«La gente caminaba tranquila, con la seguridad de que el enemigo no pasaría»

CRESCENCIO BUSTILLO (1907-1993). Finalizada esta etapa, debo pasar a la siguiente, que será más larga y extensa. Consiste en el tiempo que estuve de Guardia de Asalto, desde los primeros días del mes de agosto de 1936 hasta la víspera de Nochebuena, que pasé destinado en otro sitio y definitivamente a otro Cuerpo del nuevo Ejército que se estaba formando. Durante este lapsus de tiempo, se desarrollaron acontecimientos de cierta trascendencia que, unos vividos por mi y otros sucedidos en España y en el extranjero, merecen ser relatados con cierta objetividad.


Crescencio Bustillo

En cuanto me gané la confianza del capitán, le expliqué lo que me pasaba con la familia, que había sido evacuada y me gustaría tener un pequeño permiso para ir a verla. Se mostró encantado de que le hablara con aquella confianza y al finalizar el año me dio 3 días de permiso para que realizara mi deseo. Me puso el coche a mi disposición para que me trasladara de Majadahonda a Madrid y de esta manera, al finalizar la tarde del 31 de diciembre, emprendimos, Pepe –el chofer- y yo el viaje en automóvil hasta la capital, desviando un poco el recorrido y tomando la carretera de Burgos para entrar por Fuencarral, ya que la carretera de la Coruña estaba cortada a la entrada de Aravaca. Al cruzar Madrid se veían las huellas de la guerra: fortines y barricadas construidos con adoquines sacados del suelo se observaban por muchas calles, que si no habían sido utilizados, estaban en disposición de poder serlo, permaneciendo intactos por si acaso hubiera que utilizarlos. El tiroteo de las armas ligeras se sentía cerquísima, intercalado por las explosiones más broncas de los morteros y de las bombas de mano. La gente caminaba tranquila, con la seguridad de que el enemigo no pasaría, después de la derrota que llevó al intentar hacerlo. Al fin llegamos a la Plaza del Progreso, me despedí del chofer quedando en juntarnos de nuevo allí dentro de 3 días para iniciar el regreso.

Él se marchó a ver a su familia, que no había sido evacuada, y yo me dirigí a la Portería donde vivía y prestaba sus servicios el señor Marimón, padre de Vicente Polo, que me orientaría en la forma que podía llegar a mi familia. El señor Marimón me recibió entusiasmado y me dijo que no tardando mucho pasaría por allí su hijo Vicente y su sobrino y yerno Rafael. Así fue. Llegaron juntos y al verme se reiteraron las muestras de entusiasmo y amistad. Rafael, como era tan de la broma y en confianza, me decía: ¿Qué méritos había hecho yo para llevar aquellos galones de Oficial? Este Rafael estaba en la escolta de los dirigentes socialistas y disponía de un coche para él, en el cual nos marchamos hacia el pueblecito donde se encontraban las familias evacuadas. Era un buen elemento, algo creído de sí mismo, pero con ideas sanas. Por eso, nada más terminarse la guerra, lo cogieron y lo mataron los nacionales, lo echaron en una fosa común, que luego se volvieron locos los familiares para poder identificarle. Próximo capítulo: «el reencuentro con mi familia».

Majadahonda Magazin