«Hubo en Majadahonda una editora de papel (aún pervive en digital con su propia web), Hijos de Muley-Rubio, con sede en la Huerta de la Sacedilla, que editaba de modo eficaz y hermoso, lo que no puede sino derivar en pleonasmo. De Hijos de Muley-Rubio recibo un regalo que llevaba dos décadas, y otra más casi, esperándome. Nada menos que las “Memorias parlamentarias” de Don Vicente Blasco Ibáñez, el autor español más traducido, después de Cervantes».

VICENTE ARAGUAS. (30 de marzo de 2025). Blasco Ibáñez en el Congreso. Hubo en Majadahonda una editora de papel (aún pervive en digital con su propia web), Hijos de Muley-Rubio, con sede en la Huerta de la Sacedilla, que editaba de modo eficaz y hermoso, lo que no puede sino derivar en pleonasmo. Detrás de semejante empeño, como de este diario digital que nos tiene al corriente, aparece un caballero llamado Federico Utrera, cronista parlamentario, político de alto vuelo de cercanías, bravo oxímoron, retratista de Goytisolo (Juan), Valente, Arrabal o los Panero, entre otros. Un todoterreno para estas tierras mesetarias de molinos que son ejércitos o rebaños que son gigantes, por hacerle un quiebro al mayor novelista de todos los tiempos. Y de Hijos de Muley-Rubio recibo un regalo que llevaba dos décadas, y otra más casi, esperándome. Nada menos que las “Memorias parlamentarias” de Don Vicente Blasco Ibáñez, el autor español más traducido, después de Cervantes. Y, sin duda, el que más dinero hizo con sus libros. Entre otras cosas porque el Hollywood del cine mudo, el más opíparo proporcionalmente, adaptó sus novelas “Los cuatro jinetes del Apocalípsis” y “Sangre y arena”, protagonizadas ambas por Rodolfo Valentino, el galán más glamuroso del momento. Todo ello llevó a Blasco Ibáñez a planes utópicos, entre visionario y misionero laico en Argentina, lo que redujo su capital. Aun así conservando el chalé de la Malvarrosa (Valencia) y la mansión de Menton (Costa Azul) donde moriría en 1928 (había nacido en Valencia, en 1867). Y en Valencia están sus restos, en un humilde nicho mientras que su sarcófago, un cenotafio, visto lo visto, se halla en el Museo de Bellas Artes de Valencia, luego de que el mausoleo para que su hijo más universal, junto a San Vicente Ferrer y Joaquín Sorolla, fuese demolido por los vencedores de la Guerra Civil, en 1939.

Vicente Araguas

Y ESO PORQUE BLASCO ERA REPUBLICANO CONVENCIDO Y ACTIVISTA DE SU IDEA QUE LO LLEVÓ AL CONGRESO, DE AHÍ EL MOTIVO DEL LIBRO QUE ME OCUPA, EDICIÓN MAJARIEGA, TITULADO “¡DIPUTADO BLASCO IBÁÑEZ!”. Un volumen singular que nos habla de la presencia congresista de Don Vicente ente 1898 y 1908 en que renuncia a su acta de diputado por Valencia (primero por Fusión Republicana, luego por Unión Republicana). Varios fueron los motivos; el principal, las múltiples ocupaciones del hombre desmesurado (también en lo sensual) que este gran levantino fue. Sigo avanzando, libro a libro, por su obra procelosa, mar de fondo absoluto, y más me asombra. Tal vez le falte la sicología de la Pardo Bazán, con quien algo parece que tuvo en lo sentimental, o la hondura en el trazado de los personajes de Pérez Galdós (quien estuvo, y no hay duda, en los brazos de Doña Emilia; leamos el epistolario de la coruñesa, “Michiño mío”, “delicatessen”) pero es un escritor realista-naturalista excepcional.

El legendario cineasta Luis García Berlanga (1921-2010) presentó el libro «¡Diputado Blasco Ibáñez!» de Federico Utrera (Majadahonda) en el Congreso con un memorable discurso 

Y COMO POLÍTICO, BIEN, UN ORADOR FINÍSIMO (SOLÍAN SERLO EN ESA ÉPOCA, NADA QUE VER CON LA ZAFIEDAD DE HOY, CON LA ESTULTICIA ACTUAL, ¡DONDE VA A PARAR!), envuelto en sus rivalidades con su enemigo íntimo, “republicano radical”, Rodrigo Soriano, con quien llegó a estar envuelto en desafíos y duelos. (Valencia, bastión republicano podía permitirse facciones contrarias a partir de idéntica matriz). Pero Valencia también tenía una importante parcialidad carlista, como lo prueba ese señor Llorens, con quien Blasco se partió el alma, que no otra cosa, en la Carrera de San Jerónimo. Aparte los debates con el mucho más conocido, al menos entre quienes hemos estudiado las vicisitudes del integrismo hispano y los avatares de “El Siglo Futuro”, Ramón Nocedal. Todo ello reflejado en este libro estupendo que se acompaña de un álbum de fotos, pues los “santos” siempre ayudan a quienes no conciben un libro sin ellos. Aquí están con Blasco Ibáñez, siempre en olor de multitudes. Y esa foto tremenda del escritor en su lecho mortuorio. Un gran libro. Sí.

 

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