El Bulevar Cervantes de Majadahonda recoge «leyendas cervantinas como la que dice: “¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecérselo a otro que al mismo cielo!” Que me recuerda aquella copla andaluza; “Desgraciaito el que come/ el pan de la mano ajena/ siempre mirando a la cara/ si la ponen mala o güena.” Sabio el pueblo, Inmenso Don Miguel de Cervantes Saavedra».

VICENTE ARAGUAS. (15 de octubre de 2024).  El Bulevar Cervantes. Una ciudad, como la nuestra, que aparece citada en “El Quijote”, por más que el licenciado le diga a Sancho (Capítulo XIX, Segunda Parte): “El lenguaje puro, el propio, el elegante y claro, está en los discretos cortesanos, aunque hayan nacido en Majalahonda…” no es poco. Porque tiene un cierto punto de universalidad. Repasando las notas a “El Quijote” de Diego Clemencín, reparo en este comentario enjundioso: “Majalahonda, que originalmente se llamaría Majadahonda, y que pone por otro ejemplo de rusticidad el licenciado, es un pueblo de corta vecindad que está a tres leguas al noroeste de Madrid.” No está mal esta nota, de alrededor de 1834, y en su brevedad define lo que éramos. Y claro que el licenciado viene a llamarnos rústicos pero –atención– admite que de aquí hubiesen salido cortesanos. Y majariego, si no de cuna, al menos de vecindad era aquel cura propietario de la casa de Calle de Francos, hoy Cervantes, en la que murió, en Madrid, el mayor novelista de todos los tiempos. Y no parece que nadie lo vaya a superar doblado el cabo de las tormentas, arriesgado y lleno de belleza, del Siglo XIX (novela realista-naturalista). Ni tampoco las alturas del XX, Proust, Kafka y Joyce, deudores los tres, cada uno a su manera, del alcalaíno, de quien ignoramos si pasó por aquí en algún momento, probable dado su natural viajero, pero sí que escuchó el topónimo, bien que alterado.


Vicente Araguas

ALGUNO SEGURAMENTE LO CONVERTIRÍA EN “MAJARAHONDA”, DE DONDE EL GENTILICIO MAJARIEGOS. No sé. Sí en cambio que en Majadas (Cáceres), el gentilicio es majaeños, bien que, en broma, hay quien diga “majaeros” a sus nativos. Hay más Majadas en España, recuerdo de cuando fuimos mucho más pastoriles de lo que somos ahora. Que ya ni siquiera bucólicos, perdidos en una selva de pantallas, asilvestradas, eso sí. De manera que pues Majadahonda está en deuda con quien nos llevó por el ancho mundo: ya que el escritor español más difundido es Cervantes, traducido a todos los idiomas, después, como dijera el torero, nadie, y a continuación Federico García Lorca, tan inmenso, tan lamentablemente asesinado, bien merecía un lugar hermoso en el callejero.


«En su lugar brotó este bulevar donde hay de todo, flora, poca fauna (si acaso los gatos que merodean por el buque náufrago que afea, en su desolación Hernán Cortés y el Bulevar)»

Y A DÍA DE HOY CERVANTES BAUTIZA EL BULEVAR QUE DESEMBOCA EN ESE RÍO LARGO QUE SE LLAMA AVENIDA ESPAÑA. Un sitio que conocí, año 1979 y sucesivos, bastante desastroso. Con una especie de Robinson urbano que había montado en el solar que centraba lo que hoy es bulevar (en los jardines de arriba estaba la Cruz Roja) un chamizo donde se reparaban, y muy bien por cierto, lunas de coche. “Reparación de lunas”, ¡habrase visto oficio más poético! Un menester que hubiese hecho las delicias del hijo poeta del Caballero del Verde Gabán, uno de los personajes más fascinantes del libro más fascinante que jamás se haya escrito. “La Biblia”, también, pero tiene partes que aburren a las ovejas, el “Eclesiástico”, por ejemplo; no confundir con el “Eclesiastés”, belleza altísima; “El Quijote”, jamás cansa, todo es altura, me parece. Pues bien, aquel reparador “de lunas” hubo de irse con su música celeste a otra parte. Y en su lugar brotó este bulevar donde hay de todo, flora, poca fauna (si acaso los gatos que merodean por el buque náufrago que afea, en su desolación Hernán Cortés y el propio Bulevar Cervantes).

«Hasta un restaurante que aprovecha lo que fue casa como de campo vista con un prismático invertido, “La Manuela”, un “Alcampo” que regenta un señor peruano, Wilmar, listo como una ardilla, peruano de los que valen un Perú, y más establecimientos para que nos abastezcamos el corazón y el estómago.»

HASTA UN RESTAURANTE QUE APROVECHA LO QUE FUE CASA COMO DE CAMPO VISTA CON UN PRISMÁTICO INVERTIDO, “La Manuela”, un “Alcampo” que regenta un señor peruano, Wilmar, listo como una ardilla, peruano de los que valen un Perú, y más establecimientos para que nos abastezcamos el corazón y el estómago. Y leyendas cervantinas como la que dice: “¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecérselo a otro que al mismo cielo!” Que me recuerda aquella copla andaluza; “Desgraciaito el que come/ el pan de la mano ajena/ siempre mirando a la cara/ si la ponen mala o güena.” Sabio el pueblo, Inmenso Don Miguel de Cervantes Saavedra.

 

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