GREGORIO Mª CALLEJO. Pasé camino al trabajo por el Cerro. Con gradas tan escasas que las nuevas y majestuosas torres de luz parecen querer tocar el cielo y le dan al estadio un toque de estación espacial. Combinadas con las grúas, la tierra movida y las máquinas que circundan los accesos, el Cerro parece un monumento post industrial, una imagen del final de la Siberiada de Konchalovski. Queríamos ser desahuciados. No estábamos del todo a gusto viviendo en un palacio prestado cuyo capataz se quejaba de que manchábamos las alfombras y agrietábamos los azulejos de alabastro. Queríamos volver a nuestra pequeña y humilde casa. Agradecidos, desde luego, con nuestro rico anfitrión, pero queríamos volver a nuestro querido y maltrecho Cerro. La última vez que estuve allí me estaba abrazando con un señor al que no conocía de nada, mientras mi hijo, bufanda en mano, atravesaba el césped corriendo hacia sus héroes para buscar su camiseta y felicitarlos. Habíamos ascendido. Habíamos sorprendido a todos quedando campeones del Grupo I, les habíamos dejado estupefactos tumbando al rocoso Cartagena.


¿Cómo llamaban a nuestra casa? “descampado”, “caja de cerillas”, “mierda de estadio”… así eran los simpáticos mensajes de las redes sociales. Y pareció entonces que se cumplía la contradictoria admonición de Oscar Wilde: “ten cuidado con tus deseos, no se vayan a convertir en realidad”. Resultaba que nuestra casa no servía para recibir a nuestros nuevos invitados. Todas las exigencias de la LFP nos obligaron a cerrar y a marchar a jugar (nosotros, sí, el Rayito de Majadahonda) en un estadio de final de Champions. Y ahora volvemos con la casa a medio reformar. Nos han echado y preparamos a toda velocidad nuestra casa para recibir a un invitado de lujo. Por fin vamos a jugar en el Cerro. Sin cubierta, con grúas, con un marcado aire de provisionalidad, pero vamos a jugar en el Cerro. Ya lo sabéis, somos novatos. Somos novatos y somos gente feliz, no tenemos urgencias, no tenemos necesidades perentorias. Es un año para disfrutar. Por eso quiero que el Cerro sea este año un lugar para eso, simplemente para ser felices con nuestro equipo. Quiero que el Cerro sea un lugar en el que se sepa que habrá buen fútbol, un lugar en el que estamos deseando recibir gente de toda España, compartir un café y hablar con ellos de lo fantástica que es la Mezquita de Córdoba, el Cabo de Gata o las playas de Mallorca, en el que el visitante sepa que será bien acogido. Que les digamos, “mirad, esto es Majadahonda, queremos que estéis a gusto en nuestra ciudad”.

Y por supuesto, y por fin, después de años de fútbol casi en familia, quiero que el Cerro sea una pequeña caldera, con una afición respetuosa siempre, pero también siempre volcada con los nuestros. Quiero casi oír la respiración de Aitor cuando cruce la banda como un Sputnik, quiero oír lo que grita Iriondo, quiero llegar casi a tocar la cabeza de los nuestros cuando marquen un gol. El Depor de Centenariazo y las semis de Champions, el Zaragoza del gol de Nayim en aquella histórica Recopa, el Málaga que cayó en Dormund cuando tocaba ya las semis de Champions, el Tenerife en el que jugaron Fernando Redondo o Persi Olivares….todos tiene que venir a nuestra casa. Así que, Rayo, ya puedes cantar aquella vieja canción de Whitesnake, y decir “Here I go again”. Nos vemos el domingo, Rayo, a las doce, como toda la vida, en el Cerro. Sí, en el Cerro del derby contra Las Rozas o el Pozuelo, el Cerro del bocadillo de panceta, el Cerro del barro en invierno y el polvo en verano. El mismo Cerro pero otro Cerro. Para ser felices con vosotros, para cantar vuestros goles como nunca lo habíamos hecho, todos juntos, casi apiñados en nuestra humilde pero gigante casa.

Majadahonda Magazin