Crescencio Bustillo (izq)

CRESCENCIO BUSTILLO. Variando un poco el tema, se hicieron un poco célebres en Majadahonda por los sucesos a que dieron lugar el “Tío Morán”, que viendo como golpeaban a su mujer, corrió en defensa suya y con la cuchilla de zapatero, de un viaje se cargó al “Tío Cándido” el “Carrasco”, echándole las tripas fuera. El “Tío Morán” estaba en su mesa de zapatero trabajando, puesto que ejercía este oficio, cuando le avisaron que pegaban a su mujer. Ni corto ni perezoso, con la cuchilla que tenía en la mano le pegó el navajazo al “Tío Carrasco”, que en unión de su mujer la “Sorda”, estaban zurrando la pava a la mujer del otro. Cuando le juzgaron, le salió poca condena, porque fue en defensa de su mujer y sin premeditación, pues actuó con la herramienta de su oficio que tenía en la mano. Además los antecedentes del pueblo fueron buenos, pues tenía una honorable conducta. Por el contrario, el muerto y su familia eran pendencieros y soberbios y no gozaban de grandes simpatías. Con todo, la familia del “Tío Moran”, que tenía varios hijos, se marcharon del pueblo evitando roces o venganzas en su futuro.


Prisión madrileña de principios del siglo XX

El otro caso de sangre fue entre un tío y un sobrino por motivos de herencia familiar. La víctima se llamaba Lorenzo, un chaval joven, valiente, que tuvo un altercado con su tío político el “Esquila”, que fue su matador. Parece ser que ya se habían peleado ellos solos en un porche de la finca de la riña. Allí, el Lorenzo, sin más armas que las manos, le había zurrado. Alguien los separó marchando cada uno a su casa. El Lorenzo no dijo nada en la suya, volviendo a salir . Y se estaciono en las famosas Cuatro Calles. El “Esquila” se fue a la suya y al verle su mujer en el estado que llegaba se enteró de la pelea, y en lugar de apaciguar los ánimos le soliviantó diciéndole que no tenía nada de hombre si no le mataba. Para reforzar la amenaza, le acompañó en su busca, llevando el “Esquila” una pistola corta empuñada en el bolsillo. El Lorenzo, al verlos venir hacia él, no se inmutó, siguió con las manos en el bolsillo del pantalón. Los otros llegaron a su altura y ella le dijo al marido:”¡Ahí lo tienes, mátalo!.

El “Esquila” hizo fuego casi a quemarropa, pegándole un tiro que le atravesó el corazón. A las voces y gritos de la gente acudimos los que estábamos más cerca, lo cogimos ya caído en el suelo y corriendo lo llevamos a su casa, que estaba a unos doscientos metros. Cuando llegamos con él, ya había muerto totalmente. Las escenas de la madre y hermanas no son para describirlas. Aquel crimen cayó como una bomba en el pueblo, tuvieron que reforzar la Guardia Civil para poder contener la indignación de la gente, que quería linchar a los criminales, él por disparar el arma, y ella tía carnal de la víctima, por inductora. Al juzgarle, todas las pruebas y antecedentes le fueron desfavorables y le salió bastante condena, pero con la implantación de la República le cogieron varios indultos que aminoraron su pena. No obstante, el remordimiento por el acto injusto que había cometido minaron su salud y murió en la cárcel antes de terminar la condena. La mujer y los hijos abandonaron el pueblo para siempre, por no escuchar desfavorables comentarios. Estos son los dos únicos casos de sangre que he conocido, en casi treinta años que viví en el pueblo, los demás eran accidentes fortuitos o suicidios, pero nunca manos homicidas.

Majadahonda Magazin