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Federico Utrera

FEDERICO UTRERA. Las facultades de periodismo estudian como un clásico de la comunicación no verbal el libro de Flora Davis y su lectura hubiera sido una interesante guía de referencia para seguir el primer pleno del nuevo Ayuntamiento de Majadahonda. Sorprendieron la calidad de las intervenciones, que no desmerecerían las de un pleno del Congreso de los Diputados –las del Senado son tan pobres que solo por eso habría que cerrarlo también– y el calado y enjundia de los debates alcanzó el interés que habían suscitado previamente. La clave, sin embargo, estuvo en la comunicación no verbal y los portavoces lo entendieron de maravilla. Ha llegado la hora de la política a Majadahonda.


Comenzaban las primeras votaciones y la Oposición se movía entre la abstención e incluso el “no” crítico de IU, cuando el alcalde, Narciso de Foxá, lanzó una sibilina advertencia: si no se cumplían los pactos alcanzados en la Junta de Portavoces, el PP también podría abstenerse en el punto 14 y no salir adelante. El punto 14, claro, era la contratación de los asesores políticos por parte de los grupos, potestad que debe ceder el alcalde. O no.

Las protestas de la Oposición al sutil recordatorio no se hicieron esperar. “¡Votaremos en conciencia! ¡No nos va a meter por el haro! ¡Hay acuerdos justos e injustos!”, bramaba el portavoz socialista, Zacarías Martínez. “¡No nos amenace, los tiempos de la mayoría absoluta han terminado!” se quejaba la centrista Mercedes Pedreira. “Cuando los acuerdos son positivos, votamos a favor”, resumía en tono más diplomático Alberto Moreno (Somos Majadahonda). Entonces, desde el centro del ruedo, Narciso de Foxá templó gaitas, bajo la muleta y sentenció: “una opinión no es una amenaza”. Y al tiempo, reclamó “coherencia y responsabilidad” entre el voto de los grupos y los pactos de la Junta de Portavoces, porque sabía perfectamente que amedrentar a un concejal para que modifique el sentido de su voto es delito. ¿Entonces? ¿Qué ocurrió? Pues que por arte de birlibirloque, la Oposición tornó entonces su voto y pasó de la «abstención» al “sí”. Los acuerdos sobre el reparto de los dineros políticos se aprobaron entonces, ahora sí, por unanimidad.

Más comunicación no verbal: a Narciso de Foxá le molestó que el socialista Zacarías Martínez le dijese que su organigrama de Gobierno le otorgaba una posición personal “cómoda”, con tres edecanes como tenientes de alcalde (Riquelme, Ortiz y Fátima Núñez) y coordinadores de área que le despejaban el trabajo sucio. Entonces emergió el político, el primer edil que más años como concejal lleva, el perro viejo de la literatura que diría Cervantes, el digno descendiente del autor de “El toro, la muerte y el agua”, de quien de tanto hablé con mi amigo Juan Luis y menciono en mi libro “Después de tantos desencantos. Vida y obra de los Panero”. Porque Narciso de Foxá proclamó entonces: “cómodo no: simplemente que a partir de ahora voy a dedicar mis recursos propios a lo que no hice antes, a ser alcalde”. El juramento sonó atronador en el salón de plenos y la comunicación no verbal desvela el verdadero cariz de lo que no dijo y quiso decir: Narciso de Foxá va a “ejercer” de alcalde, políticamente hablando, porque vigilará el Ayuntamiento sí, moderará los plenos, de acuerdo, pero a lo que parece decidido es a conquistar la calle que le birló la mayoría absoluta y que tantos malos trances le hace pasar ahora.

“Gordo; con mucha niñez aún palpitante en el recuerdo. Poético, pero glotón. Con el corazón en el pasado y la cabeza en el futuro. Bastante simpático, abúlico, viajero, desaliñado en el vestir, partidario del amor, taurófilo, madrileño con sangre catalana. Mi virtud, la imaginación; mi defecto, la pereza. Soy conde, soy gordo, fumo puros; ¿cómo no voy a ser de derechas? Todas las revoluciones han tenido como lema una trilogía: libertad, igualdad, fraternidad fue de la Revolución francesa; en mis años mozos yo me adherí a la trilogía falangista que hablaba de patria, pan y justicia. Ahora, instalado en mi madurez, proclamo otra: café, copa y puro”. Así se autorretrataba con la mordacidad de un genio Agustín de Foxá. Cuando nos despojemos definitivamente –y estamos en proceso, como ya rige en el resto de Europa– de las ideologías del vetusto siglo XX, será un escritor que merezca la pena releer y estudiar por su tono y tino “houellebecquiano”. Textos escritos con esa pluma que le regaló a Leopoldo Panero y éste a su hijo Juan Luis, y que guarda como una reliquia su viuda Carmina en Torroella…

Majadahonda Magazin