien que dejarlas sólo a medias. Tomate rallado con ajo, aceite de oliva y sal, tostadas, jamón y queso y, como centro de mesa, un frutero decorado a modo de bodegón.  Se quedó hipnotizada por el color rojo intenso de una granada. Era un rojo casi obsceno, rojo sangre entre amarillos y unas uvas azuladas. Untó el pan con el tomate y dio un bocado que le hizo sentirse mejor. Entornó un poco los ojos para volver a leer, como todas las mañanas, los imanes de la nevera, sobre todo el que decía: «Para desayunar en la cama, duerme en la cocina». 


Lecturas

Lecturas de Verano con Begoña Delclaux

Estuvo tentada de irse, pero vació el lavaplatos corriendo. No era justo que la abuela lo hiciera todo. Luego fue a darse una ducha y no tardó en prepararse. Usaba varios pendientes además de sus dos piercings, dos brillantitos discretos en la ceja y la nariz. A su padre le disgustaban, pero su abuela opinaba que a las niñas de su edad cualquier cosa les iba bien. 

—¡Ay, niña, siempre de negro! —se quejó al verla salir. —Vale, abuela.
—¿Pero adónde vas tan pronto?
—A ensayar. 

Lecturas de Verano: «sus horarios y su jefa, la sargento primero Maura. —Esa tía está rayada, papá, necesita un terapeuta. ¡Fuera del cuartel hay vida!»

—¿Otra vez? ¿No fuiste ayer?
—¡Tocamos el viernes, abuela! ¿No te acuerdas?
—No me lo pierdo por nada. Pero no vengas muy tarde, que saldremos a comer. 

Elisa bajó a la plaza y casi se dio de bruces con el dueño de la cafetería que había justo debajo. No se cayó de milagro con toda una pila de platos. —¡Joder, por poco me matas!
—¡Perdona!  

—¿Adónde vas tan deprisa?
—A ensayar.
—Espérate.
Volvió con un cucurucho con media docena de churros cubiertos con mucha azúcar. 

—Gracias.
Por poco no vomitó con aquel olor a grasa. «¡Vaya mierda de resaca!», pensó. (CONTINUARÁ)

Majadahonda Magazin