Carretera de La Coruña en los años 30 del siglo XX

DARIO BUSTILLO. De mi tío paterno Alfonso Bustillo Millán poco se puede contar, su vida fue corta, y apenas algunos recuerdos acuden a la mente de mi padre sobre él. Había nacido el día 23 de enero de 1905, y murió por gripe el día 22 de enero de 1920, la víspera de cumplir los 15 años. Cuando murió era alto y delgado, aunque fue el más flojo y delicado de los hermanos. Cuando pilló la enfermedad que le llevaría a la tumba, estaba trabajando con mi tío Gumersindo, y los dos ganaban el mismo salario, como si mi tío fuera ya un hombre. Mi padre recuerda que trabajaban en unas obras de ampliación del llamado “Puente de la Muerte”, en la carretera de La Coruña, que debía este nombre a la cantidad de accidentes mortales que ocurrieron en él.


Darío Bustillo

A este trabajo, mi padre les llevó algunas veces la comida caliente que les preparaba mi abuela, teniendo en cuenta, como ya he dicho, que mi tío Alfonso se criaba delicado y necesitaba un cuidado especial. A pesar de estos cuidados y preocupaciones de mi abuela, cogió una pulmonía doble, que no la pudo resistir, y de poco valieron los médicos que le visitaron, ni los medicamentos que había entonces para contrarrestar esta enfermedad. Como sólo se llevaban dos años, mi tío y mi padre fueron los que más compartieron su primera infancia y los que más jugaron dentro del seno de la familia. Mi padre recuerda que le hacía enojar mucho, pues era muy guasón y revoltoso, pero al mismo tiempo se enfadaba enseguida; en cuanto mi padre le llamaba “patas de alcaraván”, ya estaba sacudiéndole la “pavana”, pegándole cada bofetada que le ponía las orejas coloradas. Esto le duraba poco, y como era tan juguetón, quería seguir jugando como si nada hubiera pasado, mi padre seguía enfurruñado, pero él para ponerlo contento, acudía para hacerle cosquillas por todo el cuerpo hasta que lo hacía reír, y así hasta la próxima vez.


Carretera de La Coruña, años 30, a la altura de Las Rozas

En la calle con los demás chicos, le gustaba mucho jugar de “cuartos”, bien con la baraja al siete y medio, o con perras gordas al “inglés”. Si ganaba, le daba una pequeña participación a mi padre, pero si perdía, le registraba los bolsillos a mi padre y le quitaba lo que encontraba para volver a jugar de nuevo. Mi abuela, que ya sabía su debilidad, cuando se hacía la hora de comer y no acudían los chicos, se marchaba en su busca completamente silenciosa, con el “vergajo” escondido debajo del delantal, y sin decir nada arreaba el primer zurriagazo y “a correr se ha dicho”; en este aspecto como él estaba más enviciado que mi padre, casi siempre se la cargaba él, además que mi padre no podía volver solo a casa a comer porque le “cascaban” de lo lindo. Con todo, a mi padre lo quería mucho, y hay del chico un poco mayor, que le pusiera la mano encima, ya estaba liado con él, y si no era con las manos a bofetadas, era con piedras, el caso que él se encargaba de vengar el daño que le hubiesen hecho a mi padre, pues en este aspecto tenía muy mal genio, creo que lo había sacado un poco de mi abuela y de mi bisabuelo “Peritela” que no sabían perder. Esto es cuanto se puede contar de él, que en su efímera vida, demostraba unos principios geniales como mi abuela, y una ironía muy particular, pues a veces se burlaba de todo y de todos, gesticulando e imitando posturas y actitudes de los demás… (Continuará).

Majadahonda Magazin