LUIS GIMENO. Podemos considerarnos ya un equipo afortunado. Y tanto. Yo diría, a ojos del hincha rayista medio que ha seguido fielmente a un equipo desde las catacumbas del fútbol español, ese descenso a Preferente a finales de los noventa, que ya de por sí la subida a Segunda B en junio de 2015 era un éxito: tras casi una veintena de años sin cruzar esa línea del fútbol nacional en la que ya se habla algo en la prensa de los equipos, e incluso se emiten algunos partidos suyos por televisión, podía decirse que, aunque no era fruto del azar, aquel logro era eso: un logro, y como tal había que celebrarlo. Yo, como otros muchos que ya mostrábamos interés por el Rayo en Tercera División –ya que seguirlo fielmente es mucho decir para equipos de esta humildísima categoría, muchas veces condenada a un cierto ostracismo por parte de la prensa–, nos ilusionamos hace ahora tres años con el ascenso de nivel. Desde luego, lo que ahora estamos viviendo se nos antojaba sencillamente inimaginable y así tenía que ser. ¿Quién piensa en otro ascenso cuando ya has conseguido uno?


La primera temporada nos salvamos por los pelos. Afortunadamente, no tuvimos que jugar ninguna play-off para evitar es descenso, pero no lo hicimos por muy poco. Jugábamos, luchábamos y muchas veces perdíamos, lo normal en un recién ascendido, aunque si este 2018 finalmente subimos a Segunda División, espero que nuestra situación salga de esa aburrida normalidad. Cuando jugamos aquella primera temporada en Segunda B contra el Real Madrid Castilla, del que pocos días antes se había marchado Zinedine Zidane, el filial madridista nos goleó por cuatro a cero en nuestra propia casa. Por el contrario, solo dos años después, fuimos nosotros quienes manejamos la batuta: les ganamos tres a uno. Sí, aquella primera temporada fue dura. Desde el primer día del ascenso muchos pensaron que automáticamente, como nos pasó en 1997 y en 2004, nuestras otras dos aventuras en Segunda B, nos colocaríamos como colistas, los últimos de la fila. No fue así: aunque no destacamos aquella temporada, obtuvimos la permanencia, luciendo con orgullo nuestro decimocuarto puesto. Por lo menos, mucho mejor que en Eurovisión.

La siguiente temporada reaccionamos. Pasamos de ser un equipo eminentemente empatón y perdedor a uno, básicamente, empatón y ganador. No ganamos tantos partidos como la temporada que acaba de finalizar –en la que las victorias superan la suma de derrotas y empates–, pero se podría considerar un cambio de ciclo. Dejamos de ser un equipo señalado con frecuencia como descendido a Tercera en el futuro próximo a otro beligerante más en la cruda e infernal batalla –porque la Segunda B es un infierno, y en eso todo el mundo está de acuerdo– por el ascenso a Segunda. Lo conseguimos, colocándonos por primera vez en nuestra historia en la promoción de ascenso a la categoría de plata.

Camino de Ferrol: la conciencia tranquila

Fue apoteósico: estábamos exultantes de alegría, eufóricos. Antes de jugar esa play-off llenaron toda la Gran Vía de cartelones de apoyo al Rayo, con la inscripción: ¡Seguimos soñando! Y soñamos, vaya si lo hicimos. Hace ahora un añito, cuando ese histórico de Primera y Segunda División que es el Racing de Santander vino a vernos al Cerro, en la ida de la eliminatoria, volamos. Jugamos mejor que ellos: esto es un hecho. No lo digo yo, lo dicen todos los analistas. Hasta el siempre diplomático Antonio Iriondo, mago y artífice de todo lo que estamos ahora viviendo, reconoció que nosotros jugamos mejor que ellos, aunque el resultado no estaba de acuerdo: nos ganaron uno a tres en casa, una derrota muy dolorosa, que culminó con el tres cero de la vuelta, en El Sardinero. En definitiva, una patada en el trasero para hacernos retornar a Madrid, aunque no con las manos vacías: habíamos perdido la virginidad en una competición de alto grado como era el play-off de ascenso a Segunda.

Así llegamos hasta nuestros días, en los que finaliza una temporada plena de récords: de victorias, de puntos, pero también de aficionados. El Rayo, desde su fundación hace más de cuarenta años, siempre había gozado de una afición muy fiel, pero también muy minoritaria. Desde que en 1995 empezamos a jugar en el nuevo Cerro del Espino, un estadio con capacidad próxima a los 3.400 espectadores, nunca habíamos llenado el estadio por nuestros propios medios. Aún no lo hemos conseguido, pero cada jornada –será por eso de las mieles del éxito– el Rayo es un equipo cuya afición crece día a día, aunque esa fidelidad histórica sigue intacta. Y es que en el fútbol todo es emoción, nada se puede razonar.

El Rayo se ha dado cuenta esta temporada de que debe de potenciar la creación de aficionados, y por eso a lo largo de ella ha realizado numerosas promociones que, la verdad, han tenido bastante buena acogida. Las últimas jornadas de la temporada recién finalizada han gozado de una panorámica esplendorosa de la grada rayista: a la izquierda, la CUM, que aunque no es la más antigua, ya que se creó en 2016, es la peña actualmente más activa que tiene el Rayo; y al centro y a la derecha de la grada, el resto de aficionados y el palco. La grada ha estado completamente llena estos últimos partidos: ahora toca ocupar las otras. Con este tipo de iniciativas por parte del club (camisetas baratas, promociones 2×1, entradas a cinco euros), se puede conseguir en un futuro no muy lejano.

Toca mirar hacia adelante, por lo menos si aspiramos a subir a Segunda. Tenemos que tener una perspectiva de futuro. Muy sonada ha sido la marcha de Jorge de Frutos al Castilla, que sí o sí permanecerá la próxima temporada en Segunda B. El dilema es, ¿Castilla en Segunda B pero con los ojos de Zidane puestos, o Rayo Majadahonda quizá, y solo quizá, en Segunda, siendo un equipo emergente, y con un futuro muy brillante? Cada uno tendrá su opinión, también De Frutos. Desde luego, la solución segura es el Castilla, cuyas posibilidades son ilimitadas, pero ¿y ser un artífice de la mejor etapa de la historia del Rayo, construyéndola? Jorge de Frutos ya lo ha hecho, por supuesto, aunque, ¿por qué no seguir haciéndolo?

De subir finalmente a Segunda División, nuestro equipo habrá de formularse algunas cuestiones. ¿Cómo hacer frente a la completamente distinta financiación, en sus fuentes y en sus cantidades, que supondrá la llegada a la nueva categoría? ¿Será posible seguir compartiendo instalaciones con el Atlético de Madrid, o habrá que construir otro estadio? ¿De permanecer en Segunda, algo que podría parecer una quimera, pero que ha quedado patente que en el fútbol todo es posible, tendremos que hacer frente a una conversión a S.A.D.? El Rayo Majadahonda, durante los últimos años, ya se ha planteado muchas preguntas que podían suponer un cambio radical en el equipo, al compás de los ascensos y logros, y los jugadores, el grandísimo Antonio Iriondo y, cómo no, Enrique Vedia, presidente desde 1987, cuya gestión ha quedado demostrada como más que eficiente, siempre han estado a la altura.

Majadahonda Magazin