FERNANDO BRUQUETAS DE CASTRO. La elección entre «baile o acampada» no era exclusiva de las asociaciones gays de Canarias (donde las había y se atrevían a reunirse),sino que fue el mal endémico de una época: el final de los años noventa marcó a los que creyeron que simplemente eran un grupo más, que ya estaban aceptados «oficialmente», pues eran reconocidos y disfrutaban de pequeñas subvenciones. Estas limosnas, recibidas como privilegio por algunos, les hacían sentirse como un grupo social más, no a la altura de UGT y CCOO, sino como una parte marginal de la sociedad que había que tener en cuenta. Sin embargo, no reivindicaban la igualdad de derechos, sino una aceptación caritativa. La verdad es que daba pena.
En Madrid también tuve la oportunidad de acudir a una reunión de uno de los múltiples grupúsculos en los que COGAM había repartido el activismo: había grupos de estudiantes, de universitarios, de funcionarios, de arte, de teatro, de cine, de deportistas… como si unos no tuvieran nada que decirle a los otros. Me pareció un sinsentido, pero traté de participar y recabar información sobre el outing, aunque solo me hablaran de parejas, como si la panacea fuera vivir en un pisito con el novio o la novia a la que trataría de «mi pareja». Así, no había que responder a la pregunta absurda que hacían algunos heteros imbéciles: «¿quién hace de hombre y quién de mujer?». La sonrisa sardónica del entendido es la única respuesta.
En una de aquellas reuniones madrileñas también se planteó la cuestión: qué hacemos el próximo fin de semana ¿baile o acampada? No me lo podía creer. Y ya casi la había olvidado cuando un año después, en esta ocasión presentando el libro del «Outing» en Zaragoza, el presidente o secretario de la única asociación gay de la capital aragonesa nos llevó a un club oculto. Para llegar dimos varias vueltas, por si nos seguían, decía. Me lo tomé a guasa, porque hay que recordar que ya estábamos en el año 2000. Pero su actitud desconfiada me devolvió a la clandestinidad de los primeros setenta. Me pareció excesivo y a la vez ridículo. Llegamos a un portal en una calle inhóspita, no sé si la asociación que se anunciaba en el cartel de la puerta era de filatelia o de que se enseñaba el búlgaro (el idioma, claro). Entramos después de tocar un timbre y de que alguien se asomara a una mirilla desde el otro lado. Tantas precauciones me hicieron sospechar, porque no creía estar yendo a una asociación gay, sino a un after peligroso donde, como mínimo, tenían que estar traficando con droga.

Federico Utrera, Luis Antonio de Villena, Fernando Bruquetas y Leopoldo Alas presentando el «Outing» en Madrid
Entramos por un pasillo oscuro y detrás de una cortina, como si se tratara de una fiesta sorpresa, apareció una multitud, pero en silencio. Solo un murmullo in crescendo animaba la sala. Creo que llegaban a más de medio centenar los reunidos allí. Nos dejaron ocupar un sitio a un lado, subiendo unas escaleras, desde la que divisamos todo el auditorio. Entonces, el secretario del activismo maño me invitó a explicar el libro del outing, que él mismo me había presentado media hora antes en la Fnac ante solo dos personas. Sí, como lo oyen, Los gays estaban concentrados de modo semiclandestino, mientras su secretario me presentaba el libro del outing ante solo una mujer, que se fue a mitad de la disertación, y el responsable de la Fnac de Zaragoza. ¡Otro triunfo! Pensé. No tuve más remedio que preguntarle por qué no habían ido a la presentación. La respuesta del secretario fue que aquello no era Madrid ni Barcelona… Además, me dijo, es que tenían esta reunión prevista desde hacía tiempo para resolver qué hacían el próximo fin de semana. La pregunta era la misma: «¿baile o acampada?» Obviamente, en todas las ocasiones ganó la acampada porque tiene más morbo, aunque alguno se quejó de que el tiempo podía variar y pasar por agua el entretenimiento. Como podrán sospechar, a estas alturas, todavía no lo acabo de creer.