J. FEDERICO MTNEZ. Existe un viejo aforismo español que advierte que «El que quiera saber, que vaya a Salamanca» y este domingo 23 de enero (2022) sería aplicable al Rayo Majadahonda porque olvidó una de las máximas del fútbol: el que quiere conservar una victoria mínima y se encierra termina empatando y el que quiere amarrar un empate sin salir de su propio campo, termina perdiendo. Y eso es lo que le ocurrió al equipo rayista tras una esplendorosa primera parte donde los futbolistas brillaron a gran altura de forma individual y colectiva. Parecía que era un golpe encima de la mesa en un estadio donde ningún club había logrado los 3 puntos y la maquinaria de Abel Gómez funcionaba a la perfección: líneas conjuntadas, pases hilvanados, verticalidad, solidaridad de grupo, solidez defensiva, ataques incisivos… Con un gol tempranero obra de Héctor previo remate de Raúl Sánchez y rechace de un Unionistas desunido y borrado del mapa, todo hacía presagiar que el Rayo Majadahonda se iba a hacer dueño y señor del partido con Bernal y Mario gobernando con mano de hierro el timón de la nave. Lo que ocurriera en los vestuarios nadie lo sabe pero el guión se transformó como la noche y el día al salir de nuevo al campo. Los salmantinos recuperaron su conocida fiereza, comenzaron a buscar el área rayista e incomprensiblemente el equipo majariego bajó los brazos. Cuesta encontrar en esta segunda parte una jugada donde se dieran solo dos pases sin pelotazo y tentetieso. El equipo comenzó a zozobrar, se abrían descomunales vías de agua por el lateral derecho donde ya no se veía a Borja, las figuras del equipo se iban de siesta (Albiach, Mario, Raúl, Héctor, Javi Gómez) y cuando se quiso dar cuenta, Abel Gómez se apercibió de que el banquillo del que siempre tira esta vez no funcionaba: el canterano Iván López era una caricatura, Iturraspe solo se miraba al espejo, Manny se ahogaba fuera de la banda y Juanjo todavía anda buscando lo que se le perdió en las Tenerías de la Celestina.


J. Federico Mtnez

Así las cosas, el Rayo Majadahonda no daba pie con bola y solo los centrales Cristian y Vega, con la inestimable ayuda de Philipe, que sacó un balón bajo palos y se convirtió casi en un portero más defendiendo insólitamente en la raya de gol, ilustraban uno de los más sonoros naufragios que de un equipo de fútbol pueda verse. Champagne despejaba balones a troche y moche de puños, con el pie, con las palmas, por arriba y abajo, pero el bombardeo era tan intenso y pertinaz, que al equipo majariego solo le faltaba defender desde la grada, de tan atrás que se encerraba. Así las cosas, llegó el empate en el minuto 88 y la victoria en el 92. Y como siempre, cuando quiso reaccionar, ya solo quedaban segundos para el pitido final. Pudo tener el Rayo Majadahonda una tarde de gloria y convertirse en un equipo de estrellas dignas de la Segunda División A, pero se convirtió en un equipo estrellado cuyo sino ya es solo «remar y remar». Próxima parada, Cerro del Espino contra Valladolid B y esperemos que si lo que baja del Tormes es un remolino de aguas turbulentas por un impropio, desmedido y suicida exceso de confianza, no saquen partido unos jóvenes canteranos vallisoletanos que aprovechen el paso del Pisuerga por este río revuelto de sensaciones agrias después de un tobogán que pasó de la euforia a la desesperación. Y que nunca podamos ni siquiera pensar ese otro proverbio que indica que «Lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo otorga«.

 

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